Por Javier Navascués
P. Jorge Luis Hidalgo. Nació en la ciudad de la Santísima Trinidad, el día de la primera aparición de la Virgen de Fátima, durante la guerra justa que Argentina libró contra Inglaterra por las Islas Malvinas. Estudió en Ingeniero Luiggi, La Pampa, Argentina. Ingresó al Seminario San Miguel Arcángel, de "El Volcán", San Luis. Fue ordenado sacerdote el día 20 de marzo de 2009, por cercanía a la fiesta de San José. Luego de distintos destinos como sacerdote, actualmente es vicario parroquial en la parroquia San Juan Bosco, de Colonia Veinticinco de Mayo, La Pampa, desde el 6 de mayo de 2017. Desde el día de la Virgen de Guadalupe, Emperatriz de América, del año 2017 es Licenciado en Educación Religiosa, por la Universidad de FASTA.
¿Por qué decidió escribir un libro sobre Castellani?
El año pasado, 2021, participé en el Curso de Posgrado “La Filosofía Política de Leonardo Castellani”, dictado en la Facultad de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales, perteneciente a la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino, que tiene su sede en Tucumán (Argentina). Un justo homenaje a uno de los más grandes sacerdotes, desde el punto de vista intelectual y espiritual, que ha dado mi patria, junto con el Padre Julio Meinvielle. Un homenaje, además, que se debía, dado que habitualmente las altas Casas de Estudio promueven cipayos extranjerizantes o gente de poca valía.
Para aprobar dicho curso era necesario elaborar un trabajo intelectual sobre una materia desarrollada por nuestro autor. Luego de aprobado dicho seminario, y de hacerle al trabajo algunas modificaciones posteriores, hoy ve la luz esta obra ya editada.
Por último, se le ha agregado a la obra un apéndice, compuesto por el Padre Federico Highton, sacerdote misionero en Malawi, acerca de los pecados del fariseismo, ofensas que el Padre Castellani ha fustigado siempre de modo particular. Como dice el Dr. Castaño en el prólogo del libro: «Leonardo Castellani ha sido el mayor teólogo católico del fenómeno tumoral del fariseísmo religioso».
Además lo hizo sobre el tema de la obediencia, que es muy importante en aras a hacer la voluntad de Dios.
Efectivamente, el tema de la obediencia es crucial, para cualquier sociedad, máxime si se refiere a la Iglesia. Hoy asistimos a un equívoco respecto a este concepto. Un equívoco que, por cierto, tiene varios siglos de historia, incluso entre grandes maestros de la espiritualidad cristiana.
Como consecuencia de ello, se quiere coaccionar, tanto a la sociedad civil como a los fieles cristianos, a aceptar cualquier imposición, cuando muchas veces la autoridad que manda no está subordinada a la causa eficiente principal de todo acto de gobierno, que es Dios.
Es por ello que cuando se deja de ver la subordinación de las causas segundas a la principal, es decir, las autoridades humanas dejan de considerar que ellos gobiernan en lugar de Dios, se ven graves problemas en cualquier sociedad. A nuestro juicio, gran parte de estas dificultades quedan al menos iluminadas al clarificar esta importante virtud.
Al tratarse de uno de los grandes intelectuales católicos y de recta doctrina, su opinión en la materia tiene mucho peso.
Sin duda, el p. Castellani es un autor al cual, gracias a Dios, se le da cada vez más importancia en los ambientes tradicionales. En España, por ejemplo, está siendo ampliamente conocido gracias a la labor de Juan Manuel de Prada. Acerca de p. Castellani, el Padre Pío dijo alguna vez: «El Padre Castellani es un santo y hay que ayudarlo.»
Si uno lee la biografía que sobre él escribió Sebastián Randle, uno podrá darse cuenta que el Cura argentino fue malinterpretado e incluso echado de la Compañía de Jesús por ser considerado desobediente. Particularmente importantes son las Cartas que él dirigió a los jesuitas, donde acusa a los hijos de San Ignacio de graves desórdenes; todas ellas compendiadas en su obra Cristo y los Fariseos.
Por esta razón, lo que se intenta hacer en el libro que ahora es editado es demostrar que el concepto de la virtud de la obediencia que tiene el Padre Castellani responde a la Tradición de la Iglesia, en particular a lo enseñado por Santo Tomás. Por ende, las acusaciones de desobediencia que le hicieron carecen de fundamento.
Padre Castellani en esto, como en otras cosas, es también un profeta para nuestro tiempo. Muchos sacerdotes, consagrados y fieles son tratados por sus superiores como desobedientes, cuando en realidad intentan seguir y cumplir las normas de la Tradición de la Iglesia. Esta pequeña obra, entonces, puede ayudarnos a evitar los problemas de conciencia que pueden llegar a surgir en los subordinados al ser constantemente acusados por estos mismos motivos.
Afirma Sergio Castaño en el prólogo que en torno de la obediencia se ha operado dentro de la Iglesia un proceso histórico-espiritual deletéreo y sorprendente, que afecta no sólo la conciencia de los fieles sino hasta la misma incolumidad de la Fe católica.
