Punto de encuentro de todos aquéllos que estén interesados en vida y obra del Padre Leonardo Castellani (1899-1981)

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viernes, 18 de marzo de 2022

El Chesterton argentino

 [https://www.elimparcial.es/noticia/236814/opinion/el-chesterton-argentino.html]


miércoles 16 de marzo de 2022, 19:40h

Roberto Alifano

Escritor y periodista


Nadie puede negar que el jesuita Leonardo Castellani fue un hombre de la literatura. Nos dejó una obra digna de ser frecuentada. La mayoría de esos textos, como sucede, ignorados por el gran público lector. Desde Martita Ofelia y otros cuentos de fantasmas (1939) hasta Su majestad Dulcinea (1956), sus libros de ficción, pasando por su poesía, con títulos como El libro de las oraciones (1951) y La muerte de Martín Fierro (1953), hasta El evangelio de Jesucristo (1957), uno de sus ensayos fundamentales, trabajo de investigación religiosa que nos introduce en algunas cuestiones imprescindibles para la correcta comprensión de la Palabra, donde las fechas, los apócrifos, el canon, los cuatro evangelistas, la cuestión sinóptica, la autocrítica escrita y su autenticidad, lo muestran como un gran erudito. A esto se suma una Cronología de la Vida de Cristo y una tabla de correspondencia con los ciclos actuales, que según los especialistas ha cobrado vigencia.

Hijo de un periodista, dirigente del Radicalismo provincial, Leonardo Luis Castellani nació en 1899 en Reconquista, un pueblo de la provincia de Santa Fe. Su primera formación transcurrió en el Colegio de la Inmaculada, donde descubrió su vocación religiosa y, más tarde en Córdoba, ingresando al noviciado jesuita en 1918. Prosiguió sus estudios hasta ser admitido en el Colegio del Salvador de Buenos Aires, del que egresó como profesor, empezando una intensa labor docente en dicha institución; a la vez que simultáneamente daba clases de literatura en el Seminario de Villa Devoto. En esta época escribió las fábulas para su primer libro, que soporta el título de Bichos y personas (Camperas, 1931). Como recompensa por sus trabajos literarios y por su aporte al estudio de los Evangelios, la orden jesuita hizo que en 1929 viajara a Roma para continuar su formación.

En aquella ciudad del catolicismo fue ordenado sacerdote, en 1930, en la iglesia de San Ignacio de Loyola en Campo Marzio. Allí, el padre Castellani estudió Filosofía y Teología en la Universidad Gregoriana; viajó luego a París para doctorarse en psicología en la Sorbona, donde conoció personalmente a Jacques Maritain y Paul Claudel (este poeta, que regía una suerte de tertulia a la que asistió, cariñosamente lo menciona con el apodo de le petit prêtre argentin (el pequeño curita argentino). También viajó por Austria, Alemania y el Reino Unido, donde se interesó por la educación y la psicología. De Londres, atesoraba en su memoria un encuentro con su admirado Gilbert Keith Chesterton.

En 1935 “la nostalgia por la patria” lo hizo volver a la Argentina, donde retomó su actividad como docente, escritor y periodista. En aquellos años redactó artículos en varias publicaciones religiosas como la revista Estudios y el semanario Criterio y en los diarios La Nación y La Prensa; en todos ellos, como diría Borges, escudado bajo el pseudónimo de “Jerónimo del Rey”. En Tribuna, en cambio, un medio más marginal, firmó sus polémicos escritos como “Militis Militorum”. Durante esos días La Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires publicó su ensayo San Agustín y Descartes, y otro sobre Medicina y religión, a cargo de la Universidad de La Plata; texto que incluye un trabajo de avanzada en el Análisis sobre psicología cartesiana.

