Se quejan (nos quejamos) de la falta de una
clase dirigente. Con razón. Es una lamentable y llorable realidad. O
irrealidad: es un vacío.
La naturaleza no soporta el vacío: este vacío
es llenado por una pseudo clase dirigente. Dicen: “No hay hombres en la
Argentina”. Yo les digo: “¡Cómo no va a haber hombres!”. Dicen: “Quiero decir
que entre éstos que están en circulación no hay ninguno que...” “Justamente,
les interrumpo, es esa circulación la que hay que romper: es un círculo
infernal”. Es la risible calesita de los politiqueros de profesión; que se les
está parando. Somos distraídos; pero no tanto como para confundir el aceite con
el vinagre.
La actual sedicente “clase dirigente” no es
clase ni dirige. No es clase porque no constituye un estamento unido y
solidario; y tampoco dirige al Bien Común. ¿Por qué no dirige al Bien Común?
Muchos de ellos o al menos algunos son buenos varones y bien intencionados.
Aquí viene la preposición central de este
ensayo: no dirigen al Bien Común (no gobiernan ni son aptos a ello) porque sus
intereses particulares no coinciden con el interés general.
Pemán y otros publicistas han probado que “los
antiguos Reyes cuando defendían el Reino defendían su propia familia; y aún su
propia vida a veces”. Eso hacía que incluso Reyes personalmente perversos, como
Luis XI, de hecho prosperaron, engrandecieron y acrecentaron a Francia. Hoy día
se da la paradoja de que incluso hombres buenos y bien intencionados causan al
gobernar (al desgobernar) el desmedro y aún la catástrofe de un país. No
digamos nada cuando ni siquiera son buenos, sino memos, como algunos de
nuestros policastros; o bien son simplemente perversos o intelectual o
moralmente o las dos cosas, como... Uds. conocerán alguno.
La antigua “nobleza” europea fue destruida como
estamento y elemento societario. Y una nobleza es necesaria; de donde, o
legítima o falsificada siempre existe. Uno de los principales objetivos de la
“Instauración Nacional” (me resisto a llamarla “revolución”) es crearla. ¿Crearla?
Es demasiado pedir, no se puede hacer con un decreto. INICIARLA: poner sus
condiciones de posibilidad.
Hay mucha gente noble en la Argentina, gentes
que tienen las condiciones de la aristocracia: conocemos jóvenes que parecen
príncipes. Pero no forman “clase”, de modo que poco o nada pueden. Hay
“hombres”: conocemos coetáneos nuestros (es decir, sexagenarios) que si por un
imposible los alzaran con una grúa de automóvil del rincón donde están
trabajando callados (y a veces fuera de “parque”) al triste sillón de
Rivadavia, como por arte de magia la nación comenzaría a entrar en cuja. Claro
que durarían poco: les faltaría la planchada, el pedestal, la clase. Lonardi
creyó que eso se arreglaba poniendo a Dell’Oro y a Amadeo en los Ministerios, a
sus cuñados en las Secretarías, y a Borges en la Biblioteca Nacional: no duró.
Aquella antigua “nobleza” europea estaba unida
incluso por la sangre pero mucho más por la misión que les competía (eran
guerreros o letrados) y sobre todo por el bien raíz. Sus intereses personales
coincidían con el bien del país; de modo que poseían un sentimiento vivo, cuasi
instintivo, del bien nacional.
EL FUNDAMENTO DE UNA NOBLEZA ES EL AFINCAMIENTO
PERMANENTE EN LA TIERRA: o bien raíz o algo equivalente: como la participación
activa en las grandes empresas, hoy día: por vía de ejemplo.
Dada la condición humana, lo normal es: para
que un grupo social se dedique al bien común hasta el sacrificio, es preciso
que ese Procomún esté vinculado al bien propio, si no identificado. Habrá
algunos héroes, santos o locos, que lo hagan de cualquier modo; pero serán
pocos; y en lo “DE ORDINARIO CONTINGENTE” no hay que contar con las excepciones
sino con la regla. Hasta los santos se mueven porque creen con fe loca que su
propio bien (en la otra vida) depende del bien del prójimo, por el cual se
sacrifican en esta vida. Dos santos solamente conozco aquí en la Argentina, y
uno de ellos está en la cárcel.
