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domingo, 28 de marzo de 2021

Castellani: a 40 años de su muerte: Miniserie documental sobre el Apocalipsis


 

Castellani: a 40 años de su muerte. Miniserie documental sobre el Apocalipsis

Hace cuarenta años, un 15 de Marzo de 1981, fallecía ese profeta incómodo que tuvo la Argentina, el Padre Leonardo Castellani, cuyas obras nunca nos cansaremos de recomendar y difundir: apasionado crítico de la realidad y gran conocedor del último libro del Nuevo Testamento: el Apocalipsis, quizá el libro de la Biblia más arcano y menos leído, aunque el más actual.

Leerlo sin la guía de un buen intérprete pareciera ser tarea vana.

Simón Delacre, director de cine, ha emprendido hace tiempo la difícil tarea de llevar el libro del Apocalipsis (y su interpretación castellaniana) a la pantalla grande de una manera pedagógica y seria, al mismo tiempo.

En esta entrevista -homenaje al ilustre sacerdote jesuita- conversaremos acerca de este tema y otros más, adentrándonos poco a poco en esta obra única en su género.

 

Web del proyecto: https://www.elapocalipsis.org/

Estrenos en Youtube: https://www.youtube.com/caraveltv

Web de la productora: https://www.caravel.com.ar/

Mini-biografía del P. Castellani: “¿Quien fue el Padre Leonardo Castellani?”
https://www.youtube.com/watch?v=qIqJ-kYDNZ4

 

jueves, 25 de marzo de 2021

40 AÑOS – HOMENAJE AL PADRE CASTELLANI

 

RADIO CRISTIANDAD:

Conservando los restos

En el combate de resistencia

REVERENDO PADRE LEONARDO CASTELLANI

1981 – 15 de marzo – 2021

40º Aniversario de su muerte

Hace diez años Radio Cristiandad homenajeó al Padre Leonardo Castellani con un Especial dedicado a quien tanto le debemos.

En el siguiente enlace, publicado cinco años más tarde, usted podrá escuchar el audio del mismo, dividido en tres bloques, o puede leer el texto que lo acompaña:

https://radiocristiandad.org/2016/03/15/15-de-marzo-35-anos-de-la-muerte-del-padre-leonardo-castellani/

Como allí se dijo, sobre muchas cosas ha reflexionado y escrito el Padre Castellani; y de todas podemos meditar y aprender.

Para los que tuvieron la gracia de conocerlo personalmente (o para los que gastaron entre sus manos sus escritos), su sabiduría, su erudición, su espíritu profético, su humor… han servido de mucho para comprender los últimos años de la historia argentina y del mundo…, y les han ayudado a sobrevivir en medio de este desorden y corrupción… sirviéndose incluso de esa misma Babel que es el mundo postmoderno para ir ganándose la eterna bienaventuranza.

Hoy, que lo recordamos a 40 años de su muerte, recopilamos parte de sus enseñanzas y las aplicamos a lo que vivimos actualmente.

Nos encontramos en Cuaresma y cerca de la Fiesta de la Anunciación a María Santísima y de la Encarnación del Verbo Eterno en su seno purísimo.

El texto de la Ponencia del Padre Castellani en el Congreso Mariano de 1946 ayudará a la contemplación y meditación de estos misterios.

EL DESQUITE DE LA MUJER

La mujer se levantó sin ruido y se inclinó sobre el nidal de sus hijos, de donde había surgido un gemido. Los cuatro dormían sobre un montón de grama y en medio de animales. La mujer se arrodilló al lado y apoyó sobre una roca su cabeza. No podía dormir.

En el borde superior de la caverna, se veía una estrella extraordinariamente grande. Los pinos de los farallones susurraban suavemente, como el ruido de un río lejano.

La noche era templada y clara. La mujer comenzó a llorar hilo a hilo sin ningún sollozo, por nada, por un no sé qué, por la general inquietud y angustia indeterminada que sienten las mujeres acerca de sus hijos y forma parte del instinto materno.

Ahí estaba el mayor, llamado Poseí-un-hombre-por-Dios: encogido, los puños cerrados, la cabeza replegada sobre el pecho, ensortijado y moreno, su inquietante tesoro.

El segundo, llamado Esto-es-mi-nuevo-paraíso, estirado, rígido en su posición habitual, la boca levemente abierta, cara al techo; los brazos derechos y envarados, inmóvil. La madre, que ya sabía lo que era la muerte, se sobrecogió al verlo y lo tocó levemente; el niño se movió y gimió.

Las mellizas dormían al lado, descuajaringadas en posiciones inverosímiles, los graciosos y rechonchos miembros como desparramados, las cabecitas amorosas juntas, a la vez iguales y diferentes. La mujer sintió invadirla de nuevo la tierna y absoluta maravilla ante esa cosa nueva y milagrosa, el niño. Tú-también-serás-madre y Mujer-y-hermana dormían profundamente al lado de los varones.

Miró más allá y vio a su hombre, Tierra-Roja, medio envuelto en el pedazo de piel fulva manchada de sangre, tal como había llegado rendido por la caza; y por primera vez en su vida le pareció ver una especie de bestia, un animal de presa; sofocó inmediatamente un primer movimiento levísimo de repugnancia. Recordó el golpe con que el padre al llegar había arrojado por tierra al caprichoso hijo mayor, el golpe que a ella le pareció tremendo. El golpe fue moderado y merecido, porque le estaba pegando al otro; pero ella lo recibió en pleno corazón, y ahí no fue moderado.

Sin dejar de llorar pronunció de nuevo sus nombres, las palabras inventadas por ella, los cuatro disílabos extraños que en el primer idioma tienen preñez y fuerza de frase: Kain’m, Abheil, Ajdah, Leizrha. Eso, que estaba ahí amontonado era lo único absolutamente que le quedaba en el mundo, esos cuatro seres vivos que rompiéndola por el centro le habían enseñado el Miedo y el Dolor, la cara interior de la Muerte.

De golpe la primera mujer fue visitada por la majestad de la tristeza, una tristeza más inmensa que el día de la condena, una tristeza de sudar sangre, mezcla de todas las pasiones: una cólera sorda contra Dios, que iba a hacer sufrir y morir a sus hijitos por una culpa de ella; una angustiosa ansiedad de todo lo que irían a pasar en esta vida, un horror en la médula de los huesos, como un cuchillo en un nervio, de que ellos podían también pecar y perderse.

Eva sintió que su corazón desfallecía. Conoció que su deseo rencoroso de vengarse de Dios, de que Él también sufriera y muriera, que fuera un niño impotente sujeto a una mujer, era culpable.