Sergio Castaño, Doctor en Ciencias Políticas y Doctor en Filosofía, fue quien dictó el citado Curso de Posgrado. Él sostiene, en la introducción, que también el concepto de obediencia fue deformado por algunos grandes exponentes de la tradición espiritual de la Iglesia.
En una parte de la obra comentada, subtitulada “La obediencia en la historia de la espiritualidad”, se van colocando distintos textos de Castellani como jalones de la deformación de esta virtud. Luego se explican los distintos pasos, en base a la enseñanza de Santo Tomás.
En síntesis, lo mismo que ocurre en la filosofía con el nominalismo, que en la corriente de espiritualidad de la época se llamó devotio moderna, fue trastocando el concepto de la obediencia, y por ende su práctica. Las etapas que analiza Castellani son: las filosofías franciscanas del siglo XIV, en particular de Ockham; y algunos grandes exponentes de la Contrarreforma, en particular San Ignacio de Loyola y la filosofía de Francisco Suárez.
Todo ello se acrecentó con el liberalismo, el cual, al negar que la autoridad es recibida de Dios, se creyó que la autoridad humana era la única que establecía, en concreto, la referencia a la moralidad de las acciones. De este modo se fue negando paulatinamente el carácter rector de la virtud de la prudencia, la cual es el «auriga de las virtudes», no solo para quien manda, sino también para quien obedece. En este último sentido, la pérdida del Niño Jesús en el Templo es aleccionadora: a pesar de tener los mejores padres del mundo, en ese momento concreto el Señor siguió otros criterios, por otras razones más elevadas y superiores.
Por lo tanto nos encontramos ante un tema de extrema trascendencia.
El tema, sin duda, es crucial. Es necesario que se vuelva a jerarquizar adecuadamente la vida espiritual. En este sentido, Castellani, citando a Santo Tomás, dice que la obediencia no es una virtud teologal, sino cardinal. Desde esta posición, se percibe claramente que las virtudes que tienen su origen, su ejemplo y su término en Dios, tales como la fe, la esperanza y la caridad, son superiores a la obediencia.
Además, también la virtud de la prudencia, como ya fue dicho, es superior a la obediencia, permaneciendo, empero, como inferior a las virtudes teologales. En este sentido, recordamos también que el sujeto de la virtud de la obediencia es la voluntad. Y que la inteligencia es más noble que la tendencia intelectual. Razón por la cual también por este motivo la prudencia es superior a la voluntad.
«Sapientis est ordinare». Con esta idea, Santo Tomás comienza la Summa contra Gentiles. «Del sabio es ordenar». Del recto orden de las virtudes se sigue cómo debe obrar el ser humano, para no verse confundido, particularmente en este tiempo de confusión.
¿Cómo concibe Castellani la obediencia?
Ante todo, es necesario aclarar que el concepto obediencia puede tomarse en dos sentidos: uno general y otro particular: en sentido general se refiere a toda virtud, y en sentido particular nos referimos a la virtud específica que nos atañe. Esta distinción también es fundamental para aclarar los conceptos.
Hablando de la virtud en especial, Castellani define la obediencia diciendo que es la «oblación razonable firmada por voto de sujetar la propia voluntad a otro para sujetarla a Dios y en orden a la perfección.» Para ser precisos, se inspira en el Doctor Angélico, el cual dice que «la obediencia apronta la voluntad del hombre para el cumplimiento de la voluntad ajena, o sea del que manda.»
En esta definición del sacerdote argentino queda de manifiesto que el fin último objetivo que ha de buscar el alma con la obediencia es el servicio de Dios, y el fin último subjetivo es realizar en sí mismo la perfección de la vida espiritual. Nuevamente, con esta definición se ordena a la virtud en su perfección propia, sin infravalorarla, pero tampoco sin exaltarla más allá de lo justo. La perfección en los seres humanos sujetos a la virtud de la obediencia no puede ser la de ser hechos todos iguales, como realizados en serie. Es posible que en algunos ambientes, bajo capa de obediencia, se quite la racionabilidad y la prudencia de los súbditos, elemento que, evidentemente, no me hace más humano, ni por ende más perfecto a los ojos de Dios.
¿Cuáles serían para él las principales deformaciones de la obediencia?
Castellani, siguiendo a Santo Tomás, enumera dos pecados contra la virtud de la obediencia: la desobediencia y la obsecuencia o el obediencialismo.
Nuestro autor deplora que tenga que hablar más acerca de lo segundo que de lo primero. En El ruiseñor fusilado dice: «Escribir sobre las excepciones es odioso. ¡Dichosos los que en este mundo tienen la misión de escribir acerca de las reglas y no de las excepciones!»
La desobediencia es, en definitiva, la rebelión contra Dios o contra el constituido en su nombre para regir en la materia que le es propia.
Esta última aclaración viene respecto a las distintas sociedades que hay en la comunidad política, donde cada una de ellas aparece dirigida por una autoridad distinta. El mismo Jesucristo distingue entre la potestad civil y eclesiástica al decir: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.» En base a este texto, Castellani analiza las distintas jurisdicciones que hay, la civil y la eclesiástica, y cómo una potestad no debe inmiscuirse en los asuntos de la otra.
