Cartas de Leonardo Castellani a Donald A. Yates
Publicación impresa | Año: 2019 | Número: 2455
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Cultura | Autor: Delaney, Juan José
El reciente fallecimiento del Dr. Donald A. Yates, profesor emérito en Michigan State University (donde tuvo como maestro a Enrique Anderson Imbert, quien apadrinó su tesis doctoral titulada “The Argentine Detective Story”, 1960) y admirador y promotor de la literatura argentina, me llevó a revisar la correspondencia que mantuve con él durante más de treinta años. Fue una relación que se inició cuando a propósito de un ensayo que yo escribía sobre Cornell Woolrich él me hizo llegar una fotografía del recluido escritor norteamericano, la que ilustró la publicación.
Junto a James Irby, Yates fue uno de los primeros traductores al inglés de la obra de Jorge Luis Borges mediante la antología titulada Labyrinths (1962),que se ha convertido en un clásico para los anglosajones que quieran empezar a conocer la obra de nuestro máximo autor. Tras sucesivos viajes a Buenos Aires, Yates se relacionó con Borges, Rodolfo Walsh (de quien no sólo fue amigo y traductor sino también socio en una aventura editorial bilingüe y fallida), Adolfo Pérez Zelaschi, Marco Denevi, Adolfo Bioy Casares, Manuel Peyrou y Leonardo Castellani, entre otros. Tradujo obras de todos ellos como las novelas Rosaura a las diez, de Denevi, El estruendo de las rosas, de Manuel Peyrou, y Diario de la guerra del cerdo, de Bioy Casares, como asimismo numerosas narraciones breves que colocaba en los pulps norteamericanos.
En el examen del material que, durante tantos años, Donald me proveyó, di con cartas que el padre Leonardo Castellani le escribió a propósito de su actividad como escritor de relatos detectivescos o de misterio (Las muertes del padre Metro [1942], Martita Ofelia y otros cuentos de fantasmas [1944], El enigma del fantasma en coche [1958] y El crimen de Ducadelia [1959]). Habiendo recibido en su momento la autorización para disponer de esos documentos, veo ahora la oportunidad de hacerlo como evocación y homenaje a ambos hombres de letras.
Se trata de una serie de diez textos fechados entre 1959 y 1964. Relacionados con la literatura en general y con el subgénero policial en particular, hay también información personal que interesará a algún futuro biógrafo de aquel rebelde jesuita que dejó una obra descomunal que aún espera justicia.
De los relatos policiales escritos por Castellani, muy especialmente los que tienen como protagonista al padre Metri, se ha repetido que derivan de los de Gilbert Keith Chesterton, de su famoso eclesiástico y detective Padre Brown. Pero quienes examinen las piezas de nuestro escritor admitirán que la obra de Chesterton fue, en todo caso, inspiradora, y no modelo de imitación. Por de pronto, el padre Metri es un carácter esencialmente nuestro por lo que hace y, muy especialmente, por lo que dice: sus palabras revelan una tipología esencialmente vernácula, para no hablar de la prosa narrativa, tan distinta de la del escriba británico; la de Castellani es transgresora, extraña, distinta, sugeridora y plenamente eficaz.
El primer documento está fechado el 17 de agosto de 1959, y ya el párrafo inicial nos muestra a un Castellani audaz que se anima a tratar de escribir en inglés, lengua que no domina, lo que, al final, admite: “I’am not a good hand at writing or speaking English, though I can read it, even Shakespeare or Poe”. Inmediatamente se ufana de haber estado entre los iniciadores del género policial en la Argentina, junto a Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares creadores de los paródicos Seis problemas para don Isidro Parodi, publicados en 1942, el mismo año en que apareció Las 9 muertes del Padre Metri; especifica, sin embargo, que ya en 1940 Abel Mateo había publicado Con la guadaña al hombro, y Adolfo Pérez Zelaschi algún cuento policial.
