Corrían los últimos meses de
1945. Yo tenía 18 años, muchas ilusiones y un libro –la «Crítica literaria»–
dedicado por su autor: Leonardo Castellani. El mismo nombre que figuraba en la
lista de candidatos a diputados por el nacionalismo. Unos años antes había
leído «El nuevo Gobierno de Sancho» y me había deslumbrado. No sólo por el
humor ágil, moderno, inédito –un ánimo jocoso y deportivo para reírse del
enemigo– sino por las definiciones profundas que descubríamos entre las líneas risueñas.
¿Cómo olvidar la definición de un alma noble?: «El que en su conducta ha
puesto estilo. El que pone leyes y las cumple. El capaz de obedecer, de refrenarse
y de ver. El que siente el honor como la vida. El que por poseer puede
darse...».
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