In memoriam P. Castellani
03/15/2019
Se cumple un nuevo aniversario de la muerte del Padre Leonardo Castellani, personaje ilustre y multifacético de nuestra historia argentina reciente. Sacerdote, por encima de todo; religioso jesuita, hasta su polémica expulsión de la Compañía de Jesús en 1947; teólogo, filósofo, poeta, novelista, periodista, profesor….Posiblemente algo se nos esté olvidando, pues ni siquiera una candidatura política falta en su extenso historial, integrando la lista de candidatos a diputados por la Alianza Libertadora Nacionalista en 1946, bien que a pedido de sus amigos, como lo confesó en su famosa entrevista a Pablo Hernández, en 1977. De más está decir que esta aventura tuvo un alto costo para él, dada su condición eclesiástica.
Si en algo concuerdan todos los lectores asiduos del querido p. Castellani, es en que ha sido injustamente relegado como escritor, al menos en nuestro país, ya que en España se han editado en los últimos años algunas obras de su autoría, como así también selecciones de textos suyos, a instancias del escritor y ensayista Juan Manuel De Prada, quien no vacila en afirmar que se trata del “mayor autor de la literatura católica de habla hispana del s. XXI”. Y es que, salvo contadas excepciones de alguna que otra edición o reimpresión reciente, los ejemplares nacionales que circulan de sus obras cuentan con más de una década de antigüedad, por decir lo menos.
No obstante ello, no se puede dejar de destacar, en este orden de ideas, la ímproba labor del Dr. Sebastián Randle, laico católico de nuestro medio, quien ha dedicado un esfuerzo titánico a la elaboración de su valiosísima biografía de Castellani, en dos tomos, publicada por la editorial Vórtice. El último de ellos es de aparición relativamente reciente, por lo que cuenta con el valor adicional que le otorga la actualidad de sus interesantes comentarios. Sin suscribir muchos de los juicios que se expresan en sus páginas (algunos del autor, otros del mismo biografiado), es de estricta justicia reconocer el gran valor de la obra, además del mérito que supone la recuperación de la figura del p. Castellani. No poco nos hemos valido de este trabajo a la hora de redactar estas líneas.
De personalidad harto compleja, Leonardo Castellani nació en el Chaco santafesino, en la ciudad de Reconquista, allá por 1899, el día 16 de noviembre. La prematura y violenta muerte de su padre Luis, asesinado cuando Leonardo eran tan solo un niño, contribuyó no poco a la formación de su carácter más bien introvertido, que con el correr de los años y bajo el influjo de los sufrimientos y contradicciones (también de un temperamento artístico y sensible), lo volverían un tanto huraño y sombrío, reduciendo al máximo su vida social, muy escasa durante los últimos 30 años de su vida. Él mismo llegó a definirse por aquel entonces como un “ermitaño urbano”, en líneas que destilan humor, pero que dan cuenta (sobre todo si las lee a la luz de las anotaciones de su diario personal) de una dedicación a tiempo completo a su labor de intelectual y escritor.
Capítulo aparte merece el “caso Castellani”, así llamado por su biógrafo Sebastián Randle, en referencia al proceso de su expulsión de la Compañía de Jesús. No caben dudas de que la difícil personalidad de Castellani, reacio a sujetarse a la estrecha disciplina de la vida religiosa jesuítica, tuvo su cuota, pero tampoco que la estrechez de miras y una excesiva rigidez por parte de sus superiores, derivada inclusive en el “fariseísmo” denunciado por nuestro autor, contribuyeron no poco al funesto desenlace, acaecido en 1947. Es dable destacar que la expulsión de la orden fue acompañada de la suspensión en el ejercicio del ministerio sacerdotal, en que Castellani se vio restablecido recién años más tarde.
A partir de su salida de la Compañía, la vida del padre continua en Salta, en donde es acogido por Mons. Tavella, arzobispo de la ciudad. Sin embargo, no se prolongó demasiado allí su estadía, ya que a los pocos años decidió regresar a Buenos Aires. Después de un tiempo ocupando una habitación en la casa de su hermano, logró comprar, con la ayuda de sus amigos Florencio Gamallo y Enrique Von Grolman, el pequeño departamento de un edificio sobre la avenida Caseros, en el que habitó durante casi 30 años, hasta su muerte, acaecida un día como hoy, hace 38 años.
La extensa bibliografía del P. Castellani puede consultarse por doquier. Quizá sus trabajos más sobresalientes sean “El Evangelio de Jesucristo”, verdadera obra maestra, y otros basados en comentarios del texto evangélico, como “Las parábolas de Cristo”, o “Domingueras prédicas”. Su preocupación escatológica, por otro lado, se plasmó en títulos como “El Apokalypsis de San Juan”, o “Cristo, ¿vuelve o no vuelve?”, de extraordinaria sustancia teológica. En el género de ficción o novela, finalmente, nos encontramos con “Su Majestad Dulcinea”, o “Juan XXIII (XXIV)”, que adquirió notoriedad a partir de la elección de Jorge Mario Bergoglio para ocupar la sede de Pedro, toda vez que relata la historia de un sacerdote argentino devenido Papa (el libro fue escrito en 1964).
Con todo, a nosotros nos interesa principalmente destacar aquí, a modo de homenaje, algunos rasgos del P. Castellani como escritor. En tal sentido, decir que nuestro autor supo amalgamar, en un estilo único y personalísimo, una vasta y pasmosa erudición (adquirida en parte durante sus años de estudio en Europa), que incluye el conocimiento de los autores más variados y el dominio de al menos ocho idiomas; profundidad filosófica y teológica como pensador; sensibilidad de artista (escribió muchas poesías), que confiere a sus escritos una gran belleza y amenidad; y el sentir genuino de criollo hispano-católico, por así decirlo, el cual se manifiesta a cada paso en toda su producción, sea a través del humor (otro rasgo muy suyo, cómo olvidarlo), sea a través del análisis más serio. Porque no podemos dejar de señalar su condición de verdadero patriota: Castellani amó y sufrió a la Argentina como pocos. Y todo lo que escribió al respecto constituye para nosotros un verdadero legado. Quizá nadie mejor que él lo haya expresado, al decir que su “segunda vocación” era precisamente la de escribir libros para Dios, mendigar para publicarlos, y regalárselos a la República Argentina. A lo que responde Sebastián Randle, en diálogo imaginario, con afectuosa ironía: “Casi nada, Padre, casi nada”.
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