A la pregunta de Yates de si podía de alguna manera vincular la suerte del género policial en la Argentina con el surgimiento y la caída del régimen peronista, Castellani, sin ofrecer una respuesta clara a la cuestión, conjetura:“(…) Creo que la causa principal del auge del género entre nosotros se debe al influjo creciente de la literatura de lengua inglesa sobre los escritores argentinos…”.
Más adelante, y como otras veces, ignora la grandeza de la escritura borgesiana, y a la pregunta de quiénes han sido los principales cultivadores del género, dice: “J. L. Borges is reputed to have been the first and the best, although his production is exiguous; notwithstanding, I prefer Rudolph Walsh to him; perhaps I am blased (sic); Borges to me is too sophisticated, artificial and mischievous enough” .
En cuanto a sí mismo, enfatiza que no es un cultor del género y que, en realidad, él se dedica a la filosofía y a la teología. “Hice esos libros por diversión y por (I’m ashamed) ganar dinero; y no lo gané”. En consonancia con esta afirmación, en la carta fechada 13 de agosto de 1960, escribe: “Le envío hoy por correo simple un ejemplar de El Evangelio de Jesucristo, mi penúltimo libro, un libro religioso: EL PRIMER LIBRO RELIGIOSO DE LA LITERATURA ARGENTINA, believe it or not.
Mi intención o deseo es que Ud. lo ofreciera a algún editor católico estadounidense para su traducción –si le fuera a Ud. posible. Conozco un libro religioso uruguayo, Historia de María la Virgen Madre de Agustina Schroeder, editado en New York con mucho éxito. Y eso me ha tentado hoy.
Para mí si esto saliera sería una cosa de fairy land o fairy-dreams –en todos sentidos, incluso económico. Estoy desde hace años al borde de la miseria –sin caer en ella, sin embargo”.
Consciente de su estilo anómalo y de la complejidad de la materia, concluye: “El libro es un poco difícil de traducir, pero no imposible”.
El 23 de septiembre de 1959,tras informar que estuvo enfermo, le solicita novelas religiosas de Robert Hugh Benson (1871-1914) que él no pudo hallar en Londres cuando viajó en 1956: The Dawn of All, None Other God, A Winnowing y The Tragedy of the Queen, termina señalando que “Es un autor que no ha tenido mucha suerte. Su lectura nutrió mi religiosidad en mi adolescencia”. Tras recibir de Yates tres de las obras solicitadas, el 13 de diciembre, también de 1959, le comenta que, ahora, algunas de esas novelas le parecen “flojas, e incluso algo pueriles –o cándidas al menos; pero las leí en mi adolescencia (que fue tardía, y se prolongó mucho tiempo) aprendiendo en ellas a la vez inglés y religión”. La carta del 13 de septiembre de 1963 suma a lo bibliográfico cuestiones personales de interés: “Estimado Dr Yates: Me alegró mucho su envío del 10 Sept. con su carta en perfecto castellano: ha gastado Ud. como 200$ argentinos para que me llegara pronto. Justamente ese libro de A. A. Fair no lo tenía: debe ser el último. En cambio, el que le pedí You can die laughing lo he conseguido aquí en estos días por una casualidad. Lo que me dice, que le ha ido bien en mi país, me ha dado gran satisfacción. Dios sabe que estaba dispuesto a ayudarlo en todo cuanto pudiera; pero también Dios sabe que puedo poco. Soy un hombre “isolated” aunque no “lonely”. “Ermitaño urbano” me dicen aquí; o sea “urban hermit”.
Le enviaré una lista pequeña de libros que me convienen, ya que es Ud. tan generoso. Mis estudios se han dirigido hacia la exégesis de la Biblia, después de haber ejercido un tiempo de crítico literario y de periodista –lo cual significa ensayista, cuentista y versificador, si no poeta. Me acusan de haber dispersado mis facultades, pero no es verdad del todo pues siempre estudié exégesis. Hay tres libros míos en prensa, Comentario al Apokalipsis, Los misterios del Rosario y Leopoldo Lugones, que le enviaré cuando salgan a luz”.
