Punto de encuentro de todos aquéllos que estén interesados en vida y obra del Padre Leonardo Castellani (1899-1981)

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viernes, 28 de septiembre de 2012

Apokalipsis, conferencias




28 septiembre, 2012 | 

El Apokalipsis según Castellani

Os recomiendo el libro, recientemente republicado en español, que he leído hace poco y que hizo posible que dejara de estar obsesionado, que no preocupado, con la islamización. El libro explica versículo a versículo el libro de la Revelación. Es muy fácil de leer.
Por si no lo hacéis, os pido que al menos leáis esta serie de conferencias de Castellani sobre el Apocalipsis que Radio Cristiandad ha publicado:

[CONTINUAR LEYENDO]

jueves, 27 de septiembre de 2012

Castellani en la UCA: Crónica

Crónica de las Jornadas en Homenaje al Padre Castellani en la Pontificia Universidad Católica Argentina "Santa María de los Buenos Aires" (U.C.A.) aparecida en la revista institucional UCActualidad, año XII, nº  144 (Noviembre de 2011), p. 35.

El programa del evento lo publicamos aquí.

También apareció en este bloc de notas la ponencia del Dr. Sebastián Randle, "¿Quién era Leonardo Castellani? Aproximación a un personaje difícil."

Pinchar para ampliar o descargar aquí.


Borges y Castellani



Borges respetaba, por ejemplo, a Castellani y hablaba con afecto de él y con admiración. A lo Borges, pero lo hacía. Y en parte Castellani también lo trata con afecto y respeta su talento, aunque tenga cosas para decirle y se las diga. ¿Acaso eso hizo que no se separaran? Y más precisamente, ¿acaso se unieron por eso? 
En algún otro lugar, me ocupé de la relación de Borges con Chesterton. No fueron amigos, pero tal vez Borges vivió su admiración como si lo hubieran sido. Y estoy seguro de que Chesterton lo hubiera querido a Borges como quiso a Bernard Shaw, de quien lo separaban la política y cosas mayores. Como a Borges lo separaban de Marechal asuntos parejos a esos, política incluida. Y también de Chesterton, es verdad, como de Castellani, claro.

Cita de Eduardo B. M. Allegri en su nota "Política de mierda", sobre las relaciones entre Borges, Marechal y la política, que recomendamos y se puede encontrar en su bitácora (Es Cosa Mía).



Borges, Sábato y Castellani.
Detalle de una "famosa" fotografía
en un evento al que ya nos hemos referido
en varias oportunidades (I, II, III, IV, V).

miércoles, 26 de septiembre de 2012

El verbo salvífico de Leonardo Castellani



Bajo el título Cómo sobrevivir intelectualmente al siglo XXI se acaba de publicar en España una selección de artículos escritospor Leonardo Castellani [1]. La edición, el prólogo y las notas sonde Juan Manuel de Prada.

¿Qué significa sobrevivir intelectualmente? ¿Qué es lo amenazado? ¿Cuáles son las amenazas? ¿Es este conjunto de artículos de Leonardo Castellani (Santa Fe, Argentina, 1899-1981) un manual de supervivencia? ¿Para quién? Supervivencia, ¿en qué territorio hostil?

Juan Manuel de Prada es contundente en su apasionada introducción: «En esta antología el lector descubrirá que nada humano le era ajeno a Castellani, precisamente porque nada humano hay que no cobre sentido expuesto a la luz divina; y descubrirá también en su lectura algo adictivo, que impulsará su inteligencia por caminos nunca antes transitados, robusteciéndola frente al chillido aturdidor de los ineptos, que en estos albores del siglo XXI se pavonean triunfantes. Que Leonardo Castellani sea desvelado hoy al lector español por Libros Libres demuestra, sin embargo, que el triunfo de los ineptos no es definitivo; y, por cada lector que este libro alcance, ese triunfo será más inseguro. Ojalá pronto las obras de Castellani, a despecho de los repartidores de las bulas que manejan el cotarro cultural, sean conocidas por el público español; será un síntoma de que aún no todo estará perdido.»

