Los otros días llamábamos la atención sobre una conferencia dictada por el Dr. Sebastián Randle en Maschwitz (aquí). Ahora, gracias a la generosidad del autor, contamos con el texto de la misma. Espereamos que aprovechen de la misma como lo hemos hecho nosotros.
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10 enseñanzas que nos dejó Castellani
Por supuesto que Castellani
nos dejó muchísimas enseñanzas más allá de las 10 que caprichosamente elegí
para exponer acá (entre otras, sobre las que me podría haber explayado también,
notemos sus lecciones acerca de la superioridad de la narrativa sobre la
ensayística, cómo la inteligencia es uno de los principales dones de Dios al
hombre, hasta qué punto es importante la literatura anglosajona —y no sólo la
católica—, sus provocadoras notas sobre las taras de la contrarreforma o sobre
el celibato sacerdotal, por qué la obediencia no es la última ratio en materia moral y cómo a veces es obligatorio
desobedecer, que el comunismo no es el peor de los males, y muchas muchísimas
cosas más sobre psicología, sobre literatura, sobre política, sobre historia
argentina, que no acabaría nunca si quisiera enumerarlas todas).
Vamos pues a las 10
que arbitrariamente elegí para ustedes.
1) La primera es que
desde que reina la modernidad en el mundo, los
enemigos principales de la Iglesia, son los cristianos de letrerito, los
clérigos ventajeros, los obispos brutos, los cardenales venales y si me apuran,
más de un Papa. Por eso, él urge que se empiece la batalla contra la modernidad
“limpiando la Iglesia”, no tanto misionar, hacer apologética, sino hacer que
los cristianos se vuelvan más cristianos. Así, por ejemplo, en “El ruiseñor
fusilado”:
Lo que llaman la
“apostasía de las masas” (que no es de las masas solamente) no se cura con
“propaganda fide”. Es un fenómeno profundo, canceroso.
A los que me preguntan
a mí qué remedio hay, no les digo el remedio; a los que me preguntan la causa,
no les digo la causa.
Solamente digo:
¿Podría haber apostasía del mundo, si no hubiese porquería en la Iglesia? Si la
Iglesia fuera hermosa, atraería necesariamente y no repelería. Y sería hermosa
si estuviese limpia. Esto no tiene vuelta de hoja.
Claro, él libró esa batalla durante toda su vida—y ligó palos que no te
digo nada, comenzando con su inicua expulsión de la Compañía de Jesús y
terminando por un ninguneo sistemático de su prédica, de su obra, de sus
clases, de su inteligencia toda. Y entonces, a veces le da por formular todo
esto en primera persona:
Les voy a decir una
cosa que más valiera callarla—que son las que hay que decir. Todos los golpes
mortíferos (o "letales", como dice Avelino Herrero Mayor) los he
recibido dentro de casa. Ningún judío me hizo nunca ningún mal, ningún liberal
me hizo nunca ningún mal, ningún masón me hizo ningún mal, ningún mormón,
ningún radical del pueblo, ningún perduelis, ningún espiritista, ningún
psicanalista, ningún vendepatria, ningún estafador, ningún politiquero, ningún
cipayo, ningún nazi, ningún malvinero, ningún escruchante, ninguna señora
gorda, ningún “hippie”, ningún loco, ningún poeta modernista, ningún loquitor
de Radio, ningún mahometano, ningún comerciante, ningún economista me han hecho
nunca ningún mal. Si alguno ha tirado a matarme, como si dijéramos, ha sido un
hermano no-separado; uno de los de “la estirpe electa, la gente santa, el
sacerdocio reyal”, que dice San Pedro. El portero del cielo está viejo y un
poco fuera de la buena información, quizás.
2) La segunda enseñanza
es que la “abominación y gran despelote”
dentro de la Iglesia, ciertamente no empezó con el Concilio Vaticano II ni
a partir de las reformas litúrgicas de Pablo VI. Él identificó como principal
problema de la Iglesia, mucho antes que el progresismo y, a osadas, antes del
modernismo, al fariseísmo—un producto natural de lo que él dio en llamar la
“exteriorización” de la religión católica.
El mayor mal que
corroe y amenaza a la religión católica hoy día es la “exterioridad”—el mismo
mal al que sucumbió la Sinagoga.
