Cultura
Dos patriotas borrados de la historia oficial argentina
22.01.2017 |
POR SEBASTIAN SANCHEZ
"Yo no creo en encantadores pues por gracia de Dios soy cristiano a puño cerrado".
Francisco Castañeda
Diré lo que Dios me sopla
Y corríjame si miento;
El defender la Verdad
Es el primer Sacramento
Leonardo Castellani
Afortunadamente la historia de la cultura argentina es pródiga en pensadores lúcidos y buenos literatos aunque también es una crónica en exceso selectiva, de frágil y antojadiza memoria que eleva a pedestales y altares laicos a algunos y destierra al olvido a muchos otros. Sin duda entre estos últimos soslayados destaca el Padre Leonardo Castellani y también un frate suyo, figura insoslayable de la escena nacional del primer cuarto del siglo XIX.
Fray Francisco de Paula Castañeda, puesto que de él se trata, nació en Buenos Aires en 1776, el año de la creación del efímero Virreinato del Río de la Plata. Fue el primogénito de una familia acomodada y profundamente piadosa, por lo que no fue extraño que siendo un jovencito entrara a la Orden Seráfica, la de San Francisco, para iniciar la formación sacerdotal. A pesar de su natural bonhomía y su aguda inteligencia, el joven novicio tuvo algunos inconvenientes en sus primeros tiempos de seminario. Tal como él mismo narra en su periódico más conocido, Doña María Retazos, no podía combatir el sueño y éste le atrapaba en las horas y lugares más inconvenientes. A punto estuvo de ser declarado "inútil para la vida monástica" pero el maestro de novicios, veterano auscultador de almas, evitó su expulsión intuyendo que Francisco sería importante para la Orden. El año 1797 le encontró vistiendo el hábito de San Francisco como sacerdote.
Sabido es que el P. Castellani -que nació cuando moría el siglo XIX (1899) en Reconquista, Santa Fe- vistió también la sotana de una orden regular, la Compañía de Jesús, a la que ingresó en 1918. Si no tuvo problemas de sueño como Castañeda, sí se caracterizó desde novicio por una inteligencia vivaz y original. Mientras de día estudiaba a Francisco Suárez, el teólogo "oficial" de los jesuitas, de noche leía para su mayor provecho la Suma de Santo Tomás. Su singularidad e independencia de criterio, aunque sujetas por su proverbial docilidad a la Verdad, le ocasionaría al buen Leonardo no pocos problemas en la Compañía, que se agravarían con el correr de los años.
HOMBRES SABIOS
Más allá de las distancias obvias, no son pocos los paralelos vitales a trazar entre Castañeda y Castellani. Ambos se dedicaron con provecho a la literatura. Es cierto que Castellani -"género único" se ha dicho de su talento- incursionó con hondura en muchos ámbitos de la vida intelectual: a través de cuentos, fábulas, poesías y ensayos abundó sobre psicología, historia y política, homilética, filosofía y teología; pero también es verdad que Castañeda dejó una enorme obra periodística que no sólo describía "lo que pasa" sino también y fundamentalmente "lo que es".
Castellani pensó y amó a la Argentina con una profundidad inédita en esta tierra, pero Castañeda -tan amante de la Patria como el jesuita- dedicó afanosamente sus días a la vida pública o, para mejor decirlo, a testimoniar a Cristo en la vida política.
Fueron hombres sabios, de gran formación y no pocos honores académicos, y también desdeñosos de la falsa erudición, de la pomposidad estulta de los doctores, de la fatuidad del académico sonso. Por eso escribieron "en criollo", reconociéndose hijos de la tierra sin desestimar la verdad universalmente enseñada. Dominaron la ironía y la mordacidad, no con el desparpajo del comediante sino con el buen humor del sabio, y combatieron el error (cuidando siempre del que yerra) a través de la maestría en el verso, en la cuarteta audaz, la fábula sarcástica o el epigrama genial.