¿Quiénes son los ineptos que chillan y aturden? ¿Qué es eso que aún no está del todo perdido? Las respuestas a estas dos preguntas se muestran nítidas, sin fisuras, dentro de esta antología: no estaría perdida, del todo, la verdad católica, y la completa regeneración individual y social que promete ese verbo; que sería el verbo: la única verdad, la única esperanza para el ser humano y para la humanidad entera. Esa verdad habría sido revelada por Dios en los Evangelios, óptimamente racionalizada por Santo Tomás de Aquino, entendida en su pureza por Leonardo Castellani y recibida, con gozo, con fervorosa convicción, por Juan Manuel de Prada: «Después de leer a Castellani, tenemos la impresión de ser más inteligentes; y, desde luego, la impresión no es un mero espejismo, pues su verbo ya habita en nosotros».

Los ineptos que aturden con sus chillidos serían, supongo, aquellos que dejan que otros verbos habiten en ellos: verbos que, por no ser el católico -tal y como lo entendió Leonardo Castellani- estarían fuera de la Verdad -con mayúscula-, enturbiándola, molestándola, ensuciándola y, lo que es peor, aturdiendo a los que sí quieren oírla y sí quieren ser regenerados en ella.

Cómo sobrevivir intelectualmente al siglo XXI. ¿Cómo? ¿Con las ideas de Leonardo Castellani que Juan Manuel de Prada ha seleccionado en esta antología? Eso parece. Y las ideas básicas que permitirían esa supervivencia se muestran claras, desafiantes, honestas -no lo dudo- y sin demasiadas anfibologías, a pesar de la gran variedad y complejidad de los temas tratados, agrupados por el editor en seis grupos: política, España (con su guerra civil), el canon occidental (Joyce, H. G. Wells y Nietzsche, entre otros), la ortodoxia cristiana (de la cual quedaría excluido Teilhard de Chardin, tras ser descalificado previamente como científico y como persona), la educación (en un artículo Castellani reclama que la teología se introduzca en la universidad y que, a la vez, la universidad se introduzca en la teología) y un último grupo de artículos agrupados bajo el título «Digamos la verdad»; ahí encontramos un cuento sobre la imprenta; artefacto éste que, como objeto, es magistralmente descrito por Castellani, para luego demonizarlo en boca de Carlos V.

En el Tratado Teológico-Político Spinoza afirmó que el Estado, por su propia seguridad, por su propia supervivencia, debe garantizar la libertad de pensamiento y de expresión de pensamiento. Más allá de su inquietante estatalismo esta idea sigue siendo un bonito desafío: a la mente, al corazón, a la capacidad de ambos de expandirse, de cobijar. De amar si se quiere. Las ideas de Castellani exigen un enorme esfuerzo de tolerancia, de generoso «cobijo» mental y cordial; precisamente porque no son tolerantes: porque no respetan ese paradigma de la democracia que, al menos en teoría -y, seamos justos, algo más que en la teoría-, estaría basado en la libertad de pensamiento y de sentimiento, en la libertad de culto y de no culto, y, sobre todo, en el respeto, absoluto, irrenunciable, a ese ser inefable, frágil, que es el humano. Todos los seres humanos.

