Me piden que prologue este libro y mi pregunta ha sido: ¿Por qué yo?
Honestamente, mi campo no es la Psicología por mucho que haya estimado al Padre
Castellani. Me contestan que la razón del pedido es porque soy el único sobreviviente que
conocen que haya asistido al curso sobre cuya versión textual dictada por el autor en 1953
se ha editado esta obra.
La lectura de los originales ha sido para mí una experiencia muy honda porque me
ha hecho revivir un momento de mi vida y recordar esas maravillosas lecciones recibidas
del Padre.
He dicho que no soy psicólogo y no importa ciertamente pues lo que nos enseñara
Castellani era lo que un hombre medianamente culto debiera saber de Psicología y que
precisamente no coincide con lo que nos dictaran en el bachillerato sino como la contracara
de aquello. Lejos de la Psicología positivista, de la Psicometría y de una Psicología reñida
con la Metafísica, las lecciones que siguen demuestran que para ser buen psicólogo se
necesita cultivar el hábito y no encerrarse en el método, pero teniendo una base filosófica.
Que es lo que demuestra Castellani enseñando con lenguaje llano —nunca hablaba
“en difícil”— aun de las nociones más sutiles del alma. Todo sin neblinas subjetivas (a las
que son proclives especialmente los psicoanalistas), transparente, lúcido y todo sobre un
fondo de la realidad como es: completa, sin abstraer nada de su contexto.
Para lo cual acude, cuando las circunstancias lo aconsejan, a la anécdota oportuna,
el chiste ocurrente, al juego de palabras ingenioso; todos recursos didácticos finísimos que
ayudan a entender mejor las cuestiones del alma que se presentan como una imagen y no
como productos de puros raciocinios.
Recuerdo que las clases de este curso memorable durante los meses de invierno
empezaban a las 18:30 en punto los martes y costaban $10, lo cual era una pobre
retribución a enseñanzas que no tenían precio pero que le venía bien al Padre desheredado
por la Compañía y sin un lugar donde caerse muerto. ¡Por suerte vivió 27 años más! El
lugar era el Teatro del Pueblo que ya no existe más aunque el edificio de Diagonal Norte a
un paso del Obelisco todavía existe. Había que bajar al sótano por una escalera estrecha lo
cual le daba el aire de una cueva subversiva, como lo fue originalmente esta sala donde se
representaban exclusivamente obras de autores socialistas y anarquistas, con la
particularidad de que después de la función había un debate. En este teatro insólito, el Padre
Castellani subía al escenario, que estaba muy alto, con toda energía y se paseaba ágilmente
de un extremo al otro mientras hablaba o se detenía frente a un pizarrón donde dibujaba
esquemas o escribía nombres y frases que apelaban a la retentiva del público. Su voz
modulaba dentro de un amplio registro convirtiéndose en vozarrón viril cuando convenía, adoptando tonos inesperados cuando imitaba a los personajes de los relatos y jamás
cayendo en la monotonía.
Mi encuentro con los originales de este curso no podría celebrarlo más pues es para
mí como recobrar la memoria de un recuerdo muy caro intelectualmente hablando. Por sus
características, leerlo ahora es como estar oyéndolo a su autor con su estilo directo, sin
remilgos, sin frases hechas, con ese estilo conversado que tenía su oratoria no dirigida al
mundo abstracto sino a cada uno de sus oyentes. De allí que pudiera decirse en verdad que
el Padre Castellani daba estas conferencias para todo público, en el buen sentido de la
expresión pues aunque fuera heterogéneo cada uno en su nivel recibía su mensaje. Tal vez
podría compararse su fecundidad a un mar lleno de pesca la cual pudiera ser recogida con
distintos tipos de redes según las especies. Porque nadie se quedaba sin cosechar.