Devino rápidamente en un referente del catolicismo de orientación anti-liberal y cultivó amistades en esos ámbitos con notables personajes del nacionalismo como Ernesto Palacio, Juan Queraltó y Ramón Doll. En las elecciones de 1946, a pedido de sus amigos y sin permiso de sus superiores jesuitas, fue candidato a diputado por la Alianza Libertadora Nacionalista, una organización de derecha que luego se unió al Peronismo, de la que afirmó, años más tarde: “La gente se confundió en ese momento. Yo no soy nacionalista como muchos creen y menos un referente de esa corriente; esencialmente porque aquello fue algo circunstancial y no he querido meterme en política nunca más. No la he entendido tampoco y hasta me produce náuseas”.​

Por éstos y otros motivos, como la publicación de las llamadas Cartas Provinciales, la relación con su orden se tornó conflictiva siendo amonestado por el severo Obispo Tomás Travi, con el que lejos de someterse, polemizó. A fines de 1946 viajó por propia iniciativa a Roma “para liberarme de la asfixia y explicarme ante el Jefe General de la Compañía de Jesús, Jean-Baptiste Janssens”, pero fue mal recibido e intimado a recluirse en un hospicio en Manresa (España). Lo aceptó como una experiencia religiosa más y estuvo allí durante casi dos años, “que no me fueron incómodos; sino que, por el contrario, me ayudaron a meditar y entender otras cosas -justificaría- y, a la vez, me permitieron formarme una idea polémica sobre ciertas verdades indiscutibles de la Iglesia, hasta que decidí fugarme para volver a la Argentina”.

A poco de llegar, el 18 de octubre de 1949, fue formalmente expulsado como jesuita y suspendido a divinis en su ministerio sacerdotal. Todo este episodio resultó extremadamente traumático para Castellani, e influyó mucho en su pensamiento y obra posterior. Por esa época, se decidió por la literatura como una forma de enfrentar las convenciones que lo habían abrumado y condenado. Fueron sus años más críticos. Las ideas de mi tío cura, Decíamos ayer, Un país de jauja, El ruiseñor fusilado y las conferencias San Agustín y nosotros, obraron como respuestas de su condena.

En 1950 fue acogido por el obispo de Salta, “el comprensivo hombre santo Monseñor Roberto José Tavella -recordaba- y viví en esa ciudad por casi tres años”. El escritor santafesino Horacio Caillet-Bois fue entonces su camarada más cercano. En 1953 se instaló en Buenos Aires, en un departamento de Constitución donde vivió hasta su muerte asistido en muchos casos por sus amigos, a raíz del escaso dinero que le daban sus artículos, libros y conferencias. Durante la segunda mitad de la década del 50 colaboró con el semanario Rebeldía, dirigido por Hernán Benítez, el polémico sacerdote peronista, publicación que fue varias veces censurada por el régimen dictatorial del general Aramburu, el segundo presidente de facto que sucedió a Perón y finalmente clausurada, lo que le valió a Castellani una implacable persecución.​ En 1956, tras varias presiones pudo viajar a España, aunque no se exilió.

El final de la década del 50’ fue amable con Castellani; podemos decir, que el período más difícil de su vida había pasado, y aunque las heridas acaso no cerrarían nunca, empezó a ordenar sus papeles e inició una nueva etapa en su producción literaria, que se revelaría aún más productiva y profunda que la primera. Lugones. Sentir la Argentina (1964), Decíamos ayer (1968) y Nueva crítica Literaria (1970), junto a cuentos y novelas serían sus volúmenes más representativos de ese tiempo. También por aquellos años escribió obras religiosas como El apocalipsis de San Juan, ¿Cristo vuelve o no vuelve?, El místico, Los papeles de Benjamín Benavidez y El evangelio de Jesucristo de Cristo.

En 1961, un cura de pueblo, Héctor Herráez, jugándosela y por propia iniciativa, le permitió celebrar misa en su parroquia y después lo hizo en la Iglesia del Tránsito de la Santísima Virgen cuando Herraéz fue trasladado. Entre 1962 y 1963, Ediciones Paulinas publicó algunos de sus libros. Finalmente, en 1966 se le restituyó el ministerio sacerdotal en pleno, sin condiciones, reservas o retractaciones. En 1971, libre de culpa y cargos, la Compañía de Jesús decretó la reintegración del padre Castellani, pero él declinó en razón del estado de su salud y la edad; aunque, sin duda, animado en el fondo por un antiguo resentimiento, como confesó a sus más cercanos amigos.