El punto de disensión
entre el Catolicismo y el Protestantismo en su nacimiento fue la
“exterioridad”. Los protestantes protestaron contra una Iglesia que se volvía
imperialismo, contra una fe que se volvía ceremonias y obras de filantropía,
contra una religión que se volvía exterioridad: y apelaron a la religión
interior… El remedio contra eso no era la rebelión y la desobediencia, por
cierto; y así el Protestantismo no remedió el mal sino que lo agravó.
Y un poco más adelante:
Dondequiera hay un
exceso de “reglamentismo”, una proliferación de mandatos, reglas, costumbres,
glosas, formalidades y trámites, no solamente hay peligro de olvidar el
espíritu y el fin de la ley, sino señal clara de que ese espíritu ha
claudicado.
3) La tercera enseñanza
de Castellani fue enseñarnos a identificar al fariseísmo en todas sus
modalidades, en todos los tiempos—y en el nuestro advertir que este paradigma fariseos-cristianos de
verdad es infinitamente más importante que el de progresistas versus
tradicionalistas (que en todas partes se cuecen habas).
Es un problema de
“vitalidad”. Es el problema que Agustín Cochon llamó de “socialización de una
sociedad”: de absorción de lo personal por lo social, de lo característico por
lo colectivo, de lo vivo por lo automático, del gesto por la máquina y la savia
por la corteza.
Él, por su parte, combatió a los fariseos de su tiempo con todas sus
fuerzas y con toda su inteligencia y llegó a conocerlos a la perfección:
Todo fariseo es
fanático pero no todo fanático es fariseo. ¿Qué es el fanatismo? El fanatismo
consiste en poner arriba de todo a los valores religiosos -lo cual está bien- y
después suprimir o despreciar todos los otros valores, lo cual está mal. Los
valores religiosos son ciertamente los más altos de todos, son la cúspide de la
pirámide de los valores, pero la pirámide no es pura cúspide; la cúspide tiene
que estar sustentada por la falda. Si Ud. se sube a la cúspide y después retira
la falda, se cae Ud. y la cúspide; y ésta deja de ser cúspide. El fanático es
muy religioso o cree serlo; pero da en despreciar todo el resto, la ciencia, el
arte, la nobleza e incluso las virtudes naturales, el talento, el genio, el
espíritu de empresa. Su religión se desboca, como si dijéramos. Hay religiosos
que son buenos religiosos (o lo creen) y desprecian a medio mundo; desprecian
por ejemplo, a las otra Órdenes religiosas o a los casados, desprecian el
Matrimonio. Son fanáticos.
Alguna vez los retrató con saña, a estos malditos fanáticos:
Cautelosos como gatos,
fríos como culebras, reservados como crustáceos, incapaces de efusión cordial y
de verdadera amistad, acomodaticios, hinchados de una ciencia egoísta, duros,
incomprensivos, preocupados de su salud y de sus ventajas, calculadores, insensibles,
poco humanos, gazmoños, enemigos de la grandeza, amargos, antipáticos,
temerosos del hombre y de lo humano, racionalistas, ingenerosos, replegados
sobre sí mismos, infecundos, desmadrados, estériles, gélidos, autómatas,
censuradores del prójimo, entristecidos, retrancados, negativistas, prudentes
al exceso, susceptibles, reptores, maestros helados que muestran al mundo una
imagen repelente del Divino Maestro.
¿Y quién no ha conocido clérigos, por no decir monjas también, así? Ahora,
él nunca se llamó a engaño: sabía que ese combate contra los fariseos lo haría
seguir la suerte de Cristo, porque es un combate a muerte... ¿con quién? Pues,
en primer lugar con los magnates eclesiásticos.
Un obispo estaba
almorzando en el Jockey y predicando que el Cristianismo era la sumisión a las
autoridades constituídas; y un chico que estaba al frente le preguntó: «¿Qué es
eso que tiene Su Excelencia colgado al pecho?» Tenía un crucifijo de oro. «Es
el fundador de nuestra Religión» «¿Y quién lo clavó en la cruz?» «Las
autoridades constituídas».
En esto, nadie más cristiano que Castellani, y por eso también, entiende
tan bien a Cristo:
[Jesucristo] vino a
luchar contra todos los vicios, maldades y pecados; pero él personalmente luchó
contra el fariseísmo. Lo tomó por su cuenta. Ver los santos evangelios.