Invocó a Dios contra su corazón malvado, contra esas impulsiones malas que nacían ahora en él y eran en su cabeza como una corona de espinas.

Se sintió pesada, fatigadísima sobre la tierra, impotente a todo. Miró a sus hijos, y miró a los hijos de sus hijos, y más allá a innumerables hijos nacideros de los hijos de sus hijos, y de todos se sintió ser la madre. Sintió el dolor de todas las madres: que toda mujer que había de concebir y dar a luz era ella misma, que por eso se llamaba ahora Euah, sucio Manantial-Viviente, la primera y la última de todas las madres.

Y de su inmenso arrepentimiento nació un amor colosal hacia todos sus hijos, una especie de viento arrollador y solemne que iba a buscarlos hasta el fin de los siglos y trataba desesperadamente de acariciarlos, de cubrirlos y de protegerlos. Pero sintió que no podía nada; y el viento arrollador la empujó hacia atrás, la arrojó sin que ella pudiera impedirlo a los días pasados, a los tiempos sin horas de la amistad con Dios, al Paraíso.

Por primera vez después de siglos, pensó en el Paraíso. Nunca pensaba en el Paraíso, cuya imagen indeleble había de emponzoñar de nostalgia eternamente la sangre de sus hijos: el recuerdo de su pérdida le producía náuseas de muerte. Pero ahora se vio de golpe sobre el césped blando, debajo de los terebintos, a la orilla de los ríos grandes como el mar, gozando del dominio danzante de su cuerpo intacto, libando la miel primera de todas las cosas, tomando posesión deslumbrada de la natura nueva y sumisa, los pies desnudos sobre el terrible terciopelo dorado de los enormes felinos dominados por la luz de los ojos del ser inteligente, sentada como en un trono sobre las rodillas de su hombre.

Recordó sus largos coloquios con Adán inocente, sus juegos de doncella arisca, de hermanita salvaje, el diálogo primigenio y eterno en el cual se inventaron todas las lenguas, a partir de los primeros gestos totales, cuando comprendieron el valor inteligente de los sonidos y empezaron a jugar con ellos como dos niños gozosos.

Pero su recuerdo más lancinante era el de sus coloquios con Dios: el éxtasis del atardecer, la oceánica invasión del dueño invisible, la pérdida del yo y la fusión perfecta con la causa infinita de todo, esa pasividad vibrante surcada como por relámpagos de deliciosas palabras en silencio, que venía cuando quería y se iba cuando quería, como la brisa de la tarde, dejándola después por un rato con la sensación de que nada existía y que la creación era una sombra vana.

Justamente por allí empezó la tentación, por querer tener la disposición del éxtasis, “seréis como dioses”. Eva se estremeció de horror y desdicha. Había codiciado lo que es estrictamente divino, quiso ser dueña del embeleso total, tenerlo cuando quisiera y sobre todo darlo, sí, ser capaz de comunicar cuando quisiera el éxtasis boca a boca a otra criatura que por lo tanto tuviera que adorarla; como la adorara allí mismo embriagadoramente aquella nueva criatura fulgurante que ostentaba vagamente las vivísimas formas del ofidio.

Eva se postró en el suelo, en un total reconocimiento de su error, en una conciencia traspasadora de su infatuación y su ignorancia. Ya era tarde. Pero ella sabía que la justa e irrevocable sentencia estaba unida a una misteriosa misericordia, cuyo signo eran esos mismos hijos que se le dieran en lugar del Paraíso, uno de los cuales aplastaría un día a la poderosísima serpiente.

Miró de nuevo su doloroso paraíso. De la boca de Abel surgió de nuevo el gemido, sordo, articulado en las sílabas ma-ma, el fonema misterioso que la penetraba, la palabra que ella nunca había dicho a nadie. Un inmenso anhelo de decirlo a alguien surgió de su soledad infinita.

Sintió el deseo absurdo de decírselo al Dios lejano y perdido, pero decírselo en medio del éxtasis antiguo en que su boca lo tocaba; decirlo y que Él lo tragara; el deseo de ser hija chiquita de alguien, de esconder como Abel en un regazo su pequeñez y su desolación infinita, de resignar por un momento la carga insoportable de ser madre de todos los vivientes, responsable única de toda la vida.

Todos aquellos que habían de ser sus hijos, serían hijos bastardos de Dios al mismo tiempo, hijos de mala madre, inficionados de más en más por la tara de su cuerpo maculado.

Tuvo un deseo inmenso de ser madre otra vez, pero madre de un ser absolutamente puro, más intacto que ella en su perdida virginidad paradisíaca; el deseo disparatado de ser madre de Dios mismo, o por obra de Dios.

Y sintió con horror que ese deseo imposible y casi sacrílego era más fuerte que ella, y que la arrastraba vertiginosamente hacia la pasividad de otrora, hacia el estado antiguo, en que se bañaba, en el seno de la Deidad, como en un mar aniquilante de delicias.

Sintió que su cuerpo se levantaba en el aire; o por mejor decir, no sintió mas su cuerpo, como si estuviese por encima del mundo entero y al lado de aquella solitaria estrella, el lucero de la tarde, Venus. ¡Tembló!

Entonces, en su exceso quiso, temblando, decir a Dios las dos sílabas ma-ma.

Gimió su alma, mareada como quien se siente trastabillar en un abismo.

Pero, en vez de decirle a Dios las no acostumbradas sílabas, con un gran temblor de su cuerpo y sin saber lo que decía, ¡lo llamó Hijo!

martes, 23 de marzo de 2021

Recuerdan al genial padre Castellani a 40 años de su fallecimiento

 Noticias Interés General

  • 15 de marzo, 2021
  • Buenos Aires (AICA)
Se cumplen hoy 40 años del fallecimiento del escritor y sacerdote Leonardo Castellani, de prolífica obra y profundo sentido apostólico y profético.

“Los que recuerdan el nacimiento celebran la aparición poco pulcra de un informe y desvalido embrión humano, que no se sabe si durará y qué dará de sí; los que festejan la muerte celebran la madurez de un alma inmortal, que rompe un cuerpo gastado hasta la cuerda”, escribió el propio Leonardo Castellani, sacerdote, brillante escritor y un lúcido pensador, que un 15 de marzo de 1981, hace hoy 40 años, moría en Buenos Aires, dejando una prolífica obra que enorgullece a las letras argentinas.

“Hoy se celebra un nuevo aniversario de la partida a la Casa del Padre del querido Padre Leonardo Castellani de feliz memoria”, recuerda Manuel Outeda Blanco, director de la Exposición del Libro Católico.

