El P. Leonardo Castellani dedicó buena parte de su vida al
estudio del Apocalipsis, empeño que puso por escrito en tres libros y en
numerosos artículos y ensayos, además de en incontables sermones y
conferencias. También en eso fue un hijo díscolo de una Iglesia que, con
afán de modernizarse, tomó la senda opuesta, y se fue haciendo cada vez
más mundana y naturalista, reacia a predicar sobre las postrimerías y
el fin de los tiempos.
Cristo ¿vuelve o no vuelve? es un buen compendio de la exegética
castellaniana. El libro, según la edición que publicó Vórtice en 2004,
está dividido en tres partes. La primera –escrita a mediados del siglo
XX- repasa los elementos centrales del Apocalipsis, barajando las
opiniones de los exegetas más eminentes y proponiendo soluciones
propias. En la segunda se recopilan una serie de artículos varios bajo
el título de “Ensayos religiosos”. En la tercera y última, el padre
Castellani revisa cuatro de las más importantes apariciones marianas a
la luz de la visión profética de San Juan.
A Castellani (1899-1981) le interesaba en principio advertir sobre la
realidad dogmática de la Segunda Venida, o Parusía. “Jesucristo vuelve,
y su vuelta es un dogma de nuestra fe”, son las palabras que abren la
obra. “El Universo –proseguía- no es un proceso natural, como piensan
los evolucionistas o naturalistas, sino que es un poema gigantesco, un
poema dramático del cual Dios se ha reservado la iniciación, el nudo y
el desenlace; que se llaman teológicamente Creación Redención y
Parusía”.
Antes del regreso de Jesucristo “en gloria y majestad” deben ocurrir
otras cosas, que Castellani menciona e interpreta siguiendo
observaciones de teólogos o autores seculares (Bossuet, Lacunza, Donoso
Cortés, Benson, Hugo Wast, Eyzaguirre, Straubinger). La Gran
Tribulación; el Misterio de Iniquidad, que “es el odio a Dios y la
adoración del hombre”; el retiro del Obstáculo (o Katejón); la
adulteración de la religión verdadera, convertida en Gran Ramera; la
manifestación del Anticristo, el Hijo de Perdición, que “será a la vez
una corporación y una persona individual que la encarnará y gobernará”,
el azote de las Siete Plagas.
Estas “fulgurantes visiones del Apocalipsis” con su despliegue “de
sangre, fuego y ruinas” siempre han desconcertado a los escépticos.
Castellani ponía especial énfasis en refutar a esos positivistas del
siglo XIX, como Ernest Renan, que dudaban de la verosimilitud de un
poder como el que San Juan atribuye al Anticristo.
En réplica al “apóstata bretón”, recordaba la devastación que habían
dejado las dos guerras mundiales, la capacidad destructiva de la bomba
atómica y la “concentración rápida del poder económico-político
(totalitarismo capitalista) en pocas manos y la formación de grandes
grupos internacionales, precursores de un Imperio Universal
Anticristiano, o Primera Bestia”. Repetía la idea en la segunda parte
del libro. “Se está produciendo visiblemente en el mundo lo que se
podría llamar la herramienta del Anticristo –señalaba-. (…) La desviada
Ciencia Moderna, que nos da ‘prodigios y portentos mendaces’ por los
milagros que le pedimos, es uno de los elementos de esa Nueva Religión
que vemos formándose frente nuestro, que tiene aspecto exterior como el
cordero y en su boca palabras de blasfemia”.
Sin perder de vista el tema central, Cristo ¿vuelve o no vuelve?
ofrece también una vía de ingreso a la singular inteligencia del
sacerdote, y a su obra extraordinaria, escrita siempre con ese “humor
aguerrido” y “estilo despeinado” del que habló Juan Luis Gallardo. Casi
no hay página que no incluya una observación original, una síntesis
imprevista, un comentario agudo, una salida tan chusca como brillante. A
la vez periodista, teólogo y profeta, Castellani podía referirse aquí a
judíos y masones, liberales y marxistas, fariseos y revolucionarios con
una libertad que en este tiempo, dominado por la corrección política y
la intolerancia de los tolerantes, sería por completo imposible. Hoy no
habría lugar en el mundo (o en la Iglesia) para un Castellani.
Por eso leerlo es, siempre, un bálsamo y un tónico. Sobre todo en
estos días de pandemia, pánico teledirigido, encierro obligatorio y
persistentes llamados a constituir el tantas veces anticipado “gobierno
mundial”. El padre lo vio hace más de medio siglo y lo expresó con
palabras memorables, que merecen meditarse. “La unión de las naciones en
grandes grupos, primero, y después, en un solo Imperio mundial, sueño
potente y gran movimiento del mundo de hoy, no puede hacerse…sino por
Cristo o contra Cristo. Lo que sólo puede hacer Dios –y que hará al
final, según creemos, conforme está prometido- el mundo moderno
febrilmente intenta construirlo sin Dios; apostatando de Cristo,
abominando del antiguo boceto de unidad que se llamó la Cristiandad y
oprimiendo férreamente incluso la naturaleza humana, con la supresión
pretendida de la familia y de las patrias. (…) Mas, nosotros
defenderemos hasta el final esos parcelamientos naturales de la
humanidad, esos núcleos primigenios; con la consigna no de vencer sino
de no ser vencidos. (…) Es decir, sabiendo que si somos vencidos en esta
lucha, ése es el mayor triunfo; porque si el mundo se acaba, entonces
Cristo dijo verdad. Y entonces el acabamiento es prenda de
resurrección”.