Hay que decirlo con total convencimiento: el padre Castellani se sentía muy cómodo entre nacionalistas. No buscaba beatos de sacristía ni burgueses clericalistas, gustaba evidentemente de ese aroma a trinchera que sus amigos en el nacionalismo sabían contagiar. El religioso tenía allí un auditorio muy bien dispuesto a escucharlo. Mientras su propia orden religiosa lo ignoraba o castigaba, encontraba entre ellos un acompañamiento que por momentos resultaba muy cercano.
La amistad de Castellani para con los nacionalistas en estos años ´40 fue perdurable y estrecha si tenemos en cuenta que por su condición de religioso jesuita estaba limitado rígidamente no sólo en sus relaciones sino aún en sus movimientos. Sin embargo no dejaba escapar ocasión de frecuentarlos, y esto, pese a las miradas que parecían censurar su particular estilo. Cuando otros religiosos ocultaban o evitaban a los nacionalistas como a verdaderos leprosos él supo dar continuidad a la amistad que lo unía. De manera singular siguió de cerca el juicio que a Queraltó y otros dirigentes se les siguió por asociación ilícita. Por eso no dudó en hacer acto de presencia aquel día de octubre de 1945 en que se produjeron los alegatos ante una sala judicial colmada por los más importantes dirigentes de Alianza.
(Fragmento del libro de Hernán M. Capizzano, Alianza Libertadora Nacionalista, Historia y crónica: 1935-1953, Memoria y Archivo, Buenos Aires, 2013).
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