“A lo largo de su vida fecunda se destacó como sacerdote escritor y patriota, dando testimonio con su pluma siempre para honrar a Dios y demostrar su amor al prójimo”, expresó a AICA Outeda.

Y añadió: “En el marco de la Exposicion del Libro destacamos y honramos su trayectoria de notable e ilustre escritor con la entrega anual de la Estatuilla que lleva su nombre. La recibieron hombres y mujeres que siguieron sus pasos como monseñor Octavio Derisi, el profesor Enrique Mayocchi, el padre Cayetano Bruno, la doctora Lila Archideo, el doctor Alberto Caturelli, monseñor Juan Carlos Rutta, el doctor Pedro Luis Barcia y el profesor José María Castiñeira de Dios. “Todos ellos conocieron y se enriquecieron del genio del padre Castellani”, afirmó Manuel Outeda.

“Castellani se destaca en todos los géneros y ciencias sagradas y profanas hasta crear como decía el cardenal Quarracino 'un género propio’”, destacó por su parte el doctor Rafael Breide Obeid, director de la Revista Gladius y propagador de la obra del Padre Castellani.

“Su prosa -añade Breide Obeid- es genial. Fluye diáfana y cristalina integrando todos los saberes. Es plenamente católico es decir universal, y por su unión con Nuestro Señor Jesucristo con Él, es rey, sacerdote y profeta”.

“Sus sesenta libros son el tesoro más grande de la Argentina. Que más se enriquece cuanto más se difunde”, indicó el director de Gladius.

El Padre Castellani
“Es la mente más brillante que dio la Argentina en el siglo XX”, supo decir Jorge Luis Borges sobre este hombre nacido en Reconquista, provincia de Santa Fe, un 16 de noviembre de 1899.

Terminó el bachillerato en Santa Fe y en 1918 ingresó al noviciado jesuita de Córdoba. Estudió letras, filosofía y teología en Santa Fe, luego en Buenos Aires y comenzó a escribir (Camperas), luego fue enviado en 1929 a Europa a proseguir sus estudios, en 1931 fue ordenado sacerdote y estudió Filosofía y Teología en la Gregoriana de Roma. Después estudió Psicología en la Sorbona de París. Tras unos meses en Alemania, en 1935 volvió a la Argentina.

Había egresado de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma con las más altas notas obteniendo el Título de “Doctor Sacro Universal” en Teología y Filosofía, lo que lo habilitaba a escribir con notas propias sobre las Sagradas Escrituras, sin previa autorización del Vaticano, lo que sólo pudieron hacer muy pocos hombres en la milenaria historia de la Iglesia Católica. El título obtenido se conoce vulgarmente como “Doctor de la Iglesia”.

Luego partió a Francia a estudiar durante tres años en La Sorbona la carrera Superior de Filosofía, Sección Psicología. Luego pasó a Alemania para profundizar los estudios y la práctica con enfermos mentales.

Publicó 56 obras tanto religiosas como poéticas, fábulas campestres, relatos, y luego de una serie de conflictos con su Orden (Jesuitas), fue expulsado de la misma soportando dos años de prisión en Manresa (España), de la cual puede escapar con ayuda de amigos en un estado físico y mental deplorable. Tampoco pudo ejercer su ministerio sacerdotal durante varios años. Pero nunca dejó de escribir tanto libros como artículos periodísticos en diarios y revistas.

No solo fue un docente responsable y bien preparado, sino también un periodista nato, y un iniciador de la crítica literaria seria en la Argentina, con no menos de veinte seudónimos colaboró en publicaciones diversas editadas en la ciudad de Buenos Aires como Estudios, revista El Salvador, Criterio, Revista de la Universidad de Buenos Aires, Nuestro tiempo, Verbo, Cabildo (sobre todo), Dinámica social, Patria libre, entre otras,

Firmó cerca de 500 artículos y dirigió dos revistas: Estudios, de la Academia Literaria del Plata y Jauja, fundada por él mismo. La gran mayoría de sus libros editados hasta ahora son colecciones de artículos, lo cual no quita nada a su originalidad y solidez doctrinaria. En el último tramo de su vida se dedicó a la exégesis bíblica, preocupado, sobre todo, en el tema de la segunda venida de Cristo.

El año 1975 marcó el reconocimiento de los argentinos a este ciudadano ilustre: la Universidad de Buenos Aires le otorga el grado de “Doctor Honoris Causa” y el Gobierno Nacional le otorga el premio “Consagración Nacional”.

En 2004 sus restos fueron trasladados, en un significativo acto, al cementerio de Reconquista, al “Panteón de la Ciudad”, lugar donde descansan “los restos mortales de aquellos ciudadanos que se hayan destacado en algún aspecto de la vida social”. 

El presbítero Francisco Avellá Chafer, historiador del clero porteño y alumno del padre Castellani, describía así a su antiguo profesor: “En grado eminente, se daban en él tres requisitos esenciales: memoria firme, fantasía fértil e ingenio agudo, cualidades que lo elevaron a niveles de genio”.+

[https://aica.org/noticia-recuerdan-al-genial-padre-castellani-a-40-anos-de-su-fallecimiento]

 

 

viernes, 19 de marzo de 2021

Leonardo Castellani, el gran escritor y profeta argentino ausente en el canon de nuestras letras

 

[https://www.infobae.com/cultura/2021/03/15/leonardo-castellani-el-gran-escritor-y-profeta-argentino-ausente-en-el-canon-de-nuestras-letras/]

Incansable en su prédica contra la decadencia nacional, este sacerdote jesuita rebelde, fallecido hace 40 años, dejó una prolífica obra ignorada por la historia oficial de la literatura argentina, por estar sembrada de incómodas verdades que muchos no quieren escuchar

autor

PorIciar Recalde

Leonardo Castellani, sacerdote, filósofo, teólogo, ensayista, novelista, periodista y polemista, murió hace 40 años, el 15 de marzo de 1981
Leonardo Castellani, sacerdote, filósofo, teólogo, ensayista, novelista, periodista y polemista, murió hace 40 años, el 15 de marzo de 1981

El 15 de marzo de 1981 partió hacia la inmortalidad el sacerdote Leonardo Castellani. Con él desaparecía uno de los más lúcidos pensadores católicos del siglo XX.

Este hombre, que sintió arder dentro de sí la misión providencial de hacer Verdad, “una verdad por la cual se pueda vivir y morir (...) una verdad viva y vital” (San Agustín y Nosotros), había nacido en San Jerónimo del Rey, luego ciudad de Reconquista, en la provincia de Santa Fe, el 16 de noviembre de 1899. Hijo del florentino Luis Héctor Castellani, fundador del diario El Independiente, asesinado por la policía en medio de las luchas electorales de 1906, cuando Castellani era aún un niño, y de Catalina Contepomi.