Castañeda fue un gran orador sagrado que pronunció bellísimos sermones patrios pero sobre todo cultivó el periodismo, al punto de corresponderle la paternidad fundacional de la prensa argentina luego de 1810. Ese honor, que le fue escamoteado para serle dado a los ilustrados iniciadores de la Gazeta, es sólo un ejemplo de las injusticias que su figura ha sufrido. Baste mencionar que fundó veinticuatro periódicos que lo tuvieron por editor y único redactor, de los cuales editó siete al unísono mientras sus ejemplares se vendían como pan caliente entre los sencillos de la ciudad. Los títulos de sus diarios fueron desopilantes y geniales: El Despertador Teofilantrópico Místico y Político; La verdad desnuda; La guardia rendida por el Centinela y la traición descubierta por el oficial de día. Y un par más, de colección: Vete portugués que aquí no es y Ven portugués que aquí es.
Por su parte Castellani escribió en docenas de periódicos y revistas, católicas y nacionalistas, laicas y republicanas, aunque no liberales. Fundó incluso una revista que hizo historia: Jauja, y se jubiló como periodista y no como sacerdote. No obstante, lo suyo fueron los libros pues, como Chesterton, escribía uno a la menor provocación. Es tarea difícil elegir unos pocos títulos de su vasta producción pero baste con señalar Cristo, ¿vuelve o no vuelve?, Cristo y los fariseos, Psicología humana, San Agustín y nosotros, Crítica literaria, Su Majestad Dulcinea, El libro de las oraciones y Martita Ofelia y otros cuentos de fantasmas.
DOS REACCIONARIOS
Puede decirse que ambos fueron reaccionarios. Castañeda ejerció su "santa ira", como dijo de él Capdevila, contra el liberalismo que -encarnado en Rivadavia y su Reforma- amenazaba a la joven Argentina. Por su parte Castellani reaccionó a la continuación de esa "tradición" liberal que, consolidada y ampliada con el socialismo, irrumpía en todos los ámbitos: la política, la familia, la educación e incluso la Iglesia. Y a los dos la "reacción" les costó persecución, destierros, odios y penurias, no pocas veces ejercidas por sus superiores.
Y por eso hay un elemento más que aúna a nuestros curas: el sistemático y malintencionado olvido al que han sido condenados. Es cierto que Castañeda tuvo unos pocos buenos biógrafos (Capdevila, Furlong, Scenna) y que Castellani también los tiene (Randle, por ejemplo o Juan Manuel de Prada, que lo editó e hizo conocer en España y - ¡ay!- también a muchos argentinos). Todo eso es verdad pero no lo es menos que ambos han sido negados, vilipendiados, borrados de la historia de la cultura argentina. Ellos, que tanto hicieron por columbrarla. Uno y otro, valientes y brillantes, mordaces y caritativos, originales y desenfadados, irreverentes con el error y plenamente ortodoxos, fueron ambos patriotas de una Argentina tantas veces ingrata con sus mejores hombres.
Castañeda murió en Paraná en 1832, mientras terminaba de construir su enésima escuela. Castellani partió en 1981, en su viejo departamento de Buenos Aires, en el que se había convertido en Ermitaño Urbano. Quizás, sólo Dios lo sabe, andarán hoy compartiendo morada, discutiendo risueños y recitando aquellos versos diamantinos del Cura Loco:
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Cultura
EL PADRE ALFREDO SAENZ RECUERDA A UN RELIGIOSO QUE SOBRESALIO POR SU TALENTO, ORIGINALIDAD Y HUMOR
22.01.2017 | Escritor multifacético, su figura excede la generalidad de los pensadores argentinos. Brilló en el comentario de las escrituras y del Apocalipsis. Su humor y sus juicios duros le causaron problemas con los superiores.