Empezó a quebrantar el
farisaico Sábado, a olvidarse de las cuartas o quintas abluciones, a tratar con
los publicanos, perdonar a las prostitutas arrepentidas; a curar en día de
fiesta, a decir que escuchasen a los maestros legales pero no los imitasen, a
distinguir entre preceptos de Dios y preceptos de hombres de Dios, a poner la
misericordia y la justicia por encima de las ceremonias, aun de las ceremonias
de culto, y no del culto samaritano, sino del verdadero; empezó a describir en
parábolas más hermosas que la aurora el hondo corazón vivo de la religiosidad,
del reino de Dios que está dentro de nosotros, y es espíritu, verdad y vida. Lo
contradijeron, por supuesto; lo denigraron, calumniaron, acusaron, tergiversaron,
persiguieron, espiaron, reprendieron. Y entonces el sereno recitador y
magnífico poeta se irguió, y vieron que era todo un hombre. Recusó las
acusaciones, respondió a los reproches, confundió a los sofisticantes con
cinglantes réplicas. Y haciéndose la polémica más viva cada vez, con unos
enemigos que contra él lo podían todo, se agigantó el joven Rabbí
magníficamente hasta el cuerpo-a-cuerpo, la imprecación y la fusta.
4) Claro, la otra
enseñanza que nos dejó Castellani es que nunca hemos de dejar de centrarnos en
el hecho de que Cristo fue asesinado,
cosa que hoy en día se escamotea tan a menudo.
Todas las biografías
de Cristo que recuerdo (Luis Veuillot, Grandmaison, Ricciotti, Lebreton,
Papini) construyen su vida sobre otra fórmula: Fue el Hijo de Dios, predicó el
Reino de Dios, y confirmó su prédica con milagros y profecías. Sí, pero ¿y su
muerte? Esta fórmula amputa su muerte, que fue el acto más importante de su
vida.
Y claro, está muy bien contemplar la Cruz con devociones sensibles,
gratitud (“a gran precio habéis sido salvados”) y amor. Pero una cosa es una
cosa y otra, otra, como lo explica Santo Tomás:
Si el origen de un
gozo es bueno, hay que alegrarse del efecto y de la causa... Mas si la causa es
mala, hay que alegrarse del efecto, no de la causa... así como nos alegramos de
la redención de Cristo, no obstante que su causa fue el deicidio de Judas y de
los Judíos.
Y por no hacer esta clase de distinciones, ahora les da a
los teólogos, a los cardenales y a los Papas por decir que a Cristo no lo
mataron los judíos…
Estos días me leyeron
un párrafo del Cardenal Bea acerca de los que mataron a Cristo; dice que no el
pueblo judío, sino algunos funcionarios judíos mataron a Cristo; pero esos
mismos no pueden llamarse “deicidas” porque no sabían que Cristo era Dios. Con
todo respeto, podemos advertir que no sabían lo que era Cristo, pero debían
saber; otra cosa sería hacer agravio a Cristo; o sea, pensar que todo un Dios
se hizo hombre con el fin de revelarse a los hombres; y no fue capaz de probar
que era Dios, ni siquiera a los que lo rodeaban y eran los jefes religiosos de
la religión verdadera.
No: lo que siempre ha
creído y enseñado la Iglesia es que los fariseos, y sus secuaces—una parte del
pueblo judío—asesinaron al Mesías; y si ignoraron que lo era, esa fue “ignorancia
culpable” y por tanto, el delito es imputable. “No saben lo que están
haciendo”—dijo Cristo en la cruz. Sí, pero antes dijo: “Padre perdónalos”; y si
se pide un perdón, hay un delito; y por cierto un delito enorme.
El Cardenal se queda
con el “No saben lo que hacen”; y se deja el “Perdónalos” porque para él no hay
nada que perdonar. Los judíos todavía no lo han crucificado.
Je.
5) La quinta enseñanza
que nos dejó Castellani, fue la de estar en todo tiempo atentos a la Parusía, que siempre estuviésemos expectantes ante la
Segunda Venida de Cristo. Porque además, eso es lo que nos distingue de los
herejes, esa es la nota distintiva de la vera ortodoxia. Una vez lo puso en
verso y no le salió del todo mal…
Ojo al Cristo que es de cobre
Le conozco la receta
Hoy día al falso profeta
Que el mundo loa y acata—
Para hacerlo hablar en plata
Les enseñaré una treta.
Al que venga con grandezas
Terrenales discursiando
Y los venga emborrachando
Con un silbo de serpiente
Pegúntelén solamente
Si volverá Cristo—y cuándo.