Pero para Leonardo Castellani la democracia es, en realidad, demogresca: una especie de desviación política inspirada en el libro de «un renegado neurótico»: Rousseau. Se trataría, la democracia, de un sistema corrupto «porque yace en un error de fondo». ¿Cuál? La respuesta la encontramos en un artículo sobre Nietzsche: los hombres inferiores se han puesto por encima de los hombres que, por naturaleza, son superiores. ¿Qué régimen político, según Castellani, sí estaría a favor de la naturaleza? Las monarquías cristianas. En ellas se habría producido una especie de equilibrio biológico: «El mandatario supremo venía al trono con la naturalidad de la fruta al árbol a su tiempo. Los hubo de todas clases, desde el santo al malvado; pero raramente el incompetente. [...] Esta fue la sociedad que, malgrado pecados y crímenes, hizo las catedrales y las epopeyas, tanto las escritas como las tácitas; la que hizo las Cruzadas y la Conquista, después de haber hecho la Reconquista. No es añoranza inútil. No es tampoco idealización. Ahí están sus frutos». Quizás habría podido haber considerado Castellani, como creyente en la omnipotencia y bondad divinas, que Dios fuera capaz de participar también en la intrincada red de psiquismos que vibran en una democracia -en una «demogresca»- y que un gobernante electo por soberanía popular lo fuera también por soberanía celestial.

Pero lo menos soportable de la democracia para Castellani fue, probablemente, que permitiera, que consagrara, la -para cualquiera- aturdidora pugna entre los verbos; que quieren serlo todo en el todo del hombre. Pugna: guerras de verbos -de mundos en definitiva- que quieren el todo de la mente y el todo del corazón del hombre; cuyo cuerpo -más frágil, más sensible, que cualquier palabra, aunque sea poética- puede terminar abandonado, despreciado, entre el barro y la sangre. Las opiniones de Castellani sobre la guerra civil española que se han recogido en esta antología son muy desagradables. Pero hay que leerlas, sin prejuicios, abriéndonos a la posibilidad de que nos hagan reconsiderar nuestra mirada; siempre dogmática, cuidado, como aseguró Popper. El caso es que aquella sangre fue «reclamada ante Dios por una gran pirámide de pecados previos contra el pobre, de pecados contra el hermano, de pecados contra el débil, de pecados contra Dios. [...] Y no me parece imposible que en esa mole de pecados que ahora se lava en sangre estuviesen también representados algunos de los que ahora más vociferan: ¡Guerra santa, guerra santa, guerra santa!» Castellani afirma estar a favor de Franco, de su golpe de estado, porque los problemas «no se atajan con gobernantes cortos y caducos que sean excelentes personas privadas, incapaces de matar una mosca. El buen gobernante, que no es igual que el gobernante bueno, debe ser capaz de matar a un hombre, solía decir mi tío». Hay además, para Castellani, un modo «teológico» de ver la guerra civil española: Cristo «Dos veces por lo menos, al principio y al fin de su heroica campaña, hizo manifestación de violencia, no se detuvo ante las vías de hecho».

Si ni Cristo amó siempre, ¿cómo exigir a Castellani, su servidor, que lo haga? Amar y respetar son palabras que se confunden. La falta de respeto por las personas -por algunas, al menos- que muestra Castellani llega a extremos alarmantes, tristes, en un artículo que dedica a Ramón Pérez de Ayala después de haber leído su novela A.M.D.G., o La vida en los colegios de los jesuítas. Castellani escribe cosas así: «¡Qué cochinadas tiene que leer uno en esta vida!»; «¡Qué ignominia de hombre! ¡Cómo se puede ser criminal con la pluma... y obtener honores con ello!»; «Este es un villanazo con alma de Judas». El final de ese inelegante artículo tiene, sin embargo, cierto olor a genialidad y mucha gracia (de la humana me refiero): «Yo ya no soy jesuíta, no tengo cuarto a partir con ellos, no me pagan por defenderlos, más bien me deben plata y aun creo que si me escrudiñaran psicoanalíticamente los retorcidos recovecos de mi pobre subconsciencia, no aseguraré que no se halle por allí un deseo vago de que a los jesuítas -a algunos por lo menos- les encajen un soberano garrotazo en el occipucio. Caritativamente. Para que sean más veraces. Y más honrados.»