En una Argentina intelectualmente desarmada, donde los hombres vivían de prestado, pidiendo al extranjero ojos, oídos, conciencia y sensibilidad, Castellani comenzó a forjar en la levadura del talento un estilo único y hondamente argentino, que tempranamente fuera ponderado en su autenticidad por Hugo Wast en el prólogo a Camperas (1931) y ratificado por Hernán Benítez como “género propio” en el Estudio Preliminar a Crítica Literaria (1945).

Castellani fue uno de los principales forjadores del género policial argentino, reconocido exclusivamente por la voz solitaria de Rodolfo Walsh
Castellani fue uno de los principales forjadores del género policial argentino, reconocido exclusivamente por la voz solitaria de Rodolfo Walsh

Evitado esmeradamente al día de hoy por las historias de la literatura, fue sin embargo uno de los principales forjadores del género policial argentino, reconocido exclusivamente por la voz solitaria de Rodolfo Walsh. Legó una obra crítica inmensa: 48 libros publicados en vida en editoriales sumergidas en el olvido y cientos de artículos de acentos huracanados esparcidos en los múltiples periódicos en los que participó. En la huella de Miguel de Cervantes y José Hernández, sintetizó el dominio del idioma con una destreza tal que le permitió peregrinar por todos los géneros existentes sin perder un ápice la preocupación teológica que está en el corazón de todos y cada uno: poesía, novela, fábula, cuentos, teatro, ensayos políticos, filosóficos, pedagógicos, psicológicos, crítica literaria, exégesis. Como está en el corazón de todos y cada uno el amor y la defensa de la Patria, cuyos dramas comprendió y combatió como pocos hombres de su tiempo, con el todo admonitor y el acento rudo de los profetas.

En 1913 ingresó como pupilo en el colegio de “La Inmaculada” perteneciente a la Compañía de Jesús en Santa Fe, donde se recibió de bachiller en 1917. Un año después, pasó al Noviciado de los Jesuitas en Córdoba y en 1923 ingresó en el Seminario porteño de Villa Devoto. Entre 1924 y 1927 enseñó en el Colegio del Salvador y comenzó a publicar sus primeros cuentos y fábulas. En 1928 inició sus estudios de Teología y al año siguiente fue enviado a Roma a completarlos en la Universidad Gregoriana, donde se ordenó sacerdote. En 1932 se instaló en Francia por dos años y obtuvo el diploma de Estudios Superiores en Filosofía en la Sorbona.

Promediando la década infame, regresó al país donde continuó la labor docente que alternó con el ministerio sacerdotal, el periodismo y la publicación de sus primeros libros: Sentir la Argentina, (1938), La Reforma de la enseñanza y Martita Ofelia (1939), Conversación y crítica filosófica (1941), Las nueve muertes del Padre Metri y El nuevo gobierno de Sancho (1942),entre otros.

En 1945 integró la lista por la Alianza Libertadora Nacionalista como candidato a diputado nacional para las elecciones de febrero de 1946, acontecimiento que ofició de preludio de un largo y tortuoso suceder de desventuras con el Provincial de su Orden que se ahondaron tras la publicación de las cartas “Dic Ecclesiae”, en donde Castellani esbozó una serie de críticas a la Compañía de Jesús, en las que ya comenzaba a asomar el audaz polemista fustigador del fariseísmo. Se lo conminó, entonces, a abandonar la Orden voluntariamente, se rehusó y viajó a Europa con el objetivo infructuoso de exponer su caso. Fue confinado dos años en Manresa, de donde escapó en 1949 para regresar a la Argentina. Expulsado definitivamente de la Orden, se refugió temporalmente en la diócesis de Salta, donde subsistió como docente. Recién en 1952 le fueron devueltas sus cátedras en Buenos Aires, tres años después se lo rehabilitó para decir misa y en 1966 arregló su situación con la Iglesia, de la que jamás apostató y a la que sirvió en su fe hasta sus últimos días: “De modo que la primera parte deste protocolo consistiría en quejarme que la Iglesia me ha perseguido y la Patria me ha pospuesto y postergado; y de ahí concluir que hay un estrato de vitriolo en el fondo de la Iglesia y un gusano inmortal en el seno de la Patria. Pero después deso tendré que confesar que la Patria me ha dejado vivir- lo cual no es poco- y la Iglesia me ha enseñado la fe de Cristo” (Seis ensayos y tres cartas).

Castellani sobre los "partidos": “No había diferencia esencial alguna en los 'programas' (ni) en las 'doctrinas'. Lo cual no quiere decir no hubieran brutales diferencias en las codicias ('quítate tú que me pongo yo')"
Castellani sobre los "partidos": “No había diferencia esencial alguna en los 'programas' (ni) en las 'doctrinas'. Lo cual no quiere decir no hubieran brutales diferencias en las codicias ('quítate tú que me pongo yo')"

Los crímenes del Liberalismo

Castellani golpeó como puños premiosos contra las puertas del liberalismo como causa fundante de los males del país: “Lo más conducente entre nosotros para probar que el liberalismo es pecado, es examinar los efectos del liberalismo en la Argentina. Son tan feos que sólo pueden proceder de un pecado. ‘Por sus frutos los discerniréis’. He aquí los diez crímenes (…) El liberalismo exterminó al indio. El liberalismo arruinó la educación argentina. El liberalismo relajó la familia argentina. El liberalismo esterilizó la inteligencia argentina. El liberalismo nos infundió un ánimo abatido (…) un complejo de inferior. El liberalismo mutiló a la Nación de su territorio natural histórico. El liberalismo empequeñeció a la Iglesia argentina. El liberalismo creó gratis el problema judío. El liberalismo nos enfeudó al extranjero. El liberalismo rompió la concordia y creó la división espiritual de los argentinos que actualmente se encamina a una crisis dolorosa” (Sentencias y aforismos políticos).