Les dirán que Cristo es Dios
Y el Credo y la Letanía—
Hay un punto todavía
Que a un hereje lo resuelve—
Pregunten si Cristo vuelve—
“¡Qué va a volver! ¡Volvería!”
Y eso de su Segunda Venida, precedida claro está, por
el fin del mundo, idea que, desde luego, especialmente aborrecen los progres.
Yo no he venido para
predicar la proximidad del fin del mundo como hizo San Vicente Ferrer en el s.
XIV, y se equivocó. Vengo solamente a traer a los males actuales la consolación
del Hno. Bartfield, el cual en El Salvador pidió permiso para ir a la enfermería
a visitar a un enfermo y le dijeron,
-Sí, pero no lo aflija
más, dígale palabras de consuelo.
-Osté deja eso por
cuenta mía- dijo el alemán.
Y en efecto, al llegar
al moribundo le dijo:
-No hay que
desafligirse ni tomar poca pena porque todo lo que está pasando no pasará, y
cosas peores vendrán.
Telón.
6) La sexta enseñanza de
Castellani consiste en que en todo tiempo y lugar, siempre hay que amar a la Patria, por enferma que esté, por mucho
que parece que desaparece. Ahora, el amor a la Patria en Castellani, es un amor
específico, no el típico del nacionalista chauvinista. Al contrario, uno diría,
como cuando hizo una suerte de balance en oportunidad de aquel homenaje que le
hicieron en el Champagnat, a sus 70 años:
Ustedes tendrán sus
propias experiencias, pero mi propia experiencia es que la Patria me ha puesto
al margen de sus movimientos, me ha hecho ciudadano de segundo orden, me ha
cargado como escritor con la conspiración del silencio, me ha exonerado de mi
trabajo cinco veces, y en algunos lapsos no me ha dejado ejercitar ninguno de
los tres oficios que sé, o sea: sacerdote, profesor y escritor. Son oficios que
estudié bien; y ha habido trancos en mi vida en que no podía ejercitar ninguno.
Podría haberme agregado a la «emigración de los técnicos»; pero no lo hice. Me
quedé aquí. Incluso lo juré.
Y hay más:
Siempre se puede amar a la patria, por fea,
sucia y enferma que ande; y así amó Cristo a su nación, que era "una cosa
de Dios" literalmente, y por por propia culpa estaba por dejar de serlo;
de modo que su amor era compasión; y así la obra de ese amor fue conminación y
consejo, antes que fuera demasiado tarde: no le dijo requiebros sino amenazas,
desde el borde abrupto que domina por el Norte la ciudad de Jerusalén. Y lloró
sobre ella.
Y en otro lugar:
¿Cómo va a ser la
Patria esta inmensa laguna en que andamos braceando con desesperación, nadando
contra corriente y empantanándonos sin poder ir ni atrás ni adelante; esa
casona derruída donde respiramos aire gastado, comemos pan duro, estamos
inundados de mentiras y pamplinas, leemos o vemos cada día cosas que nos dan en
rostro, ¡estamos vejados por el cretinismo ambiente y creciente, soportamos
vergüenzas nacionales!
Pero luego, termina aclarándole a sus amigos que lo
homenajean, pese a todo:
La Patria son ustedes.
¿Entonces la Patria real es muy chica? No lo sé, puede que sí, puede que no.
Pero la Patria son ustedes.
Es que, siguiendo a Simone Weil, Castellani sabía cómo
había que amar a la Patria y hay una única manera posible… y es al modo
cristiano.
En el Evangelio no hay
rastro alguno de que Cristo sintiera por Jerusalén y Judea otro amor que el que
nace de la compasión. Nunca mostró por su país otro tipo de afecto. Sin embargo
mostró compasión más de una vez. Al prever la destrucción que pronto se
abatiría sobre su ciudad, lloró por ella. O le habló como a una persona:
“Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces quise...”
7) La séptima enseñanza
que nos dejó Castellani fue su loco amor
a la verdad. Digo “loco” porque es un amor apasionado, sin reservas, sin la
posibilidad de negociaciones espúreas, sin límites. Y eso procede, me parece,
de haberse enganchado con una gran verdad tradicional que el catolicismo
moderno ha olvidado por completo.
San Agustín decía que
el peor mal del hombre es el error. ¿No es el pecado el peor mal de la tierra
para el cristiano? San Agustín decía esta cosa enorme, que es el error. Pero
Cristo también lo dijo en cierto modo: porque Él no dijo “Yo soy la
moral”—dijo: “Yo soy la Verdad.”