“Durante esos años reincidí en lo que más me reconfortaba y no dejé de escribir libros de temática religiosa, además de poemas, novelas, cuentos policiales y ensayos”, se alegraría. Inquieto observador de la realidad, también publicó artículos periodísticos en las revistas Mayoría, Dinámica Social, Azul y Blanco y Verbo, y dictó numerosos cursos y conferencias, en lugares tan disímiles como la Universidad Nacional de Tucumán, el Teatro del Pueblo de Leónidas Barletta o la Librería Huemul.

En 1967 fundó la polémica revista Jauja y la dirigió durante sus tres años de existencia. Castellani, sin dejar de ser un referente entre los sectores más tradicionales del catolicismo y una figura destacada, se complacía en negar sus disidencias. Sin embargo, aunque volcado a la interioridad religiosa, no descuidó su tarea de investigador. “La literatura es siempre secuencia, hasta en aquellos que quieren romper con todo. Toda creación sigue a otra, la adiciona algo, es un más”, aclara, apoyado en las opiniones del vate español Pedro Salinas.

Es la etapa que redescubre y profesa su cuasi devoción por el filósofo luterano Soren Kierkegaard, a quien dedica el volumen De Kierkegaard a Tomás de Aquino; considerado como el ensayo más sobresaliente de la última etapa de su vida. En el poema “Jauja”, con octosílabos camperos al estilo Martín Fierro, expone su resultado de las lecturas y de compenetración que hace hacia las ideas del filósofo danés:

Y en esto la boca mía

Es de la verdá la fuente

un poeta nunca miente

Ni en lo más imaginao

Y esto todo es inventao

Y no hay cosa que yo invente…

Ernesto Sabato, uno de sus más entrañables lectores, lo llamó “el Chesterton argentino”; coincido con la comparación. En asuntos como el de la Religión Católica se hubiera entendido de maravillas con el británico; compartieron, además, el amor por la palabra y la paradoja, que Chesterton cultivara con maestría y que Castellani utilizará después con eficacia. El novelista Juan Luis Gallardo, uno de los estudiosos de su obra, afirma que “A ello se puede sumar la valentía intelectual de ambos, que los llevó a difundir sus ideas a despecho de las corrientes de pensamiento en boga por entonces”. En “Historias del Norte Bravo” y “Las Muertes del Padre Metri”, sus dos libros de cuentos policiales, el protagonista es un cura que recuerda mucho al “Padre Brown” de Chesterton.

Cuando publicó la revista Jauja, con el poeta Miguel Ángel Bustos nos reunimos con él en un café de la calle Corrientes y nos encomendó la tarea de entrevistar a Borges y a Marechal. Ya en la década del ’70, con el recordado Jorge Caillava, que también perteneció a la orden jesuita y fue uno de sus discípulos y amigos más cercanos, lo visité en su modesto departamento del barrio de Constitución, donde vivía austeramente rodeado de libros y recuerdos. Hablamos de su obra literaria y de su hondo amor a las palabras. Lo evoco encendiendo constantemente su pipa y conversando en un tono ameno, aunque menos tranquilo que apasionado, siempre didáctico y sabio en sus pareceres.

El 19 de mayo de 1976 fue invitado, junto con Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato y Horacio Ratti, a un controvertido almuerzo en la Casa Rosada con el dictador Jorge Rafael Videla, presidente de facto de la Argentina tras el golpe militar, que buscaba un apoyo cultural para blanquear las atrocidades que estaban perpetrando. Allí, con decisión y valentía, el padre Castellani pidió por la vida de Haroldo Conti, un escritor que había sido recientemente secuestrado y estaba desaparecido. Fue en vano. Días después Conti fue sórdidamente asesinado.

La obra del padre Castellani es muy rica y abarca diversos géneros con igual intensidad. En España, el talentoso escritor Juan Manuel de Prada, le ha dedicado varios trabajos y ha revelado al público lector de esos ámbitos su existencia como escritor y pensador.

Hace 41 años, un 15 de marzo de 1981, muy pobre de bienes materiales, con dificultades para conseguir editores, prolijamente ignorado por los voceros de la cultura oficial y casi silenciado por el establishment de los medios de comunicación, el padre Leonardo Luis Castellani se sumó a los más. Era un gran místico e intelectual, pero también un hombre bueno y honesto. Es cierto, se lo empieza a reconocer, pero aún espera que su obra sea reeditada en la misma medida.

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