La Argentina era en consecuencia “como un cigarro fumado a la vez por las dos puntas” (Jauja, 1969), cuya norma era la “propensión a entregarse del todo al extranjero” (La religión y la libertad, 1956). La riqueza producida por el sudor del trabajador argentino sangraba hacia afuera y encadenaba al país a ser una semicolonia económicamente raquítica y espiritualmente vencida: “La cuestión económica y la política exterior, es decir, los dos problemas polos de todo gobierno REAL (...) nos eran dados hechos desde fuera; y para que nos creyésemos Nación, nos dejaban divertirnos, afanarnos y matarnos con los triquitraques sórdidos de la ‘política interna’”. O sea, la farsa demoliberal que consistía “en el llamado JUEGO DE LOS PARTIDOS, instrumento artificial de una pseudodemocracia, que tiene poquísimo de política real (…) consiste simplemente, al final del proceso del régimen liberal, en que NO HAY PARTIDOS. No hay una cosa realmente partida -a no ser la concordia y el bien común de la Nación-, hay una sola cosa real (...) Los partidos liberales (…) tienden a convertirse en una clase de hombres homogéneos moral, intelectual y hasta caractéricamente, que se adjudican como prebenda la función de gobernar, y luchan continuamente (…) por el poder; en el cual, si las cosas marchan como deben, lo justo es que se vayan turnando”, y dice más: “no había diferencia esencial alguna en los «programas» (…) ni en las «doctrinas». Lo cual no quiere decir no hubieran brutales diferencias en las codicias («quítate tú que me pongo yo»), obcecadas diferencias en los ánimos («nosotros somos los buenos, nosotros ni más ni menos; los otros son unos potros, comparados con nosotros»)” (Seis Ensayos y Tres Cartas).

Leonardo Castellani fue un precursor de la novela policial argentina
Leonardo Castellani fue un precursor de la novela policial argentina

Así, los dirigentes del liberalismo “cayeron en la tentación que ahora llaman «progresismo»; o sea, de vender el alma al diablo y las riquezas del país a los Malditos, a cambio de un aparatoso progreso técnico, al cual pagamos escandalosamente caro y no conseguimos entero, pues todavía estamos subdes, según nos echan en cara” (Jauja, 1969). El fundamento de que una Nación rica y con sobradas condiciones de convertirse en potencia hubiese aceptado tan indigno vasallaje, o sea, la capitulación política y el expolio de la riqueza nacional, para Castellani estaba directamente ligado a la colonización espiritual del país: “Si caímos en redes de foráneos mercaderes, fue porque primero escuchamos silbos de foráneos masones, y el miasma sutil de la herejía había contaminado entre nosotros los intelectos. El Liberalismo antes de ser un mal sistema político y un mal método económico, es una mala teología, es una herejía, una cosa espiritual, que no se puede conjurar del todo sino en su propio centro, que es la región de la estratósfera donde combaten invisiblemente los espíritus” (Crítica Literaria). Por tanto: “La Argentina (…) No será del todo independiente mientras no sepa pensar sola” (La Reforma de la Enseñanza).

Palabras que parecen escritas hoy como azotes a la “idolatría” de lo políticamente correcto que viene imponiendo hace décadas una nueva “fe” donde prima el relativismo radical y la “libertad de opinión” por sobre la búsqueda de una verdad trascendente, cuyo corolario al decir de Castellani es el “chillar los ineptos hasta acallar al sabio” (El nuevo gobierno de Sancho). Pensamiento que postula que todas las opiniones valen lo mismo, que todo es discutible hasta el derecho sagrado a la vida sobre el que se asientan el resto de los derechos, junto al consignismo vacuo anudado a reclamos histéricos de más derechos sin ninguna obligación del pensamiento progresista cuyos valores son los valores elementales del liberalismo que bajo ropajes variados mantiene su esencia: globalismo y cosmopolitismo, ataque a la tradición, tecnocracia y economía de libre mercado, individualismo y hedonismo, destrucción de la persona humana, de la familia y de la comunidad, democracia como el dominio de las minorías sobre las mayorías. Guerra sin cuartel contra la nacionalidad en el suelo que lo único que produce para sus hijos es hambre, pobreza y dolor: “No son la Patria los que actualmente y desde hace mucho tiempo mangonean el país a su gusto o a gusto del diablo (…) No es la Patria la ideología liberal, la plutocracia mercantil ni el imperialismo extranjero; esas cosas no se pueden consagrar al Corazón de María. (…) ¡Cómo va a ser la Patria esta inmensa laguna en que andamos braceando con desesperación, nadando contra corriente y empantanándonos sin poder ir ni atrás ni adelante; esta casona derruida donde respiramos aire gastado, comemos pan duro, estamos inundados de mentiras y pamplinas, leemos o vemos cada días que nos dan en rostro, estamos vejados por el cretinismo ambiente y creciente, soportamos vergüenzas nacionales!” (Seis ensayos y tres cartas).

Leonardo Castellani (a la derecha en segundo plano)
Leonardo Castellani (a la derecha en segundo plano)

En defensa de la Tradición y la Cristiandad que reintegrasen a la Argentina su fisonomía católica e hispánica limpiándola de elementos extranjerizantes -“El eje permanente de la historia argentina es la pugna entre la tradición hispánica y el liberalismo foráneo, bajo cuyo signo nacimos a la ‘vida libre’”-, Castellani formuló la necesidad de restauración de un principio de autoridad y de un orden moral justo. El país debía entrar en “la etapa de la inteligencia”, como elemento unificador de la vida afectiva comunitaria. La Nación dependía de “muchos factores, algunos materiales como la geografía, la economía y la raza; otros formales como la religión, un ideal histórico común, y la lengua, que los une a todos”, que actúan como plataforma fundante de un ideal trascendente, elemento espiritual que hace posible la unidad nacional: “Una creencia común, que por trascendental cubra las diferencias contingentes individuales es el cemento indispensable de una sociedad que se concreta en un ideal nacional capaz de proponer una empresa conjunta con alcance universal” (Dinámica Social, 1951), porque “toda Nación para existir decentemente debe tener una misión en el mundo, una idea trascendental que realizar, llamada «el ideal nacional», porque así como el hombre no es fin de sí propio, tampoco las naciones” (Decíamos Ayer).

Es por eso que, a la par de la espera consoladora del único dogma del Credo aún no cumplido, el Venturus est, el regreso de Cristo a poner la justicia y el bien a la Tierra, llamó al despertar aunque más no sea de un puñado de argentinos dispuestos al sacrificio: “Y mientras ellos existan, aunque sea como generación sacrificada, la redención de la Argentina es posible” (Seis ensayos y tres cartas). Que así sea.

 

jueves, 18 de marzo de 2021

Padre Castellani, «excelencia argentina decapitada»

 

[https://www.infocatolica.com/?t=opinion&cod=40048]

Se cumplen 40 años de la muerte del recordado jesuita (+ Buenos Aires, 15 de marzo de 1981); y hoy son cada vez más las noticias sobre el creciente conocimiento y valoración de su obra, en Argentina y en el exterior.