El manual de supervivencia intelectual que ha editado Juan Manuel de Prada -«deslumbrado», como él mismo asegura en el prólogo- contiene textos escritos con virtuosismo, con momentos de genialidad, valientes, respetables por tanto; pero no respetuosos. No obstante esa falta de respeto, Castellani parece que fue intelectualmente honesto; si por honestidad intelectual entendemos la expresión del pensamiento sin atención a los beneficios o perjuicios -materiales, sociales, etc.- que esa expresión puede propiciar. La paradoja es que las ideas de Castellani pueden publicarse y leerse en España gracias a la libertad -sí, libertad- imperante en esta aturdidora «demogresca»: a que se ha creado, con mucho esfuerzo, un espacio social gigantesco, casi prodigioso, para que se muestren todos los verbos: todos Verdad con mayúscula desde dentro: todos falsos si se miran desde otro «dentro».

Todos esos verbos quieren ser una prisión para la mente: todos quieren ser un «Matrix» -Juan Manuel de Prada, en su prólogo, hace varias referencias, aunque no explícitas, a la filosófica película de los hermanos Wachowsky-. Y todos, desde su ceguera, desde su ansiedad, desde su miedo, confunden la libertad con la abolición definitiva de los obstáculos que impiden el despliegue infinito de su algoritmo lógico. El gran malo de Matrix -Smith- al ser preguntado por Neo qué es lo que quiere, responde: todo. Lo dice, sorprendentemente, con ojos de miedo. Creo que es el miedo lo que explica el título elegido para esta antología: Como sobrevivir intelectualmente al siglo XXI. Pero creo también que ese miedo es de buena fe. Como todos los miedos. Como todos los verbos; que componen, juntos, un fabuloso arco iris. C

[1] Leonardo Castellani: Cómo sobrevivir intelectualmente al siglo XXI, Libros Libres, Madrid, 2008.

FUENTE: Cuadernos Hispanoamericanos, nº 707 (Madrid: Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, mayo de 2009). http://www.cervantesvirtual.com/descargaPdf/cuadernos-hispanoamericanos-42/











martes, 25 de septiembre de 2012

Requiem


Manresa, 26 de septiembre de 1947.

Un día me enterrarán ...
¡Qué tranquilos que estarán!
Y yo más tranquilo
montado en un refucilo
más allá de Aldebarán
y ellos aquí ¿qué dirán?

Pues nunca me han conocido
dirán las mismas tonteras
con que en vida me han herido
y otras de muchas maneras
y yo estaré en el Reino del Olvido
libre de todas mis canseras.

O mejor no dirán nada
¿para qué quieres que digan?
a tu alma cauterizada
¿qué hay, que los de la manada
la maldigan o bendigan?

"El hombre que hacía daño
ya no existe -es decir, yo
el ermitaño
ingente silencio extraño
desapareció".

"Lo atropelló un camión
¿por qué entró en la ciudad?
salió de la soledad
a buscar la ración
en vez de hacer oración
a la suma deidad.
La verdad
es que era un animal sin corazón
un ente sin razón
hijo de la casualidad...".

Yo llevaré mi secreto
a entregarlo a Dios intacto
mi vida como un soneto
de pie forzado completo
habré trabajado exacto.

Y mi alma que el dolor
purificó de vileza
irá ensoñada de amor
irreal, como una flor
sin pies y pura cabeza,

Me sacudiré mis penas
de haber vivido con santos
topos unos y otros hienas.
"¡Ay - Jesús!" a manos llenas
Mas "Toma - hijo", no tantos.

Y mi enorme soledad
hallará su compañía ...
Oh días, marchad, marchad ...
Sólo hacer una bondad
o una mitad cada día.

