ESTA CONFERENCIA RECUPERADA EXAMINA LA RELACION AMBIVALENTE QUE EL SACERDOTE-ESCRITOR MANTUVO CON LA PRENSA
Castellani como periodista (I)
POR JUAN LUIS GALLARDO *
[http://www.laprensa.com.ar/498213-Castellani-como-periodista-I.note.aspx]
Quizá resulte adecuado comenzar tratando de situar debidamente al periodismo dentro del panorama global de las letras. Empresa nada fácil porque uno se siente tironeado por dos posturas opuestas sobre el particular. Pues ocurre, en efecto, que existen quienes consideran al periodismo una planta parásita de la literatura, de orden decididamente menor, condicionada por la necesidad de obtener a todo trance repercusión en un mercado signado por intereses subalternos. Y existen también los panegiristas del periodismo, que lo exaltan como la forma más incisiva del quehacer literario, apuntada a satisfacer la noble necesidad de información que caracterizaría a la opinión pública. Son éstos los que, con manifiesta desmesura, definen al periodismo como un sacerdocio.
Pues bien, yo diría que ni tanto ni tan poco. Definir al oficio de periodista como un sacerdocio no deja de ser una soberana estupidez. O algo peor, desde el momento que es una estupidez interesada, tendiente a ensalzar la influencia de los medios de información. Y, por lo que vemos, esa influencia tiene poco de bueno. Aunque circunstancialmente esté dirigida a atacar al gobierno actual, lo cual constituye una tarea encomiable.
Pero tampoco es acertada la actitud desdeñosa respecto al periodismo, adoptada habitualmente por literatos más o menos exquisitos, que suponen encontrarse más allá de la mediocridad del gran público.
Porque sucede que la literatura no debe quedar enfrascada en
cenáculos herméticos sino que, cuando es vigorosa y saludable, procurará
desbordar sobre las multitudes a fin de refinarlas y educarlas.
Disconforme con la abstrusa poesía actual, repetidamente he recordado a
mis lectores, con envidia retroactiva, que el pueblo romano se ponía de
pie en los teatros cuando se recitaba algún poema de Horacio referido a
las glorias del Imperio, mucho tiempo después de la muerte del poeta.
Cosa que no creo que pueda suceder si, desde el escenario, alguien
declamara una composición, digamos, de Girri o de Juarroz.
Entre nuestros contemporáneos, grandes escritores han sido a la vez grandes periodistas. Impulsados, precisamente, por la urgencia de alcanzar a las multitudes que los acuciaba. Ejemplos arquetípicos resultan Dumas, Maurras, Chesterton, Belloc, Maeztu, Foxá, Anzoátegui o Pérez Reverte.
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Pues bien, Leonardo Castellani fue uno de esos grandes escritores que, a la vez, fueron grandes periodistas. Supuesto que quepa escindir ambas aptitudes, cosa de la cual no estoy seguro.
Y su ingreso al mundo del periodismo le reportó al cura múltiples satisfacciones y disgustos.
Satisfacciones porque lo proyectó sobre una legión de seguidores, a los que seguramente no habría llegado si su obra hubiera quedado circunscripta al libro, al volumen impreso.
Y disgustos porque contribuyó en gran medida a suscitar el conflicto que lo enfrentó con su orden. Conflicto donde estimo que hubo responsabilidades concurrentes pero que, en todo caso, marcó profundamente a Castellani, dejando en su espíritu una cicatriz imborrable que afectó buena parte de su obra.
¿Por qué el periodismo incidió tanto en el diferendo del cura con la Compañía de Jesús? Sencillamente porque un jesuita debe contar con la aprobación de sus superiores para publicar en la prensa y Castellani se saltó a la torera tal prohibición, publicando infinidad de artículos firmados con seudónimos que ni siquiera pretendían recatar su autoría.
Esa es la explicación (no la única) de que el cura haya utilizado tantos seudónimos como utilizó. Los más conocidos entre ellos, el proverbial Jerónimo del Rey o Militis Militorum o Militis Militún, amén de Cide Hamete (h) o Cide Hamete Benengeli, Pío Ducadelia, Desiderio Fierro, Edmundo Florio, Diego de Udine o Juan Palmeta.
Me contaba Carlitos Ibarguren que el ambiente de las redacciones -que él conocía bien como colaborador habitual en algunas correspondientes a la derecha política de su época- deslumbró a Castellani.
Para ilustrar un poco sobre ellas vaya una de las anécdotas que me relató Carlitos y que viene al caso por reflejar el ingenio y buen humor que campeaba en aquellas redacciones. Se refiere ésta a la de La Fronda, el diario de Pancho Uriburu.
Uriburu era conservador y, por ende, francamente antirradical. Y entre los redactores del diario se contaban numerosos muchachos nacionalistas a los que el Director-Propietario, como se decía entonces, dejaba la más amplia libertad para expresarse. Él escribía tan sólo, y de vez en cuando, una columna musical que firmaba con el seudónimo "Ferenc Cume Co", correspondiendo el nombre Cume Co al de la estancia de un tío mío, Rolo Pirovano, casado con una hermana de la mujer de Pancho.
La proverbial "hora de cierre" daba lugar a una amable tertulia, que
reunía a los redactores estables y alguno ocasional con el director y,
eventualmente, con allegados y amigos que tomaban juntos una copa o
pitaban un cigarrillo. En el caso de Uriburu, se trataba de un aromático
habano.
Pues bien, ocurrió que durante el segundo gobierno de Yrigoyen éste tuvo como Jefe de Policía a un coronel García, que caminaba de modo peculiar porque los callos lo tenían a mal traer. Motivo por el cual La Fronda, invariablemente, lo llamaba "Juanete García". Cosa que, naturalmente, enfurecía al coronel.
