El Lobo y el Cordero
Apenas hubo el rubicundo Apolo proyectado sobre la faz de la tierra su tórrido barniz fosforescente y policromado, y las canoras y pintadas avecillas, empezando por los gorriones y acabando por las campanas de los conventos, elevado a la gloria del amanecer sus armoniosos trinos, con la utilidad subsidiaria de despertar a destiempo a los vecinos, cuando llevaron al nuevo Gobernador, el cual había dormido regular no más, al Salón de las Poéticas Expresiones, para hacer un poco descanso dominical.
Pero, no bien se hubo sentado Sancho Primero el Único en su trono, se oyó en las puertas de bronce un infernal pataleo y entraron al inmenso recinto -uno a grandes brincos caminando de espaldas, y otro resbalando suavemente por el bruñido y resplendente mármol- dos especies de bichos de ignota catadura.
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