Cuando volvimos de España hace dos años después de otros dos de inmoración (o inmuración) nos preguntaban:
-- ¿Qué tal la España, usted que ha visto la España?
Respondíamos:
-- No sabemos. No la hemos recorrido. Estábamos reclusos. Sólo podíamos verla a través del ojo de un cerrojo.
Pero, pensándolo bien, por el ojo de la cerradura es donde se ven las cosas secretas. [...]
Somos más curiosos que cualquier sirvienta: algo hemos debido ver -- además de la última palabra sobre el caso Verdaguer, que estamos pretendiendo dar aquí. [...]
El español es el hombre de la pasión, no el hombre de la acción o la inteligencia, según Madariaga: si una gran pasión unifica su latente anarquía (lo cual no es nada fácil), es trabajador, activo e inteligente como el que más. Pero las pasiones que suelen apoderarse del español, no es la pasión de la avaricia [...] Es más bien la pasión de la religión o del honor --o del honor de la religión-- [...]
Por falta de grandes pasiones colectivas, el español sería ahora (como lo es por cierto) haragán y fiestero, pasivo y fatalista, insubordinado, aislado del mundo y displicente de la técnicas y las ciencias experimentales. [...]
Un conocido nuestro, estando nosotros en Barcelona, quería presentarse al Congreso Suareciano que allí funcionaba, y exclamar solemnemente en una sesión plenaria: "¡Suárez es la causa de la decadencia española!"
Fue disuadido por suerte: porque la podía pasar muy mal. Era "tomista" furioso. Entonces escribió una larga Memoria, abarrotada de tecnicismos, en prueba de su desaforada tesis, cuya lectura le hubimos de soportar. [...]
Según nuestro amigo, Suárez habría llevado tras sí la "ciencia española", desviándola y esterilizándola. Impuesto por obligación, por puntillo de honra nacional, y por facilonería, Suárez influyó en todo el proceso intelectual español hasta nuestros días, positiva o negativamente: hasta en Balmes, hasta en Unamuno --aunque éstos no lo sepan--, hasta en Ortega. [...]
En cuanto a su metafísica, aunque se diga que no es sino "la de Santo Tomás puesta al día", es una metafísica cismática del tomismo, compuesta de injertos y ensambles, en que se dan la mano (o más exactamente, se tocan con los pies) Santo Tomás, Escoto, Occam y el mismo Suárez, lo que él llama moderni: palabra que ha dado origen al infundio de la "modernidad' de su metafísica. [...]
El catalán concluyó con malicia, acabada ya la lectura, que a Verdaguer lo aplazaron tres veces en teología, porque en el Seminario se enseñaba teología suarista. Nosotros le argüimos que lo aplazaron porque no estudiaba; que se dejase de macanas. Rebatió con humor que "si hubiesen enseñado a Santo Tomás, Verdaguer habría estudiado: era un joven estudioso y muy inteligente. Se hubiera entusiasmado por Santo Tomás: no hubiera podido menos. Pero Suárez, con su teología y filosofía sin coherencia íntima, sin "desemboque en la percepción", sin relación continua con lo concreto, no puede dar cohesión intelectual, gozo intelectual, contemplación: no puede entusiasmar a nadie y menos a un tipo genial. Aburre, deseca, hincha; forma conceptualistas, racionalistas y, a la postre, charlatanes. Desvía al intelecto de su natural sendero y lo empantana en clasificaciones y distinciones de palabras.
"Y lo que le pasó a Verdaguer le pasó a toda España" -- concluía. Suárez impuesto por obligación, propagado por su poderosa Orden y vulgarizado por el clero, tiñó de conceptualismo la mente española, y la hizo reacia a las ciencias positivas: y estéril en las especulativas. [...]
No se podía discutir con el dominico, porque tenía una verba incoercible. Nosotros no osaríamos pronunciar todo lo que nos dijo; y su tesis nos parece muy discutible y delicada: más aún, paradójica. Pero tampoco podríamos negarlo. [...]
Después de la lectura de su imposible Memoria, el tremendo dominico se destapó con una acre diatriba acerca de los estudios en el clero español; que no nos atreveríamos a transcribir aquí como la tenemos anotada en nuestro diario. [...]
"El cura español no aprecia el trabajo intelectual, y el ambiente en que él actúa, mucho menos. Al contrario, muchas veces. Los Obispos no son elegidos entre los más doctos e intelectuales (lo cual quiere decir simplemente "espirituales"), sino entre los mejores administradores y gerentes. ¡Como si la Iglesia fuese una compañía industrial o mercantil!
"No digo que no se necesite también para obispar bien buena dosis de talento práctico. Pero lo malo es que los 'practicones' sin excelencia intelectual suelen tomar en inquina a los 'doctores sacros'. Y, sin embargo, San Pablo enumera el carisma de Doctor junto al de Pastor; y antes que él, incluso. Un buen teólogo merece tanto respeto como un obispo, en ley paulina. ¿Se da eso hoy, por ventura? [...]
--Nosotros hemos sido batidos en sangre --dijo lentamente, mirando arriba; no hace mucho. El clero español ha rendido un tremendo tributo de sangre y el pueblo español más. Una parte de España se convirtió en Caín; o las dos, mejor dicho. Nos mataban a nosotros los sacerdotes como perros, este pueblo español que llamamos católico. Si yo le pudiera echar la culpa a Rusia, sería feliz; pero no puedo echarle la culpa a Rusia. De aquí, de abajo de esta tierra brotó todo, lo malo como lo bueno. Los que abatían con toda tranquilidad a sacerdotes y frailes, y los buscaban para eliminarlos, eran gentes de por aquí; gentes que después, al ser tomados prisioneros y fusilados, se confesaban muchas veces y morían en la fe. [...]
Hablaba trabajosamente y repetía frases.
--No sé si esa matanza, ese desborde innatural de crueldad en nuestro pueblo, lo hemos entendido aún. Sentir, ya lo sentimos. Pero no sé si lo hemos entendido. No sé, vamos.
Calló un rato y después dijo:
--Hay demasiados casos como el de Verdaguer en la Iglesia, casos en que la inteligencia es destrozada por la sociedad. Cuando es la sociedad religiosa, es pésimo síntoma.
A mí se me ocurrió de repente una pregunta extraordinaria:
--¿Cree usted que hay una relación entre el caso de Verdaguer y las matanzas de sacerdotes en Cataluña?
--Hay una relación directa --nos dijo.
El Ruiseñor Fusilado
Suárez, Verdaguer y la quema de iglesias...