Hasta que un día el militar se hartó y, apersonándose en la sede del diario, exigió al director que terminara con aquellas bromas. Uriburu le siguió la corriente, lo apaciguó, le convidó un café y, aplacado el visitante, lo acompañó amablemente hasta la puerta.
Al día siguiente, La Fronda dio cuenta del asunto, informó sobre la
visita del coronel y aclaró que sus referencias no tenían ningún ánimo
ofensivo. Pero, como final de la nota respectiva, incluyó el párrafo
siguiente: "Eso sí, en cuanto a lo dicho sobre el señor Jefe de Policía,
todo queda en pie".
Así eran las redacciones que empezó a frecuentar Castellani, descubriendo en ellas, como dije, un mundo desconocido y enormemente atractivo.
Y si hablo de un mundo desconocido no es porque el cura no hubiera estado antes en contacto con el periodismo. Por el contrario, su padre Luis Héctor Castellani había tenido un diario en el norte de Santa Fe que, según unos, se llamó El Intransigente y, según otros, El Independiente. Pero, intransigente o independiente, lo cierto es que el mismo molestó al poder político local y un comisario lo hizo matar a don Héctor Luis de un balazo. También, tiempo después, al comisario lo matarían de un tiro. Se comprende que, al hablar del Chaco Santafecino, el Padre Castellani lo llamara "el norte bravo".
Pero no sólo conocía Castellani el periodismo por razones familiares. También lo había ejercido en la revista del Colegio Del Salvador, en Estudios, de la Compañía de Jesús, en el Criterio fundado por la gente de los Cursos de Cultura Católica e incluso en La Nación, donde había publicado algunos artículos. Conviene recordar que las primeras fábulas que conformarían luego Bichos y Personas, para transformarse más tarde en Camperas, aparecieron en la revista Del Salvador.
Pero estas aproximaciones al periodismo habían sido sólo eso, aproximaciones. Al periodismo propiamente dicho lo conoció en el diario Cabildo que, junto con Santiago Díaz Vieyra, dirigía Lautaro Durañona y Vedia, de quien se haría gran amigo.
Me acuerdo al respecto que, a principios de los "60, se organizó una comida en el restaurant que había en la estación Retiro, hoy desaparecido. Era un restaurant paquete, con cortinados de terciopelo granate, columnas de mármol y arañas colgadas del techo. El motivo de la comida consistía, creo, en un homenaje a la batalla de la Vuelta de Obligado. Yo hablé ese día pero el orador de fondo era el padre Castellani, cuyas palabras se aguardaban con gran expectación. Sobre todo porque se vivían momentos de tensión política y la concurrencia esperaba que el cura hiciera alguna referencia a ello. Pero hete aquí que, comenzado su discurso, Castellani empezó a hablar de su amigo Lautaro Durañona. Y siguió hablando de él, mientras la gente esperaba que entrara de una buena vez al tema político. Y así continuó refiriéndose a Durañona hasta el final. Alcanzado el cual, se sentó tranquilamente, ante el desconcierto del auditorio y mío. Sirva este recuerdo para demostrar cuánta importancia le concedía Castellani al hombre que dirigió el primer diario en que colaboró regularmente. Así dice un soneto que el cura dedicó a Durañona y Vedia:
De la nobleza que formara un día
Una nación del argentino suelo,
Sólo resta un nostálgico desvelo
Y una memoria de melancolía.Mas don Lautaro, germen y consuelo
De lo patrio, y espejo de hidalguía,
Nos vuelve la esperanza en la porfía
Como un niño que fuese nuestro abuelo.Del Lautaro ancestral tiene un remoto
Atavismo sutil de hacer indiadas
Sin plumajes y sin sangre chilena.Y así, gordo, cordial y manirroto,
Lleva el volumen de grandes patriadas
Como un Tomás de Aquino y Anchorena.
Bien, volvamos atrás para detenernos en 1945. Producida ya la revolución contra Castillo, que una marcha de la época denominó con desmesura "olímpica jornada de la Historia", el gobierno revolucionario, en febrero de ese año, clausura Cabildo. Al que sucede Tribuna, donde también escribe Castellani. Y serían numerosas las publicaciones periódicas nacionalistas que lo contarían desde entonces entre sus redactores destacados: Nueva Política, Crisol, El Pampero, El Fortín, Presencia, Mayoría, Azul y Blanco, Segunda República, La Hostería Volante, La Mano Derecha, De este Tiempo. Amén de otras con distinto color político o carentes de él, como Clarín, La Prensa, Dinámica Social, Revista de la Universidad de Buenos Aires, Vea y Lea, Universitas.
Cuando a mí me llamó Máximo Gainza para escribir en La Prensa, le hice algunas salvedades tendientes a evitar posteriores malentendidos. Y, entre otras cosas, le dije que yo era admirador del Padre Castellani, aunque sabía que Castellani era mala palabra en La Prensa, por haber escrito en ella durante el período en que estuvo expropiada por el gobierno de Perón. Me aclaró Gainza que la cosa no era así pues, devuelto el diario a sus dueños y pasados unos años, su padre, Alberto Gainza Paz, se encontró con Castellani en una reunión e iniciaron una buena relación que se mantuvo de allí en más. Aporto el dato pues tiene algún interés histórico.
En 1967 el cura funda, dirige y escribe casi íntegramente Jauja, de la cual aparecieron treinta y seis números en tres años. Amén de un número cero que parece que existió también. Quien conozca por experiencia las dificultades que supone editar una revista y persistir en el empeño, sabrá apreciar como es debido el enorme esfuerzo que debió realizar Castellani cuando, casi setentón, sacó adelante Jauja.
* Esta conferencia fue pronunciada el 14 de octubre de 2011 en la Universidad Católica Argentina.