El Código Napoleón, copiado después en los
países latinos (no en Inglaterra por cierto) destruyó la nobleza al destruir el
MAYORAZGO. El mayorazgo parece injusto (a los demagogos) pero es justo para con
la familia, y beneficioso a la nación: hace estable a la familia, y cría
generaciones de nobles; es decir, de hombres magnánimos sin esfuerzo, por
nacimiento. Se necesitan tres generaciones de buena educación para hacer un
noble.
La virtud más sólida, hablando de las virtudes
“naturales” es la heredada, la que está “en la sangre”. “Y viene de buena
sangre” —dicen los españoles— de sus candidatos a yernos. La castidad señoril y
como natural de la matrona o gran señora vale mucho más, aunque sea sin
esfuerzo, que la castidad atormentada de las lamentables “personajas” de
Mauriac, por ejemplo. Puede que aquestas criaturas desgarradas tengan más
mérito delante de Dios, aunque no lo creo; pero lo que es más útil y valioso en
este mundo (“para lo de aquí abajo”, que dice Sancho), es la virtud consolidada
y connaturalizada, el “honor”; cuando es verdadero honor, y no se confunde con
los “honores”; con los tres nombramientos de “académico” (más que Menéndez y
Pelayo) del que te dije arriba, por ejemplo. ¡Feliz país con tantos académicos
y Academias republicanas con honores y sin honor! Pero los antiguos decían:
“Pretor te puede hacer Frondizi; sabio con un decreto no te puede hacer”
“CAESAR POTEST TE FÁCERE PRAÉTOR, MÍNIME RHÉTOR”.
La “legítima” inventada por Napoleón, que está
en nuestro Código parece justa al estatuir una alícuota igual a todos los
hijos; pero atomiza el bien raíz, y fuerza a los herederos muchas veces a
ventas ruinosas, favoreciendo a los especuladores. Los pocos gobernantes buenos
que ha tenido el país han provenido del núcleo “afincado”, casi siempre de la
clase estanciera, acostumbrada al trabajo y al manejo de los hombres; aunque no
del estanciero residente en París y con una administrador judío de sus estancias,
por supuesto.
Dicen que ahora hay que reventar al estanciero
porque hay demasiados latifundios en el país; hay demasiados latifundios (de
empresas extranjeras muchos de ellos) y hay demasiada desintegración del bien
raíz, o sea tendencia al minifundio: los dos males a la vez. Si el antiguo
“mayorazgo” español no se puede restaurar (instintivamente lo conservan con
tesón algunas familias patricias) se puede comenzar a remediar esos males con
el “bien de familia” y la libertad de testar; nefastamente atacada hoy día por
los gobiernos socialistoides.
El bien raíz trabajado personalmente arraiga al
hombre en su país y forma al noble. La nobleza viene simplemente de la virtud,
como advirtió Aristóteles; no de la virtud “religiosa” o mística
específicamente, sino de la virtud civil, la virtud del hombre de mando, nacida
en el campo de la “magnanimidad” o grandeza de alma; cuyo nombre español es
“señorío”. Esa virtud es la que digo se forma con tres generaciones de
educación sesuda, señera y señoril. No se quita que algún plebeyo (Juan
Monneron, en la novela de Paul Bourget) pueda alzarse a la magnanimidad con sus
propias fuerzas a pesar de una mala herencia; pero no es lo común. Lo más
natural para el hombre de baja extracción y religioso es alzarse si acaso a la
santidad; pero la santidad por sí sola no habilita a gobernar.
Montesquieu dijo que la Monarquía se basa en el
honor y la República en la virtud; pero la República NO CRÍA la virtud; gasta
la virtud que acaso existe, criada por el honor; de modo que al final
(consumida la virtud republicana, que es adventicia) se convierte en la
anarquía que conocemos. Y entonces la República anarquizada debe recurrir al
honor, a la monarquía, aunque sea en forma de dictadura; que es lo que anda
haciendo me parece De Gaulle, aunque con dudosos métodos y sospechables
resultados; esa Francia que parece tener el jacobinismo en la sangre, y sin
embargo creemos que no es así, sino al contrario.