Esto último cobra hoy especial relevancia, dado, por ejemplo, el cierre de los lugares de culto que se ha sufrido en muchos lugares, donde dictatorialmente las autoridades civiles han determinado si se debe abrir o no los templos, e incluso el modo de celebración y de expresión de la Fe de los feligreses. Muchos Pastores, lamentablemente, no hicieron valer su derecho de auténtica libertad en el fuero eclesiástico, siendo acomodaticios con el poder mundano.
¿Cómo relaciona Castellani el obediencialismo con la papolatría?
Como dice Santo Tomás, seguido por Castellani, obedecer «a quien no debe o en lo que no debe» tampoco puede ser considerado virtud. Es lo que se llama servilismo u obediencialismo. Este defecto de la virtud de la obediencia no solo se limita a obedecer a mi superior inmediato cuando me manda hacer un pecado, sino también al obrar cada subordinado contra su recta razón, condenándose a sí mismo con su mismo accionar. Como ya hemos dicho, la prudencia es la virtud rectora del cristiano, no solo para la autoridad, sino también para los súbditos. Cada persona debe ver de qué modo ejecuta lo imperado por su superior. Por ende, no existe la llamada «obediencia de entendimiento», tan repetida por algunos autores.
En el prólogo, el Dr. Castaño afirma: «El obediencialismo se retroalimenta con la papolatría.» P. Leonardo Castellani, en Cristo, ¿vuelve o no vuelve?, sostiene: «La Contrarreforma aumentó el sacramentalismo y disminuyó la predicación; rebajó la contemplación y la caridad en apologética y beneficencia –las cuales no son malas, pero no son sumas–; alejó más y más a los fieles del Poder eclesiástico –lo que llaman “La Jerarquía”– haciendo de la Iglesia la sociedad más totalitaria que existe; y se entregó desaforadamente a la “propaganda”.»
Con ello, se ve que la sobredimensión de la figura papal tuvo su inicio en esta época. Sin duda, en el siglo XVI era una forma de diferenciar al católico del protestante. Pero esto puede repercutir negativamente a lo largo del tiempo dando a cada palabra y a cada gesto de cualquier Sumo Pontífice un aura de santidad y misticismo, como si fuera Palabra de Dios cada cosa que saliera desde Roma. Evidentemente, como dice Castellani en la obra citada, «la Infalibilidad del Papa que Dios ha hecho, es una cosa milagrosa; pero no es tan milagrosa como la infalibilidad del Papa que algunos protestantes han hecho.»
Igualmente denuncia el voluntarismo como consecuencia del nominalismo.
El voluntarismo es consecuencia del nominalismo de la filosofía de Duns Scoto, y, sobre todo de Ockham. Sin duda, es el origen de la concepción errática de obediencia a la cual asistimos en muchos ambientes, no solo el eclesiástico.
Así asistimos a la promulgación de leyes civiles que atentan contra el orden moral, las cuales no solo protegen lo delictivo y lo pecaminoso, sino que hacen verdadera violencia contra los súbditos, por recta conciencia y recta razón, se oponen a colaborar con lo aprobado. En este aspecto, debemos recordar la enseñanza de San Pedro: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres».
Cuando, por ejemplo, se amenaza a los profesionales de la salud o de la educación a realizar tal práctica o dar tal contenido educativo, bajo coacción, so pena de perder el trabajo, asistimos a una negación del ejercicio de la virtud de la prudencia en los súbditos, avasallando incluso la libertad de su propia conciencia. Se observa allí con claridad la negación de la ley natural y, por ende, de la moralidad inscrita íntimamente en determinados objetos morales, que los hace semper et pro semper malos, independientemente de lo que determine la ley de turno o la autoridad del momento.
Por esta razón desarrollamos los conceptos clásicos de “resistencia a la autoridad” y el de “paciencia”, siguiendo siempre, de modo particular, al p. Castellani.
¿Cómo puede ayudar este libro al católico de hoy en día?
Por todo lo hasta aquí dicho, se ve con claridad la importancia de tener una recta cosmovisión de la obediencia, la que está de acuerdo con el orden natural y cristiano.
Este concepto adecuado es necesario tanto para el orden civil como el eclesiástico. Se requiere para que los súbditos se formen adecuadamente, para cultivar rectamente la virtud de la prudencia, y evitar injerencias indebidas de la autoridad, que van incluso a querer determinar el fuero interno, con toda la manipulación de conciencias que eso conlleva, abriendo las puertas para otros abusos, incluso los de índole sexual.
Por último, todos conocemos por propia experiencia las consecuencias de la concupiscencia, que permanece en el corazón de cada hombre después del santo Bautismo. Esto dificulta en concreto la auténtica obediencia, pues dadas las diversas órdenes injustas de quienes mandan en distintos campos es más difícil, a nuestro juicio, que cada persona sepa hasta dónde seguir el mandato de la autoridad, hasta dónde tener paciencia, y desde dónde resistirlo y oponerse tenazmente a lo injusto.
Por todos estos motivos, nos ha parecido fundamental la publicación de este libro. Le agradezco a Ud. la iniciativa por esta entrevista.
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