Termina afirmando que los libros de Erle Stanley Gardner le hicieron “apreciar, admirar y amar a esa gran nación del Norte (…)”.
El 21 de febrero de 1964 comunica que acaba de terminar, “con mucha facilidad una larga novela JUAN XXIII, PAPA, que estoy ahora copiando a máquina. Tiene el mismo tema que la de Rolfe HADRIAN VI (sic); la cual no he leído, pero conozco el argumento por el breve resumen que trae la biografía del ‘Barón Corvo’, de A. J. A. Symons”. Unos meses después, el 19 de junio, ante la anunciada visita del profesor Yates a Buenos Aires, le solicita, precisamente, un ejemplar de la novela Hadrian the Seventh, del excéntrico Frederick William Rolfe.
La penúltima carta, fechada el 28 de abril de 1964, contiene alguna apreciación sobre su vínculo con el género inventado por Poe, y algunas resoluciones personales. Resulta también una muestra de su escritura arbitraria, de rara sintaxis. Una vez más, en el post scriptum expresa su admiración por A. A. Fair y Erle Stanley Gardner (1889-1970), ignorando que Gardner, el creador de Perry Mason, y A. A. Fair son la misma persona, que el último fue el pseudónimo ideado por Gardner para las historias más o menos cómicas protagonizadas por Bertha Cool y Donald Lam.
Muy apreciado Dr. Yates:
Recibí los dos libros de A. A. Fair, The bigger they come y Shills can’t cash chips que tuvo la bondad de enviarme. Dispénseme mi demora en agradecérselos. Son para mí un “regalo” en los dos sentidos de la palabra, meaning also NICETY or DELIGHT. Y me concedo leer un A. A. Fair como premio cuando he trabajado bien; y anoche leí uno de ellos por haber acabado de copiar mi novelón que tiene 340 páginas a máquina.
Sólo puedo agradecérselo enviándole mis dos últimos libros Lugones y Cuatro cuentos en verso, cuando aparezcan: el editor dice ‘pronto’; pero el ‘pronto’ de los editores es inseguro. Sólo puedo decirle que cuando aparezcan se los enviaré.
Creo no escribiré más novelas. He terminado mi trilogía cervantina, Sancho, Dulcinea y Quijote. Quizá no escriba más libros: no siento ahora ninguno más dentro de mí. O quizás escriba algún otro, at that si me sopla la Musa, como dicen los españoles. Mis obligaciones como sacerdote son muy ligeras, y me dejan plenty of time. Leo mucho, estudio lenguas y teología.
Espero se encuentre Ud. bien, en compañía de su esposa y los cuatro chicos; y así lo pido a Dios. Yo estoy mejor de salud: para mi edad, bien.
Soy suyo sinceramente.
L. Castellani
Caseros 796. Bs. As. 27-2500
P.S. –Creo que tengo ya todos los A. A. Fair y casi todos los de Stanley Gardner –que son muchos; y se pueden volver a leer, pasado un tiempo, los mejores.
Por la época en que Castellani escribía sus historias de crimen y misterio, otro clérigo, el Reverendo Ronald Knox (1888-1957), inglés, católico converso, repartía también su intelecto y su tiempo entre la escritura de obras detectivescas y la teología; lo hizo hasta que su obispo, refiriéndose a las novelas de intriga, le pidió que pusiera fin a esa actividad “indigna”. Castellani siempre ignoró las amonestaciones recibidas por su trabajo literario. En algún momento, no obstante, abandonó la escritura de textos de enigma para concentrarse en la tarea de detective del alma, buscando acaso el Gran Misterio que subyace bajo el misterio, como escribe William David Spencer en su Mysterium and Mystery (1992), aludiendo a la ficción criminal escrita por clérigos. El resultado de tal propósito aparece disperso en reveladoras páginas de su informe obra, intensa y plural.