Y un poco más adelante:
El error es el peor
mal del hombre: “Todo pecado es un error”,
enseñó Sócrates; lo cual es exacto en cierto sentido, en el sentido que todo
delito depende de algún modo y últimamente de un error. Así pudo decir San
Agustín que error es el mayor mal del hombre; porque de todo error brotan
numerosos pecados. Pongamos un ejemplo de la gravedad de este mal: la gente
ordinariamente no lo ve: ve el mal del pecado; no ve el mal del error.
Ahora, cuando uno alcanza a ver una verdad (y, como
decía Newman, “la verdad se esconde de quien no la busca”) tiene la obligación
de aferrarse a ella como a una tabla de salvación y no hacer caso, nunca de
quienes no te quieren dar la razón (que es lo que suele suceder, en estos
descastados tiempos). Pero en esto, Castellani, era inflexible y supo decírselo
a un cardenal, a un “magnate eclesiástico” como los llamaba él.
Todo el mundo sabe que
tengo razón, incluso Vuestra Eminencia. Y todo el mundo sabe que nadie me la va
a dar, incluso yo.
8) Castellani nos dejó
una enseñanza muy de notar al explicarnos el
paradigma de “lo paródico” esa sutil falsificación de todas las mejores
cosas y que caracteriza tan perfectamente a la mediocridad argentina.
Lo Paródico es la
imitación de lo Serio; cuanto más parecido a lo Serio sin serlo, es más eficaz
en el arte de la comedia. No es lo mismo que lo Cómico, no es lo mismo que lo
Falso, aunque participa de esas dos categorías.
Y en efecto, la Argentina parece ser un país en donde
domina esta falsificación de todo, incluso de las cosas más encumbradas.
La vida religiosa no
es para todos. Y así como uno se puede equivocar no entrando en religión como
Dios lo llamaba, que es lo más frecuente, así también se puede equivocar al
revés…
El dejar los bienes
exteriores por alcanzar los interiores, o como reza la fórmula consagrada
"los bienes terrenos por los divinos" y "todas las cosas por
Dios", es aprobado por la Iglesia y es la más grande sapiencia: allí se
verifica la parábola del tesoro escondido y de la perla sin precio. Pero el
dejar las cosas nobles y bellas de la creación por nada, eso no es negocio: es
fakirismo o estupidez. En ese sentido algunos conventos actuales le dan la
razón, por lo menos en parte, a Nietzsche. En ellos, la pobreza desemboca en
envilecimiento o suciedad, la obediencia en servilismo, la castidad en
misoginia y dureza de corazón, la oración en aburrimiento, la abnegación en
mutilación; y el "abandono de todas las cosas" hecho no en la caridad
ni dentro de la contemplación, convierte a los hombres en bueyes, o en carneros
o en plantas.
Y, claro, es muy difícil pegarle a lo paródico sin
lastimar lo parodiado…
De ahí que lo paródico
no se puede atacar directamente sin peligro de lastimar lo que está detrás de
esa corteza o ese tejido adiposo. Hay que usar las emanaciones radiactivas del
humorismo.
Cosa, a veces, muy difícil de hacer (y porque, más que
nada, no todos tienen ese sentido del humor inteligentísimo del P.
Castellani—pero de él nos podemos aprovechar, no vayan a creer. Por eso, recomiendo que lean y relean su
famoso artículo sobre “Lo Paródico” (que hallarán reproducido en las dos
ediciones de "Seis ensayos y tres cartas": la primera, en el primer
tomo de la Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino (Buenos Aires,
1973, Dictio, pp. 316-321); la segunda como libro independiente (Buenos Aires,
1978, Dictio, pp. 83-88). Aunque, claro, los casos de parodia que él menciona
se han vuelto más… paródicos que nunca. Fíjense si quieren; el habla de
La parodia de la
cultura, triunfante por ejemplo en el "suplemento" de "La
Nación"…
Sí, bueno, ahora fue reemplazado por ADN que es
infinitamente más pobre… Después habla de otra parodia, peor todavía:
La parodia de la
filosofía en hombres de algún talento que cayeron en la tentación de la rana
que quiso hacerse buey, y estallaron…
Seguramente está pensando en Quiles, Pita o quizás
incluso en Mandrioni. Pero después aparecieron tipos infinitamente peores, Ari
Paluch, Bucay y Stamateas. Luego habla de otra más…
La parodia de la
política que es una especie de borrachera y un verdadero alcoholismo en el
país…
Sí bueno, pero qué no daríamos por tener de presidente
a un tipo como Frondizi...