Cuenta un sacerdote argentino que, en su Seminario, vio al padre Leonardo Castellani leer con fruición un libro, mientras caminaba por las galerías. Se acercó, y le preguntó sobre la obra que tanto estaba disfrutando. Las Últimas Noticias, fue la respuesta contundente. ¡Pero si es un libro, y no un diario!, descerrajó para retrucar. Son las Últimas Noticias. ¡Estoy leyendo el Apocalipsis!, concluyó el religioso. ¡Castellani puro y lúcido, como tantas otras veces! Le bastaron pocas palabras para dar una clase de Esjatología; y si se quiere, también, de periodismo…

Se cumplen 40 años de la muerte del recordado jesuita (+ Buenos Aires, 15 de marzo de 1981); y hoy son cada vez más las noticias sobre el creciente conocimiento y valoración de su obra, en Argentina y en el exterior. No han faltado, justo es reconocerlo, en esta tierra del fin del mundo, corajudos e inteligentes discípulos y admiradores suyos que, contra viento y marea, en una soledad cubierta de hostigamientos, hicieron casi heroicamente lo imposible por divulgar su legado. Valga citar, por ejemplo, al recordado Cardenal Antonio Quarracino, Arzobispo de Buenos Aires, y primado de la Argentina, entre 1990 y 1998. Y por supuesto, también, al padre Alfredo Sáenz, SJ, quien fuera hermano del padre Castellani, en la Compañía de Jesús; y que le ha dedicado importantes páginas en sus numerosos libros. Y, en las filas de los seglares, a Sebastián Randle, autor de dos voluminosos tomos de lo que constituye, hasta el presente, su biografía más completa; Jorge Ferro, y los organizadores de la Exposición del Libro Católico, entre otros. Pero, como ocurrió con el tango, que primero triunfó en París y, luego, en nuestras pampas, vale reconocer que gracias al escritor Juan Manuel de Prada, y otros intelectuales españoles y de otros puntos de Europa, la obra del sacerdote santafecino se va descubriendo, con nueva fuerza, en este arrabal del globo terráqueo…

Jamás imaginé que daría una clase magistral sobre Castellani, en una universidad europea; y que sería aplaudido de pie, confesó hace un tiempo uno de sus alumnos, padre de un Sacerdote. No pude dejar de comentarle, entonces, lo que me tocó vivir, en 1999, con motivo del Centenario del nacimiento de Jorge Luis Borges, y del propio Castellani. Los homenajes oficiales, no oficiales, paraoficiales; de intelectuales de brillo, y de mercenarios metidos a intelectuales, se multiplicaban como los hongos después de la lluvia. Toneladas de papel, y ríos de tinta, aquí y allá, ostentaban ditirambos a la figura de Borges. De Castellani, ni una palabra por ningún lado. Seis años después, ya en el Seminario, Mons. Miguel Ángel Irigoyen, me contó que Borges –más allá de la obcecación agnóstica, con que se pretendió y aun se pretende etiquetarlo- murió como hijo fiel de la Iglesia. Y que fue su gran amigo, Mons. Daniel Keegan, entonces Rector de la Catedral de Buenos Aires, quien viajó especialmente a Ginebra para darle, en 1986, la Unción de los Enfermos. No puedo dejar de imaginar la intercesión de Castellani para que su colega, cinco años después de su partida para el Juicio del Eterno Padre –y no, claro está, de la crítica literaria-, muriese con los auxilios de la Santa Religión Católica.

Alternaba yo, en aquel final del siglo XX, mi labor periodística con la enseñanza en colegios secundarios. Y cuando intenté incluir en los tributos centenarios la figura de Castellani, obtuve como resultado expresiones de asombro –por el total desconocimiento de su obra, incluso por parte de profesores de Literatura-, conmiseración, indiferencia e, incluso, de desprecio. Desafiando, entonces, la ignorancia supina y el rechazo, empecé con sus cuentos policiales, para llegar a los adolescentes. Desfilaron, así, por las aulas, Las nueve muertes del padre Metri, y El crimen de Ducadelia y otros cuentos del trío. Colegas y autoridades de esos establecimientos me hicieron sentir, de mil y un modos, su desdén. Los jóvenes, en su gran mayoría, quedaron fascinados. Incluso, varios años después, cuando me encontraban por la calle me gritaban, ¡Gracias, ‘profe’ por habernos hecho conocer a Castellani!...

Providencialmente, a través de mi gran amigo Alejandro Bilyk, propietario de Editorial Vórtice, el Señor ha querido que leyese, en este accidentado verano plandémico, la nueva edición de Cristo y los fariseos; que publicaron, conjuntamente, la propia Vórtice Jauja. Fue un huracán de frescura que, como ocurre con todas las páginas de Castellani, me sirvió una vez más para interpretar las siempre fugaces noticias, a la luz de las Últimas Noticias… Baste tan solo una cita de Castellani, que hace Eduardo Allegri, en la Introducción, para vislumbrar la esencia del libro: El fariseísmo es esencialmente homicida y deicida. Da muerte a un hombre por lo que hay en él de Dios. Instintivamente, con más certidumbre y rapidez que el lebrel huele la liebre, el fariseo huele y odia la religiosidad verdadera. Es el contrario de ella, y los contrarios se conocen. Siente cierto que, si él no la mata, ella lo matará.

En el capítulo titulado, El dulce Nazareno, se recoge este planteo de Castellani:

  • ¿Una pateadura puede salvar un alma?
  • No- es la respuesta corriente. Pero si una pateadura no pudiese salvar un alma, Cristo no hubiese dado pateaduras. Y el Evangelio nos relata dos formidables pateaduras por lo menos, dadas por Cristo a los mercaderes del Templo.

Suprimid la indignación viril en Cristo y suprimís su virilidad. La indignación viril queda borrada de la lista de las virtudes cristianas. Y la indignación justa, con todos sus gestos y sus efectos, es una virtud.

Dejo, también, aquí, otra expresión que me impactó hondamente: Sólo el fariseísmo puede devastar a la Iglesia por dentro, sin lo cual ninguna persecución externa le haría mella, como vemos por su historia, pues ‘la sangre de los mártires es semilla de cristianos’. Si la Iglesia está pura y limpia, es hermosa, y atrae, no repele. Atrae prodigiosamente, como se vio ya en su asombrosa propagación entre dificultades sin cuento, muertes y martirios.

