Sábado 07 de diciembre de 2013 | Publicado en edición impresa
Ya hubo antes un papa argentino
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Jorge Bergoglio no fue el primer papa argentino.
Cuando en 1963 murió Ángelo Roncalli, aquel amado Juan
XXIII, el Cónclave eligió a un papa argentino, un jesuita que ejercía su
ministerio en el porteñísimo barrio de San Telmo, un teólogo
excepcional, cuyo nombre era Ducadelia. Pío Ducadelia, al ser elegido
papa, tomó el nombre de Juan XXIV.
No. No estoy loco. Eso sucedió en un libro publicado en
1964. El escritor que profetizó un papa argentino era Leonardo
Castellani y el libro, publicado por Ediciones Theoría, se titula Juan XXIII, Juan XXIV.Una fantasía.
El cura Pío Ducadelia, personaje de Castellani que
aparece en otros libros del autor, es un sacerdote que ha tenido
problemas con la jerarquía de la Compañía de Jesús por opiniones y
actitudes juzgadas irreverentes. ¿Cómo llega Ducadelia al papado sin
siquiera ser cardenal? En su fantasía anticipatoria, Castellani imagina
una situación mundial caótica. Francia ha ganado una guerra contra la
Unión Soviética, que desaparece, y los Estados Unidos han invadido
América del Sur. Ducadelia se encuentra en Montevideo, pero el arzobispo
de Buenos Aires lo va a buscar y le pide que lo acompañe a Roma, como
asesor en el Concilio que ha de elegir al sucesor de Roncalli. Ducadelia
es un gran teólogo. Y el Cónclave, debido a la situación excepcional
del mundo y de la Iglesia, lo elige Papa. En otro libro del jesuita
Castellani, ese Ducadelia, durante su suspensión en la función
sacerdotal y llevado por su afición por las novelas policiales -afición
que compartía con su creador-, había abierto una agencia de detectives,
en sociedad con un indio mataco y un abogado recién salido de la cárcel
donde había estado preso y no como defensor. Castellani es uno de los
grandes autores del policial argentino, género en el que Rodolfo Walsh
lo consideraba "un maestro".
Juan XXIII, Juan XXIV. Una fantasía explica a lo largo de sus 342 páginas cómo la burocracia vaticana (Castellani dixit
) le hace la vida imposible al Papa y sabotea sus reformas. El libro
narra las vicisitudes de ese papa para sobrevivir en Roma -conseguir
mate, hacer comprensibles sus argentinismos, adaptar la picardía y
algunos tics porteños que los romanos no entienden-. Al margen de estas
tribulaciones cotidianas, el gran tema del libro de Leonardo Castellani
es la modernización y humanización de la Iglesia. Porque Ducadelia
quiere reformar la institución partiendo de la acepción original de la
palabra Iglesia, que significa asamblea, es decir, reunión de los
fieles. Quiere vender los tesoros del Vaticano, quiere que los pastores
sean austeros, quiere eliminar la pompa, los privilegios, las rigideces
dogmáticas, quiere revalorizar la tarea de los laicos, clama contra el
pecado eclesial ("es una vergüenza que el cristianismo sea usado para
legitimar malos gobiernos"), sale de noche a caminar por Roma y a
compartir la vida de los pobres. Por todo ello le ponen palos en la
rueda.
Juan XXIII, Juan XXIV. Una fantasía no es uno
de los mejores libros de Castellani, pero muestra su inventiva profética
y tiene fragmentos que revelan la belleza, el vigor y la curiosidad
insaciable del mejor Castellani, un escritor cuya reivindicación está
aún pendiente. El escritor Castellani pagó alto precio por su
independencia: ajeno a todos los grupos y banderías, fue negado a
derecha e izquierda. Durante el primer peronismo no pudo usarlo, porque
durante su gobierno Castellani estuvo fuera del país, dedicado a aclarar
sus desajustes con la Compañía. Castellani en sus libros y artículos
usó un recurso, la ironía, que irremediablemente le granjeó antipatías.
Nunca le faltaron lectores, pero como escritor terminó solo, o quizás
peor aún, prisionero de grupos que lo monopolizan para justificar
pensamientos reaccionarios. Castellani fue un reaccionario, sin duda
(consideraba la democracia una farsa), pero también fue un gran escritor
que se escapa por todos los costados de cualquier corsé y, por lo
tanto, merece lecturas desprejuiciadas. Sin olvidar el acto con el que
se despidió de los argentinos: el almuerzo de cuatro escritores con el
dictador Videla, el 19 de mayo de 1976. En ese ágape, al que fueron
invitados Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato y el representante de la
SADE Horacio Ratti, Castellani, que entonces tenía 77 años y moriría
cuatro después, fue el único que cuestionó al dictador, al exigirle
noticias de Haroldo Conti, escritor entonces detenido en algún lugar y
que no sobrevivió.
A todo esto, cincuenta años después de la aventura literaria de Juan XXIII, Juan XXIV. Una fantasía
, en Roma hay un papa argentino, jesuita como Castellani, hijo de
italianos como Castellani, porteño viejo como Castellani (quien, aunque
era del norte santafecino, terminó sus días en su austero departamento
de Caseros y Defensa). Bergoglio es el hombre del año. Su ascenso al
papado alteró la situación en el mundo y también el clima político en la
Argentina. Marcó, por ejemplo, el ocaso de aquellos que no soportaron
nunca a Bergoglio porque, al margen de lo religioso-ideológico, no
admitían la mirada ética del arzobispo de Buenos Aires, por eso
Francisco fue calumniado como delator...
El Papa está luchando a brazo partido para que los
católicos, pero también los hombres y las mujeres todos, nos
reencontremos con un valor que mucho escasea, la dignidad. Francisco,
dice el diario Corriere della Sera, ha lanzado a la Iglesia a una
aventura, la de abrir la Iglesia al mundo. Es un papa, dicen, que viene
de lejos y mira lejos. Para nosotros, Francisco no viene de lejos.
Leyendo al Ducadelia de Castellani, he pensado en el Adán Buenosayres ,
de Marechal, en el Remo Erdosain de Arlt, en el Horacio Oliveira de
Cortázar. Seres de la imaginación que, sin embargo, alientan en esta
ciudad de los Buenos Aires que nutrió a sus autores y les dio vida. Para
nosotros Francisco (o su álter ego literario, Ducadelia) no viene de
lejos, partió de nosotros, por eso lo sentimos cerca.
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