…y no quiero hablar de
lo paródico en religión.
No, padre, nosotros tampoco—aunque hay que decir que,
unos meses después de escribir este artículo, en su Diario hace un inventario
de los componentes del catolicismo argentino de aquellos años que dan ganas de
llorar:
El partido
democristiano, Monseñor de Andrea, el "apóstol", los
"nuevos" obispados, los versos devotos, la "filosofía" de
Mons. Franceschi, los sermones del P. Filippo, los libros de los salesianos, la
predicación sin el Evangelio o con el Evangelio mutilado, el diario "El
Pueblo" y la revista "Criterio", devoción al Papa fingida y
basada sobre mentiras ("es un sabio, es un santo, es un gran hombre",
etc., rifas y colectas, colectas y rifas, multiplicar colegios
"religiosos" sin elevar en ellos la religión, los
"pastores" despreciadores y aun perseguidores del doctor y del
profeta, etcétera.
Pero en su artículo, Castellani continúa, inflexible.
El "figurón",
parodia del hombre prócer; el "pedagogo" parodia del maestro; el cura
relumbroso y meterete, parodia del sacerdote docto.
El pretoriano (o sea
"el gorila") parodia del honor militar; el demagogo, parodia del
tribuno; el sabihondo, parodia del modesto estudioso; el politiquero, parodia
del estadista; el macaneador, parodia del orador; el chiripitifláutico, parodia
del poeta; el compadrito, parodia del coraje; el guarango, parodia del hombre
libre… con la parodia de la "Constitución", la parodia del gobierno y
la parodia de la revolución. ¿Y detrás? Y detrás la falta de moral pública y
una manga de "vivos" y de mentirosos… y los bienes del país recogidos
sigilosamente por el extranjero, por el que es "extranjero" en todas
parte, el supercapitalismo internacional. Castigo de Dios a los pueblos que no
aman bastante la verdad.
Todo eso se cifra en
la frase que pronunció Clemenceau al visitar la Argentina, y que a medio siglo
de distancia vibra todavía en la mente de muchos con más actualidad que nunca:
"El drama de los argentinos es que tienen que tener Institutos Pasteur… y
no tienen Pasteur." La solución que daba Sarmiento era que había que tomar
un mal Pasteur, y ayudarlo a volverse Pasteur. "Hay que hacer las cosas
aunque sea mal—decía el sanjuanino—después habrá tiempo para
enderezarlas." Pero la fórmula degeneró por el camino de la mayor
facilidad: ahora simplemente se inventa un Pasteur. Se inventa un Pasteur
espantapájaros, y después se lo aplasta para que no estorbe a los Pasteur
pichones.
Sí, claro, un país pasteurizado…
Por no hablar de sus universidades. Por entonces rugía
el debate de la educación "laica o libre"
La Universidad Libre…
es necesaria. Pero si se fabrica una "universidad católica" por el
camino que ahora parece se ha tomado (y que opinamos nosotros de todos modos no
va a resultar) la Iglesia se manchará en la Argentina con una Universidad
paródica.
Ciertamente que sí, pero no sólo la UCA…
El tal camino falso
consiste simplemente en hacer una gran fachada con adentro hombres que no son
profesores universitarios, es decir, sabios (puesto que ser
"católico", es decir, amigo del Obispo, lo suple todo) y encomendar
su dirección a un hombre que no sólo no tiene adentro una Universidad, pero ni
siquiera un universitario. Nadie da lo que no tiene.
Claro, después nos
atacan por pesimistas, por no querer a nadies, por enfatizar siempre lo que
está mal…
Dicen que uno
"destruye"… ¡que Dios los escuche! Y no caen en la cuenta de que lo
destruible y destruendo es una cosa roñosa; y que uno trata de destruirla desde
lo que está detrás de ella, que es "lo Auténtico"—Auténtico modesto
quizá, "como cuadra a nuestra tierra", pero al fin Auténtico.
9) Otra enseñanza muy
importante que nos dejó el cura, es que teníamos que aprender a pensar y hablar honestamente. Y nunca decir algo si
antes uno no ha pasado por ahí, como esos que hablan de “confiar en la
providencia” o de “aprovecharse de sus sufrimientos” a pobres cristianos que
están en la mala, padeciendo un cáncer de huesos, por ejemplo, librando gratis
cheques de este tipo. Esa “honestidad” tan particular en él, fue desarrollada
durante largos años de una especie de ascesis, pensar y hablar francamente, y
si no, callarse. Como él mismo dijo muchas veces,
No creía en nada que
no hubiese pasado por él.