Por Agustín De Beitia
El sacerdote jesuita Alfredo Sáenz, un reconocido escritor y conferencista, con más de treinta libros dedicados a la teología, la patrística y la historia, tuvo el privilegio de conocer al padre Leonardo Castellani y mantener con él un trato frecuente durante largos años. Doctor en Teología, con especialización en Sagrada Liturgia, miembro de la Junta de Historia Eclesiástica en Argentina, Sáenz recuerda en este diálogo con La Prensa la figura del autor de El Evangelio de Jesucristo y su aporte teológico.
-¿Cuándo conoció a Castellani? ¿Cuál fue su relación?
-Oí hablar de él cuando era niño. Había en mi familia una gran admiración por sus libros. Pero lo conocí muy tardíamente. Me llevaba más de 30 años. Cuando entré a la orden sabía de él pero de lejos. Había leído ya Camperas, esas fábulas tan lindas que él escribió. Una vez pasó por la pensión donde yo vivía como novicio. "Ahí va Castellani", comentó alguien, y nos quedamos mirando.
-¿Cómo era él?
-Era un hombre muy original. A veces, por este motivo, no caía en gracia entre los superiores. En una época de gran severidad en la forma de vestir él se ponía un cinturón de cuero sobre su sotana y andaba con botas. Decía que era para no mojarse los pies y no resfriarse. Tenía respuestas ocurrentes, medio absurdas. Era juguetón. Con el tiempo lo conocí más y leí todo lo que escribió. El me conoció cuando yo estaba en el seminario de Paraná. Después lo llevé allí a dar charlas.
TIMIDEZ
-¿Mantuvieron una relación desde entonces?
-Yo venía a Buenos Aires todos los meses para estar en contacto con mi orden. Era el "71 o "72. Y cada vez que venía lo iba a ver. Era un ritual. El vivía entonces en Constitución, en la calle Caseros, en un departamento en el sexto piso. Ahí conocí al Castellani íntimo. La primera vez que fui, lo recuerdo muy bien, me resultó desagradable. Fue por su timidez. Sus respuestas fueron casi monosílabos. Después él se soltó y pudimos tener largas conversaciones. Algo que me sorprendió es que era un completo inepto para cuestiones prácticas. Ni el café se preparaba. Era un hombre intelectual. Tenía un escritorio allí, una biblioteca magnífica. El escribió de todo, como se sabe. Escribió de teología, de filosofía. Era un hombre universal, multifacético. Un singular. Tenía un gran humor. El nuevo gobierno de Sancho es una obra buenísima. Hace pasar frente a Sancho, que tiene la sabiduría de un hombre muy humilde, al tanguero, al filósofo chanta, y este los va dejando en ridículo con preguntas. Pero hay que señalar una limitación. Castellani había hecho un relevamiento muy grande de la Iglesia preconciliar. Pero hasta su muerte no se metió con lo que pasó después del Concilio. Siempre me llamó la atención.
-Iba a preguntarle qué dijo él al respecto, siendo el Concilio un momento decisivo en la vida de la Iglesia...
-Cierta vez le propuse que hiciera un nuevo libro de Sancho haciendo pasar a figuras actuales: a profesores de escritura, con todas las macanas que dicen, a profesores de filosofía actuales. Se quedó mirándome en silencio.
-Castellani tuvo una relación conflictiva con su orden, fue amonestado y en 1949 expulsado como jesuita y suspendido "a divinis" hasta 1966, algo muy traumático para él. ¿Puede haber influido ese drama personal en su silencio sobre el tema?
-No creo que eso haya pesado entonces. El ya estaba viviendo en la calle Caseros y ahí no lo molestaban mayormente.
-¿A qué lo atribuye, entonces?
-El motivo no lo conozco. En sus libros siguió criticando asuntos y figuras preconciliares. Llegué a creer que estaría gastado... Siempre fue para mí misterioso.
-De la Iglesia preconciliar saltó al Apocalipsis, donde señaló las miserias de la Iglesia, ¿no es así?
