Recuerdo que una mañana cayó en la redacción, cuando Guillermo Gutiérrez estaba preparando un servicio sobre el Padre Castellani. Y se vino con una fotito de cuando era seminarista en el Metropolitano donde estaba el viejo peleador nacionalista.
—Dame que la pongo —le dije.
—No jodás, que después los muchachos me van a cargar. —Pero lo convencí. Y la foto salió con ese texto sobre él.
Padre Castellani titulado "Era nuestro adelantado". Su último texto publicado en Crisis, en mayo del '76, justo cuando se lo llevaron. Ahí Haroldo rendía homenaje a Hernán Benítez, aquel cura, confesor de Evita, crítico de la cultura oligárquica y que hacia los años '50 planteara en la Argentina una de las primeras definiciones fuertes de la cultura como solidaridad. Y también a Castellani, en quien reconocía una de sus primeras influencias:
Creo que lo que más me llegó fue su estilo, sobre todo en el rebate a GarMar, porque por primera vez observé que se podía expresar cualquier cosa en un lenguaje argentino. Imagínense ustedes citar a Culacciati y al vigilante de la esquina en un trabajo sobre Kant e incluso encontrar en ese mismo trabajo frases como esta: ¡Huá tigre viejo grandote potí!
¡Qué cruce entre Haroldo y Castellani! Qué se iba a imaginar Haroldo que pocos días después sería el Padre Castellani el primer escritor argentino en denunciar con todo su caso y plantearlo al propio Videla en aquella famosa entrevista que él mismo testimoniara en Crisis 39.
Allí Castellani, como lo hubiera hecho Haroldo, manda al diablo los problemas específicos ("la preocupación central de un escritor nunca pueden ser los libros", afirmaría después) y se limita sólo a plantear el problema de Haroldo.
Nexos de fondo. No ajenos a la impronta cristiana que campeaba en el espíritu de Haroldo. Cuando murió estaba escribiendo un cuento, que no sé si Marta pudo conservar, que narraba un gran asado en el cielo. Y ahí había colocado a los cumpas, a la izquierda del Señor, cada uno con un clavel rojo en el ojal.
"Haroldo y las aletas de tiburón", publicado en la revista El Porteño, mayo de 1984. Recopilado en Aníbal Ford, Desde la orilla de la ciencia: Ensayos sobre identidad, cultura y territorio (Buenos Aires: Punto Sur Editores, 1987). En "Haroldo y las aletas de tiburón" Ford narra cómo Haroldo Conti, escritor argentino asesinado por el régimen militar, quiso hacerse rico vendiendo aletas de tiburón a los japoneses, por lo que recorre múltiples balnearios de su provincia; no obstante, a causa de la extensión del viaje y las vicisitudes de la marcha, abandona el proyecto y se dedica a disfrutar los placeres del viaje. [Revista de Estudios Sociales, nº 25 (Bogotá: Fac. de Cs. Sociales, Univ. de los Andes, XII-2006).]
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