Y esa idea, junto con
la de la “subjetividad” en Kierkegaard, va a dar frutos muy particulares.
Nosotros podríamos aprender algo de eso, eso que San Pablo llama “parrehesía”. Como la que él despliega
en carta al Nuncio, carta escrita más o menos cuando yo nacía, esto es, hace 65
años…
No pedimos a los
Obispos que sean todo varones santos; les pedimos solamente que parezcan
varones. No pedimos a los Curiales que tengan la santidad; les pedimos
solamente que perciban y no persigan la santidad. No pedimos a los sacerdotes
que crean en el Evangelio; les pedimos solamente que enseñen el Evangelio: todo
el Evangelio.
Con usted, sin usted,
o contra usted, nosotros trataremos de salvar a la Argentina; y si fracasamos,
salvaremos nuestra alma, que es lo que en definitiva importa.
Disculpe que use mi
lengua franca, que es la lengua de la región en que nacía… ahora que soy viejo
vuelvo a la lengua de mi niñez.
Como ven ustedes, en esa honestidad que digo, se
conjugaba una cierta franqueza, con un coraje notable, más una cierta candidez
de niño. Eso nos enseñó él: a pensar, a hablar y a actuar honestamente. Y no
sólo eso, a rezar honestamente, también. Como lo cuenta en su “Evangelio de Jesucristo”.
Recuerdo que una vez,
hace mucho, me preguntó el entonces (y siempre) jesuita P. Benítez: "¿Vos
creés que esa promesa de Cristo del ciento por uno se cumple en esta
vida?". -Yo sí, le dije. -Yo no creo, me dijo—Se cumplirá si acaso en la
otra vida.
La verdad es que esa
promesa en mí no se ha cumplido hasta ahora; y le queda poco tiempo y ninguna
probabilidad.
Esa es mi experiencia
interna contra la cual no vale ningún razonamiento ni esfuerzo alguno de la
"voluntad de creer". El "camino espiritual" emprendido con
tanto entusiasmo hace 40 años ha terminado en el desierto, en el vacío, en la
nada. La Santa Iglesia no me ha salvado, el sacerdocio me ha arruinado y ha
sido para mí una trampa mortífera. El famoso celibato o castidad ha sido causa
de una enfermedad crónica del hígado que es una tortura continuada de cuerpo y
alma. El "camino de las virtudes" me ha llevado al resentimiento y al
tedio, a la tristeza y la irritación continuas, a la imposibilidad de vivir y
de morir. Mi oración no ha sido oída, y mi buena voluntad burlada
continuamente. Todas las ilusiones han muerto.
¿El ciento por uno? El
cero por uno.
Digan si no hay
honestidad en eso. O como cuando le escribe a un comunista:
Yo elegí el ideal
cristiano. Hoy día comporta riesgos de muerte. Siempre los comportó.
"Y decidí ponerme
de parte de los astros", es decir, de los Santos. Pobres santos de hoy,
que ya no son astros; son estrellas perdidas en medio de la tempestad de las
tinieblas, que vertió la Quinta Fiala; que van como pueden, dando mugidos y
topetazos de toros ciegos, aletazos al sesgo de águilas en la tormenta.
Los santos antiguos,
fueron lucientes y luminosos; algunas veces milagrosamente fuertes: Bernardo de
Claraval, que escribe como un igual a todos los señores feudales de Europa, y
los levanta en mesnadas que arroja contra el Turco; Ignacio de Loyola, que
organiza batallones espirituales para luchar contra la Reforma; Teresa de
Jesús, que recorre España fundando "palomarcitos de la Virgen",
refugios de la penitencia y la contemplación, cenáculos de gozo doliente de la
fe; Isidro Labrador, a quien un ángel le ara el campo cuando concurre a las
manifestaciones peronistas; Vicente Ferrer, que hace temblar a los pecadores y
corrige a media Europa con el anuncio del próximo Fin del Mundo, que después no
se verificó; Francisco de Paula, que hace tiritar a Luis Onceno; Juana de Arco,
que manda batallones, gana batallas y desafía llorando a la hoguera; Domingo de
Guzmán, que inventó la que debajo de él solamente fue Santa Inquisición; el
pobrecito de Asís, poeta llagado; Luis Gonzaga, tronchado lirio de caridad;
Antonio de Padua, dotador de doncellas y milagrero jefe... La lista sería
interminable.