No es mi propósito hacer una recensión de la obra. Dejo esa labor para quienes puedan realizarla. Traje, tan solo, algunas de sus frases emblemáticas, para alentar el interés por leer o releer a Castellani. Si alguno de los lectores de esta nota lo hace, me sentiría más que satisfecho. Ni qué hablar si algún profesor de colegio secundario se anima a desafiar al sistema, al Estado profundo, como se lo llama ahora; y aun exponiéndose a perder su trabajo, decide incluir sus obras en las clases…

Vuelvo, por un momento, al querido e inolvidable Cardenal Quarracino. Como decíamos más arriba, a él se le debe en gran medida que el padre Castellani fuera rescatado del olvido e, incluso, de la cultura de la cancelación; como se denomina, actualmente, a los despiadados hostigamientos, contra quienes se animan a desafiar el totalitario pensamiento único. En 1996, a quince años de la muerte de Castellani, el purpurado enfatizaba, en un homenaje: Vivimos en un tiempo, en una sociedad, en un país muy proclive al olvido y muy reacio a admitir y reconocer las excelencias y las gratitudes… Alguna vez definí a la Argentina como el país de las oportunidades perdidas, y añadí de manera un tanto pedante, el país de las excelencias decapitadas. A veces da la impresión de que, si alguien sobresale, de inmediato le rompen la cabeza. Entre esas excelencias decapitadas hay que ubicar la figura del padre Castellani.

No se equivocó, por cierto, el valiente primado. Estas palabras, tranquilamente, podrían decirse hoy; 25 años después. Me viene a la memoria, de cualquier modo, aquello que otro poeta argentino, Pedro Bonifacio Palacios (Almafuerte); ciertamente, desde otros ámbitos, escribió en Piu avantiNo te des por vencido ni aún vencido, no te sientas esclavo, ni aún esclavo; trémulo de pavor, piénsate bravo, y arremete feroz ya mal herido… ¡Que muerda y vocifere vengadora, ya rodando en el polvo, tu cabeza!

Quisieron decapitar a Castellani, y solo lograron multiplicar su legado. Él mismo lo intuyó: Los profetas vivos dan disgustos; los profetas muertos dan dinero. Aunque en eso se quedó corto. Además de plata dan, por todas partes, una riqueza mucho mayor; desbordante de anticipos de eternidad…

 

+ Padre Christian Viña

miércoles, 17 de marzo de 2021

A cuarenta años de la muerte del P. Castellani

 

lunes, 15 de marzo de 2021

A cuarenta años de la muerte del P. Castellani

 


P. Leonardo Castellani 

16/XI/1899 - 15/III/1981


Religión es religación o unión amorosa con Dios, no espantamientos contra un ‘destino’ inexistente, que los idólatras de todos los tiempos han creído inexorable, por ignorar y menospreciar de hecho la maravillosa intervención de la Divina Providencia. La tranquilidad ante el mañana incierto, el hombre verdaderamente religioso lo obtiene por añadidura (Mt. VI:33). Además, toda violencia, miedo y tristeza, no suele ser de Dios. 

La vida devota no es un conjunto de prácticas y reglas fastidiosas, que fraccionan la vida, pero son ineludibles; una lucha contra los deseos permitidos que es necesario trabar para vencerse; en fin, la ejecución de lo más molesto para salir victorioso de sí mismo (Y, sin confesarlo, ¡se saborea la victoria!).

Pues bien, ¡no, no y no! Todo esto es estar en el abecé de la vida espiritual; es no haber comprendido el amor ni el esplendor de Dios y del hombre. 

La verdadera piedad, el amor verdadero, es una vida: una vida transformada, una vida apacible, llena de confianza en Dios; una vida gozosa, porque es libre, una vida amante, porque se ha dado, una vida de maravillosa dilatación del alma… ¡una novedad de vida! Una de las cosas más sorprendentes del cristianismo, para el que lo mirase como una mera regla moral, sin espiritualidad, es ver cuántas veces los reprobados por Dios son precisamente los que quieren multiplicar los preceptos, como los fariseos de austera y honorable apariencia; mientras en la Epístola a los Gálatas San Pablo lucha por quitar preceptos en vez de ponerlos, con gran escándalo del beaterío de su época. Es esto un ejemplo notable para comprender que lo esencial, para el Evangelio, está en nuestra espiritualidad; es decir, en la disposición de nuestro corazón para con Dios. 

Lo que Él quiere, como todo padre, es vernos en un estado de espíritu amistoso y filial para con Él, y de ese estado de confianza y de amor hace depender, como lo dice Jesús, nuestra capacidad (que sólo de Él viene) para cumplir la parte preceptiva de nuestra conducta.

Domingueras Prédicas II, Mendoza, Jauja,1998 268-69.


jueves, 11 de marzo de 2021

Sobre la esperanza y sus contrarios

 

Leonardo Castellani

[https://blogdeciamosayer.blogspot.com/2021/03/sobre-la-esperanza-y-sus-contrarios-p.html

Leopoldo Marechal se sirvió, en su novela Adán Buenosayres, de un imaginario «descenso a los infiernos» para hacer ver las miserias más típicas del ser argentino. Estructura su infierno en torno a los ocho pecados capitales (que en la más antigua tradición eran justamente ocho, aunque hoy se cuentan siete). Cada círculo infernal responde a uno de los vicios. El quinto es la pereza.

Al pretender abandonar el quinto infierno, Adán, el protagonista, se encuentra con unas apariciones que le cierran el paso. Son los «potenciales», como los llama Marechal. «Lector vidente, raro es el hombre que escondido en la intimidad segura de su alma, no haya inventado para sí destinos locos, aventuras imposibles, gestos desmesurados y personificaciones absurdas que, forjadas en el inviolable taller del ensueño, no se atrevería él a confesar ni bajo tortura».

Se le presenta el primero: «Yo habría sido aquel Edison Anabaruse, aquel muchacho boxeador, la Pantera Salvaje de Villa Crespo... (que) vencí o habría vencido a Jack Dempsey en la segunda vuelta de aquel match formidable...» El segundo, Don Brandán Esoseyúa, que pregunta ante la pampa desierta: «¿dónde están los establecimientos ideales, las estancias maravillosas que yo fundé o habría fundado en el sur, distribuyendo mis tierras entre los colonos que trabajaban como ángeles y proliferaban como bestias, no sin que una y otra función les dejara tiempo para leer a Virgilio y meditar la Política de Aristóteles?». El tercero también se interpone, pese a la súplica de Adán: «–¡Usted no! ¡Sería demasiado ridículo! –¿Ridículo? Yo, Bruno de San Yasea, en pleno siglo XX, asumí o asumiría el gobierno de la República; y durante ocho lustros regí sus destinos con una mano de hierro y otra de azucena... En llanos, montes, aldeas y urbes templé y armonicé las clases sociales como si fuesen las cuerdas de un laúd... Y aún falta lo sublime: ...quise darles el ocius necesario, la oportunidad de redescubrir en ellos la imagen del Creador. Y fue así como, ni bien logré o habría logrado que el solar argentino fuese una gran provincia de la tierra, conseguí también que se transformara en una gran provincia del cielo... Se vio cómo los desertores de la ciudad construían sus Tebaidas en los eriales de Santiago del Estero, en la Puna de Atacama o en la travesía de San Luis. ¡Gran Dios, las catedrales brotaban como hierbas!» (Vale la pena leer toda la fantasía política de San Yasea).