-Sí. De eso habló, ciertamente. En mi libro El fin de los tiempos y siete autores modernos lo señalo. El no fue el único que habla de las dos bestias del Apocalipsis. La primera, el Anticristo, sería una entidad política. Esto lo dice Castellani. También Pieper. Otros autores sostuvieron que será una mentalidad que se hubiera impuesto a toda la sociedad. Pero una cosa no es excluyente de la otra. Puede ser una mentalidad encarnada en una autoridad política, en un orden mundial. Castellani señala que la primera bestia será un hombre que solucionará los problemas económicos, políticos, sociales, y que dará una felicidad inmanentista en el mundo. La segunda bestia, el dragón, que es el demonio, sería el sector adúltero de la Iglesia. El dice que tendrá una apariencia mansa, y que tiene razón Pieper en que encarnará la propagación pública y sacerdotal de los proyectos del Anticristo. Sería un sacerdote o un cardenal. Y sería la cuota seudo espiritual que se uniría a lo político. A juicio de Castellani su principal misión será la adulteración de la religión. No cree que se perderá la fe, pero sí se verá gravemente afectada. Todas las energías del demonio estarán concentradas en pervertir lo que es específicamente religioso. Esto lo expone, entre otros libros, en Su majestad Dulcinea.
-¿Diría que su conocimiento de la palabra de Dios fue muy profundo?
-Si. Tiene comentarios importantes, como El Apokalypsis de San Juan, El Evangelio de Jesucristo, un libro importantísimo. Sus sermones, en cambio, no eran tan buenos. Los gozaba quien era inteligente. Había cosas que las decía rápido y a muchos se le escapaban. El era desigual. Cada tres páginas tenía una genialidad. El resto era un poco vulgar. Era muy libre y salía con muchas cosas.
-¿Cómo medir la relevancia de sus escritos?
-En 1990, en una conferencia en honor a Castellani, el cardenal Quarracino, dijo de él cosas muy lindas. Dijo que fue un género único, por la multiplicidad de sus lecturas, su poder de síntesis, su estilo, su capacidad de poner en claro problemas muy abstrusos, su gracia tan particular, y llegó a considerarlo uno de los grandes talentos que regaló Dios a nuestro país. También recordó su vida dolorida, su inquebrantable fe y su amor por la Iglesia, pese a que alguna vez se lo consideró un rebelde. Y, claro, es cierto. Castellani a veces emitía juicios muy duros. Era difícil. Se divertía siendo desobediente. Una vez, por ejemplo, escribió un libro y en el prólogo ponía algo contra el cardenal Copello, que era arzobispo de Buenos Aires. Se burlaba. Como una bufonada. Tenía esas cosas. En las novelas ponía personajes reales, cambiándoles apenas una letra. Era muy obvio. Hay un padre que se llamaba Cravi y él decía: "ve la paja en el ojo ajeno y no ve la Cravi en el propio". Cierta vez, hablando de que la caridad debe empezar por los más cercanos, dijo: "si yo voy en un bote con mi madre y el padre Cravi, y se desata un temporal, yo salvo a mi madre". Cosas así. Era como un niño travieso. Quarracino dijo sobre esto: "su cólera era la efervescencia de su caridad".
DISPARIDAD
-¿Fue una mente superior, como suele repetirse?
-Una mente superior, sí, que excede la generalidad de los intelectuales argentinos.
-¿Y en términos teológicos, exegéticos?
-No todo es igual. Creo que en términos exegéticos no tanto. No dominaba el hebreo. No sé si era su fuerte. Sí, en cambio, el comentario a la escritura, pero más bien el comentario sapiencial. Los comentarios de los padres de la Iglesia son bellísimos. Son como iconos verbales. Castellani tiene esa forma que es muy linda.
ACTUALIZACIÓN (24/01/2017): Subimos copias de los artículos tal como fueron publicados en la edición impresa del suplemento cultural de La Prensa del pasado domingo 22.