Me acuerdo bien que hablando con mi novia de entonces —que es mi mujer desde
hace más de 40 años— le previne de que el Padre era un poco excéntrico y que tal vez le
chocara. Para mis adentros yo tenía un poco de respeto humano porque me parecía que no
podía presentarlo como un gran profesor por tener esa modalidad. Ella acababa de llegar de
Cambridge en cuya Universidad se graduara y después de la primera conferencia me
respondió: “El Padre Castellani me recuerda mucho más a los buenos profesores que tuve
allá que a esos profesores pomposos que son tan comunes aquí.” Y es cierto, la falta de
convencionalidad es una buena cualidad de los docentes universitarios ingleses —como lo
pude comprobar después teniéndolos como maestros y como colegas en Londres— que se
caracterizan por tener una soltura de espíritu no muy fácil de hallar entre nosotros.
Estas clases de Psicología ciertamente no se parecen en nada a la lectura de un
Tratado, como suelen ser frecuentemente las clases “doctorales”, sino que más bien se
asemejan a una visita guiada a un laboratorio; no tenían nada de librescas y en todo caso
uno participaba del experimento antes de sacar las conclusiones del caso. Todo lo que decía
el Padre tenía una “fuerza tremenda”, eso que él mismo define como “la suprema cualidad
de la literatura”. Por lo cual me quedó siempre pendiente una pregunta que me hubiera
gustado hacerle: siendo así: ¿por qué quería y admiraba a Borges?, ya que haciendo aquella
afirmación había dado en el clavo de por qué Borges no puede ser considerado un gran
autor puesto que toda su literatura carece de esa fuerza tremenda que está necesariamente
emparentada con la noción de “mysterium tremendum” que define a la Religión. Vaya uno
a saber; el caso es que releyéndolo ahora me ha ayudado a descubrir el quid de la cuestión.
Es que muchas cosas que he venido dando por sabidas hasta ahora, como
descubiertas por mí mismo, me parece que las aprendí en este curso inolvidable. Algún
psicólogo pedante y superficial dirá que la bibliografía que cita Castellani está pasada de
moda. El contestaría que sí y remarcaría de moda pero también nos recordaría con von
Monakof que “lo que en Psicología no es tan antiguo como el mundo es falso”. Suprema
sabiduría de detectar primero lo permanente, lo principal y dejar lo accesorio en segundo
lugar.
Es curioso que, cuando hablando de la educación de los sentimientos hace algunas
recomendaciones sobre la formación de un seminarista, resulte que todas las virtudes
aconsejadas las tenía él en grado sumo: una sólida formación intelectual, educación artística, don de oratoria y hasta cierto histrionismo sin el cual la predicación puede ser
poco efectiva: el ideal del hombre completo que él llenaba a las mil maravillas con
humildad y hasta una exagerada timidez que sabía vencer cuando era preciso establecer
comunicación con un auditorio nutrido y heteróclito.
Porque el Padre Castellani no sólo sabía Psicología teórica sino que daba testimonio
de dominar la práctica igualmente. Que es la que demostró en este curso felizmente
rescatado para este tiempo y el que venga.
Algún lector se preguntará si este es un libro de Psicología religiosa ya que su autor
es un sacerdote y habrá que contestarle que sí, pero de la buena. Nunca cae en el lugar
común, ni en la beatería. Al contrario, la combate. Lo religioso en este libro no viene
prefabricado ni es, por lo tanto, deleznable. Pero todas sus reflexiones ayudan
extraordinariamente al conocimiento del alma, de la propia alma, sin lo cual las virtudes
personales pierden todo sustento. Y eso hay que saber agradecerlo porque no hay muchos
autores que nos ayuden en ese sentido: una Psicología “desde el alma” en vez de sólo
“hacia el alma”.
Patricio H. Randle*
"Palabras Liminares" a
Psicología Humana del P. Leonardo Castellani.
*Biografía publicada por la Fundación Konex al otorgarle el Premio 1987
aquí.
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Patricio Horacio Randle 3/III/1927 - 1/II/2016 |