Y, por fin el último: «En la provincia de Corrientes, a orillas de la misteriosa Iberá, existe una región insalubre que parece dejada de la mano de Dios. ¿Recuerda el sitio? En aquella comarca y llamado por el Señor a las duras vías de la penitencia, edifiqué o habría edificado mi ermita, un chiquero de paja y barro casi hundido en la ciénaga. El sol implacable, los ponzoñosos vahos de la laguna y las trompas mordientes de los insectos castigaban allá toda carne; de modo tal que yo, fray Darius Anenae O.S.B., consagré o habría consagrado mis días y mis noches a lavar las llagas de los leprosos, enterrar a los muertos,  restañar el llanto de las viudas y alimentar a los huerfanitos».

Éstos eran los potenciales de Adán, que describe muy adecuadamente como peleles, casi figuras humanas, con contornos apenas esbozados en una materia sin color y traslúcida como el celuloide, de extrema liviandad, que se bamboleaban pero nunca caían, como los monigotes de base redonda con que juegan los niños. Una buena descripción para esas imaginaciones tan nuestras, que elaboramos en modo potencial: yo sería, yo haría, yo habría hecho...; o en modos verbales cercanos: ¡ah, si yo fuera, si yo pudiese, si yo hubiera o hubiese hecho...!, y que están bien ubicadas en el infierno de la pereza, cerrándonos el paso, impidiéndonos salir de él.

Porque si el cristianismo es esperanza (y lo es fundamentalmente), el peor enemigo de la esperanza cristiana no es tanto la desesperación, a pesar de ser su contrario, sino esta suerte de falsa esperanza que aceptamos complacidos, no sólo en la adolescencia sino también en la vida adulta, como un ejercicio de la fantasía o un juego de la imaginación, pero que muchas veces es refugio de nuestra cobardía y pretexto de nuestra pereza ante la propia conciencia, que se duerme acunada por estos cuentitos de hadas.

Justamente lo contrario es lo que hace la esperanza. Al activar el deseo, la esperanza pone en marcha la acción, es virtud que impulsa a la ejecución, no en modo potencial sino en indicativo. Acción presente o futura, pero siempre real. La esperanza, que considera el bien futuro como posible, aunque sea arduo y trabajoso, impulsa el deseo para transformar eso posible en real, lo futuro en presente, lo perseguido en alcanzado, el bien deseado en gozado. Y lo hace en relación al más alto bien de la Vida Eterna (por eso es esperanza teologal), pero también en relación a los otros altos bienes, siempre con referencia al fin último. Eso es la santidad. Y buena falta le está haciendo al tiempo presente hombres y mujeres con esta esperanza, en una nación desde hace años llena de «potenciales» no de potencias–.

De esta manera la esperanza hace al hombre magnánimo, mientras que la falta de esperanza lo transforma en perezoso y pusilánime, alguien que vive de sueños o fantasías, delirios de grandezas o, cuando menos, inútiles buenas intenciones, de las que está lleno el infierno, según certifica uno de esos potenciales de Marechal.

Toda verdadera grandeza depende de la esperanza. Es grande el que espera grandes cosas, y pequeño el que espera pequeñeces. Y al mismo tiempo la fortaleza que permite soportar la adversidad y perseverar en la ardua búsqueda del ideal (último o intermedio), la decisión y el temple de la voluntad dependen también de ella. Cierto es que sin la caridad cristiana podría entenderse mal esta esperanza, convirtiéndola en una virtud voluntarista, puramente humana y hasta, a veces, soberbia. Pero eso no sucede al cristiano.

Porque el cristiano funda su esperanza en la Gracia de Cristo. Si el cristianismo ha podido producir verdaderos Brandán Esoseyúa, Bruno de San Yasea y Darius Anenae (no estoy seguro de un Edison Anabaruse), es porque Cristo, que alimenta nuestra esperanza y nos hace capaces de lo grande, de esperar y desear lo excesivo sólo porque nos ha sido prometido.

La esperanza del cristiano es cierta, no caben en ella dudas ni potenciales. Su certeza viene de la promesa, el anuncio recibido, que es la Buena Noticia (el Evangelio). No necesita de utopismos, sueños o quimeras, porque está seguro. Y no vacila.

Es lo que enseña Santo Tomás (S. Th. II-II, q,7, a.1): «Obiectum spei est bonum futurum arduum possibile haberi», el objeto de la esperanza es tener por posible el arduo bien futuro. Como en el caso eminente de la Santísima Virgen: «Feliz de ti –le dice Isabel a María en su visita– por haber creído que se cumplirá –no en potencial– lo que te fue anunciado de parte del Señor». El haber creído (que equivale a un haber confiado) no conlleva dudas; es certeza. Como de otro modo lo expresa el místico y poeta San Juan de la Cruz en su Oración del Alma Enamorada: «confiaré en que no te tardarás si yo espero». La esperanza como fruto de la confianza, como motor de ésta durante la tardanza, condición para el fin de ese tardar. Todo a la vez. Dicho para nosotros, para que olvidemos las luchas con peleles imaginarios y descubramos el objeto de nuestra esperanza:

¿Quién se podrá librar de los modos y de las metas bajas, si no lo levantas tú a ti en pureza de amor, Dios mío? ¿Cómo se levantará a ti el hombre engendrado y criado en bajezas si no lo levantas tú, Señor, con la mano con que lo hiciste?
No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu Hijo Jesucristo, en quien me diste todo lo que quiero. Por eso confiaré en que no te tardarás si yo espero.
Míos son los cielos y mía es la tierra. Mías son las gentes. Los justos son míos, y míos los pecadores. Los ángeles son míos, y la Madre de Dios. Y todas las cosas son mías. Y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Entonces, ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos, ni repares en migajas. Sal fuera y gloríate en tu gloria. Escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón.

* En «Revista Gladius» n°51, 15 de agosto de 2001. Artículo que fue enviado a dicha revista por el Dr. Luis A. Barnada. Reproducido en el blog Decíamos Ayer....