No ignoramos puede existir la “virtud
republicana”, es decir, el jacobino, el hombre de mando recto y duro. Robespierre
fue eso: guillotinó a muchísima gente inocente (o no) para ir a acabar a la
guillotina, sin poder atajar la monarquía inminente del tenientillo italiano
nacido en Córcega, para muchos más desastres y muertes en Francia: una
monarquía militar usurpada, sin arraigo y sin nobleza. No me digan que fue un
cristiano con un altísimo ideal católico, la unificación de Europa Continental;
como dicen León Bloy, y Belloc. Lo sé; pero fue un plebeyo hasta la punta de
las uñas; como puede verse incluso en las notas cínicas que puso al libro de
Maquiavelo, sin tener que recordar el asesinato del Duque de Enghien, o la
brutalidad innoble que usó con la princesa María Luisa al casarse con ella, o antes;
la cual ella le pagó bien más tarde, por cierto.
La virtud cívica se cría por medio del honor;
con el honrar y premiar los méritos públicos; y honrarlos no con una suma de
dinero, como hace el Gobierno con los poetas, novelistas y telebisontes tan excelentes
que ahora tenemos; sino con un bien honroso y estable, un “bien de familia”. Alfonso
X mandó en “LAS PARTIDAS” que el sabio que hubiese enseñado bien 5 años (“... PORQUE
DE LOS HOMES SABIOS LOS HOMES E LAS TIERRAS E LOS REYNOS SE APROVECHAN E SE
GUARDAN E SE GUÍAN POR CONSEJO DELLOS...”) lo hiciesen Conde palatino; lo
levantasen no a él tan solo sino a su familia; sabía Alfonso el Sabio que la
vida intelectual seria ennoblece —como bien nota Francisco Vocos en su
excelente libro sobre la Universidad Argentina—, la cual ahora poco seria no
ennoblece, aunque algunos enriquece. Sabía el “Emperador de Alemania que fue”
por propia experiencia que la vida del sabio es semejante a la del guerrero, en
el sentido que requiere tanto coraje y tanta paciencia, o más. El estudio serio
es una lima sorda; y más el estudio apasionado de los sabios; los cuales son
como perros perdigueros, que cuando rastrean una huella nueva no tienen reposo
hasta que siguiéndola dan con la causa... o quedan en el esfuerzo.
Si queremos la Instauración Argentina (y hemos
de quererla, tanto si la veremos como si no) debemos meditar sobre cada uno de
los puntos capitales que ella exige. Esto intentan mis artículos actuales,
humorísticos o no: todos pertenecen a la esfera de lo Serio, y los chistes no
estorban, a no ser cuando son muy malos. Es odioso y nos sabe mal, tener que
ridiculizar o deshonrar; pero si uno quiere honrar a los patriotas, tiene que
deshonrar a los perdueles o apátridas; e incluso esto es lo primero, más
necesario y urgente que honrar a la virtud. Un militar de éstos que justamente
ahora anda “en circulación” parece ser que ha dicho: “cuando venzamos nosotros,
a Castellani, a Menvielle y a Sánchez Sorondo los vamos a aplastar”. No van a
vencer; y a mí no puede él aplastar, porque ya estoy aplastado. De eso entiende
más la Curia que él. Incluso si fuera capaz de eso, no lo andaría diciendo: eso
es un chiquilín, General o no General.
Puede que sea chisme. Por las dudas, le mandé
de regalo un libro mío dedicado. Para consolarlo de que a pesar de sus conatos
no va a vencer... NOS.
Ahora se me ocurre mandarle también un libro al
Dr. Dell’Oro. Le mandaré un cuento de ladrones, es decir, una novela policial. Y
cuando pueda, lo nombraré Conde por cinco años.
Leonardo Castellani e. u.
[3ª Parte del Directorial de la revista Jauja, nn. 13-14-15 de Enero-Febrero-Marzo
de 1968.]
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