Febrero de 2019.
Sebastián Randle, Castellani maldito: 1949-1981 (Buenos
Aires: Vórtice, 2017).
Aunque parezca mentira, si bien teníamos el libro Castellani maldito hace tiempo y lo habíamos ojeado (y hojeado)
cientos de veces, todavía no lo habíamos leído de corrido. Así que aprovechamos
las últimas vacaciones para hacerlo. Pensamos que recorrer las más de 700 páginas nos llevaría
buena parte de las dos semanas, pero la verdad fue que lo terminamos en menos
de cuatro días. Así de atrapante es esta “segunda parte” de la biografía del
Padre Leonardo Castellani.
En su (lárguisima) reseña de la “primera parte” publicada en Gladius (nº 59), Octavio Sequeiros
desarrollaba las razones por las cuales Sebastián Randle “tendrá que seguir con
su cruz y redactar el segundo tomo”. La quinta de estas razones se convirtió en
profética. Decía allí que,
5)
Castellani escribía de
todo, pero publicaba
sólo lo rigurosamente
seleccionado con gran tino “sobre todo si se tiene en cuenta que quiso publicar más o menos la
mitad de sus escritos. Cuando uno
lee sus papeles
privados, se siente
inmerso en un
mundo de tinieblas,
de pesadillas, de
tormentas y conoce
entonces al Castellani
maldito... A mí me
pasa que cuando
leo sus diarios
termino preguntándome para
qué diablos quiero
escribir una biografía de un tipo tan atormentado... Cuando releo alguno
de sus libros, me vuelve el entusiasmo, las ganas de divulgarlos a los cuatro
vientos” aunque le quede grande (174). Es como confesar que va escribir la
segunda parte, donde precisamente se dará el gusto de profundizar este
Castellani más afín con don Sebastián Randle... aunque para mí que él también
debe tener algo de maldito, sino no se hubiera entusiasmado con lo hecho hasta ahora,
y hasta a veces le parece más “interesante” el Castellani maldito tentado por
el suicidio (396).
Y así es como bautizaron esta “segunda parte” de la biografía: Castellani maldito.
Se trata de 24 capítulos que retoman al Padre Leonardo expulsado de la
Compañía y suspendido en su ministerio —“en
Pampa y la vía” — y nos ayudan a acompañarlo a través de las vicisitudes de
esta segunda (y última) parte de vida, a la vez más dura y, acaso, más
fructífera de Castellani.
Comienza el autor, convenientemente asistido por un canonista de la talla
de Luis De Ruschi, analizando “el caso”: ¿cómo? ¿quién? ¿por qué? ¿qué pudo
haber hecho? A continuación lo vemos a Castellani en Salta, rescatado (en
parte) por el obispo Tavella, que, sin solucionar su situación canónica, le da
(buen) alojamiento y algunas tareas docentes… por un tiempo.
Pareciera que a Castellani su “vida salteña” le da la sensación de estar “en
jaula de oro” y se larga. Así, tras algunas vicisitudes en casa de sus hermanos
y de amigos, en su pago natal de Reconquista, en Mendoza y en Buenos Aires, y
la asistencia de “sus ángeles”, llega al departamentito de la calle Caseros que
se transformará en su “cueva de ermitaño urbano”. Veremos ir y venir a los
amigos, de los buenos y de los otros.
Y siempre —durante todo este tiempo— el pesar por lo ocurrido, una herida
que no cierra, y a través de la cual el “Cura Loco” analiza todo… genialmente. Pues
aunque los diarios y las cartas nos muestren a un Castellani quejumbroso, casi
resentido; su obra explota en genialidades llenas de esperanza (a la manera cristiana,
que no siempre es como la que pretende el mundo): Los Papeles de Benjamín Benavides, El Ruiseñor Fusilado, Su
Majestad Dulcinea, Juan XXIII/XXIV,
La Vuelta del Martín Fierro, De Kirkegord a Tomás de Aquino, sus
directoriales de Jauja y sus últimos
reportajes.
Y esta contraposición, esta aparente contradicción entre estos dos
Castellanis —el “privado” y el “público”—, es la que Randle nos muestra constantemente
(y éste es quizá el principal logro de la biografía) como resaltando que —como el
Soneto de Bernárdez— “después de todo he comprendido / que lo que el árbol
tiene de florido / vive de lo que tiene sepultado”.
Muchos creemos que la Argentina y la Iglesia fueron (y siguen siendo)
injustas con Castellani. Pero sin estas injusticias, difícilmente hubiésemos
tenido a este Castellani en su segunda mitad de la vida que bien nos describe
esta obra que reseñamos. Seguramente, este sacerdote y pensador (quizá el único
verdadero pensador que tuvo el país) lo hubiese cambiado todo porque aquel
incidente que tanto lo hirió no hubiese ocurrido, pero acontecido éste, hizo
con él —consciente o no de ello— lo mejor que pudo. Y el libro de Sebastián
Randle, con la solvencia castellaniana que probó en su primera parte (ahora en su 2ª edición rebautizada Castellani jesuita) más la
maduración adicional de 15 años entre un tomo y el siguiente, creo que lo
prueba.
1 comentario:
Por favor, indicar de quién es la reseña. Gracias y felicitaciones.
Publicar un comentario