Esos santos de antes
ya no hacen fe en el mundo. Es que ya no hay más tampoco, visiblemente al
menos. Son historias, son imágenes de yeso, y son biografías untuosas en latín.
O son vistas en el cine, entre una "de cow-boys" y otra "de amores".
Delante de ellos, yo
me quedo boquiabierto, pero no puedo hablar; no puedo hablar con ellos como con
hermanos. Pasan sobre mí envueltos en sus armaduras, hopalandas o aureolas.
Si estoy triste no me
consuelan, porque ellos no fueron tristes. Si estoy alegre no se congratulan,
porque mi alegría de perro cansado no es el éxtasis de ellos. Ellos eran
vigiles y madrugadores, y yo lo que quiero es dormir. Mis dificultades, ellos
no las tuvieron ni las entienden. ¿Qué le diría yo si lo viera a mi padre San
Ignacio de Loyola? Me callaría como un muerto. Lo mismo que delante de su
sucesor Juan Bautista Jannssens. A Santa Teresa cuando una monja le iba con
tentaciones sexuales, se le fruncía el entrecejo y decía: "Vaya a la madre
Tal y Cual, porque yo de esas cosas nada entiendo". Así todos esos santos
fuertes, no entenderían nada de mis impotencias; todos esos luminosos, de mis
oscuridades. "¡Cantad al Señor, hermano!—me dirían—. ¡Exultad en el Señor
Dios fuerte, tañed la lira y la cítara y dad saltos de alegría como el recental
al ver la ubre; porque grande es el Señor y abundosa su misericordia! ¡Alegráos
en el Señor siempre! ¡De nuevo os digo: alegraos!''.
Un cuerno.
Como ya he dicho, Castellani
nos enseñó muchas, muchísimas cosas más que las diez que caprichosamente elegí
poner aquí. Pero quizás una de las más importantes de todas fue enseñarnos que
la batalla modernistas vs. Tradicionalistas, o de conservadores vs.
progresistas, depende cosas más altas, depende de una espiritualidad, de un
modo de concebir la religión toda. Por eso peleó con toda su alma contra toda
suerte de pelagianismo, contra todo tipo
de moralismo. Así, explica clarísimamente el papel de la preceptiva en
nuestra vida religiosa:
La vida devota no es
un conjunto de prácticas y reglas fastidiosas, que fraccionan la vida, pero son
ineludibles; una lucha contra los deseos permitidos que es necesario trabar
para vencerse; en fin, la ejecución de lo más molesto para salir victorioso de
sí mismo (Y, sin confesarlo, ¡se saborea la victoria!). Pues bien, ¡no, no y
no! Todo esto es estar en el abecé de la vida espiritual; es no haber
comprendido el esplendor de Dios y del hombre. La verdadera piedad, el amor
verdadero, es una vida: una vida transformada, una vida apacible, llena de
confianza en Dios; una vida gozosa, porque es libre, una vida amante, porque se
ha dado, una vida de maravillosa dilatación del alma… ¡una novedad de vida! Una
de las cosas más sorprendentes del Cristianismo, para el que lo mirase como una
mera regla moral, sin espiritualidad, es ver cuántas veces los reprobados por
Dios son precisamente los que quieren multiplicar los preceptos, como los
fariseos de austera y honorable apariencia; mientras en la Epístola a los
Gálatas San Pablo lucha por quitar preceptos en vez de ponerlos, con gran
escándalos del beaterío de su época.
Es esto un ejemplo
notable para comprender que lo esencial, para el Evangelio, está en nuestra
espiritualidad; es decir, en la disposición de nuestro corazón para con Dios.
Lo que Él quiere, como todo padre, es vernos en un estado de espíritu amistoso
y filial para con Él, y de ese estado de confianza y de amor hace depender,
como lo dice Jesús, nuestra capacidad (que sólo de Él viene) para cumplir la
parte preceptiva de nuestra conducta."
Y en esta misma línea,
yo creo que su principal enseñanza fue que debíamos ser santos, pero esto
entendido en términos muy precisos, como los que estampó en su “Ruiseñor
Fusilado”:
Santo es el que
habitualmente y en todas sus acciones consulta y sigue la voz del Espíritu de
Dios que habita su conciencia.
Nada más (y nada
menos).
Bella Vista, 25 de octubre de 2019.
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