Pongo en papel celofán
mi corazón con sigilo
mañana me enterrarán
¡Qué tranquilos que estarán!
Y yo estaré más tranquilo.



viernes, 21 de septiembre de 2012

Otra respuesta




Respuesta de un editor de Castellani

por Alejandro Bilyk
20 | 09 | 2012

        No hay modo de evitar la gran porqueriza en que a veces se convierte la apretada avenida de internet.
        Por ejemplo, ahora tengo que dar respuesta a las acusaciones que algunos comentaristas lanzaron en el blog Castellaniana, pues lo hicieron públicamente, y aunque todavía no sé si caen cerca o me dan de lleno, o aunque de ningún modo se dirijan a mí (difícil, ya que fui uno de los últimos editores de Castellani en la Argentina), es munición roñosa que salpica para todos lados. Lo peor es que, aunque debo hacerlo, ni siquiera sé a quién le voy a responder.
        Los que me conocen saben lo que pienso respecto del anonimato. Un “seudónimo” es aceptable, y hasta agradable, pues mediante su utilización más o menos periódica alguien agrega otra cosa de sí, un rastro a modo de figura. Como “Militis Militorum”. O, en grado superior, un “heterónimo”, que ya es un otro yo, una especie de personaje que uno construye sobre sí mismo, elaborando casi una segunda personalidad, de manera continuada. Como “Jack Tollers” quizás. En ninguno de ambos casos, seudónimo y heterónimo, el objetivo último del portador es ocultarse. No para siempre, ni del todo, ni de todos, ni de muchos. Por eso, bien llevados, son un distintivo adecuado, útil y benéfico. El anonimato es, por lo general, todo lo contrario.
        Ahora bien, ¿de qué voy a hablar, de plata o de Castellani? Por cómo se dieron las cosas, y para que los juicios oscuros no se extiendan (tópico argentino), vamos a tener que empezar hablando de plata. Una macana, pues debo hacer anotaciones personales, cosa que no me gusta. Pero conozco a muchos de los involucrados en estas acusaciones, aprendí de sus aciertos y de sus errores, y vi y oí cómo se los monstruifica con ligereza. Así que lo haré no sólo por mí, y lo haré lo más rápido posible. Al fin de cuentas, no pueden un par de fantasmas entrar pisoteando todo y empezar un tiroteo de injurias para ver a quién le aciertan.
        A lo largo de una década y media edité algunos de los títulos de Castellani, según contrato firmado en 1989 con Irene Caminos, su primera heredera, a quien pagué lo que correspondía y del modo establecido. En lo económico, la “ganancia” por la venta de las ediciones fue lenta, y en varias ocasiones, y al final en su conjunto, casi se asoció con la pérdida. Sólo para que sirva de ejemplo: 1500 ejemplares de “El Evangelio de Jesucristo” tardaron ocho años en agotarse (muchos se donaron, no todos los que se vendieron se cobraron, etc.). El propósito era mantener en existencia, o sea reeditar contínuamente, los títulos más conocidos, antes de pretender los inéditos. Sólo en dos casos lo logré, y aún conservo ejemplares. Cometí una enorme cantidad de errores, pero si hubo algún “perjuicio”, no pasó de mí. Hablando en plata, se entiende. En lo espiritual y moral, todo fue ganancia. Aprendí, entre otras cosas, que al tratar con alguien como Castellani, los números y los dineros no deben estar en segundo lugar, sino en último lugar. Pero hace ya mucho que abandoné las cuentas de los primeros años, cuando hacía sumas y restas hasta con la bombilla. Aclaro que no me siento especial en nada: muchos otros hicieron cosas parecidas (y mejores) y penaron parecido (y más).
        No es lugar para hablar de las peripecias de un editor, o de cierta clase de editores, así que alcanza con una breve información: para obtener verdadera “ganancia” habría que editar 3.000 ejemplares de un libro y venderlos (cobrarlos) en un plazo máximo de dos años; agotada esa edición, hay que dejar pasar un tiempo prudencial (conveniente) y reeditar al menos una cantidad menor, si es que no se puede una igual. Y así seguir –reedición, pausa, reedición–, estirando un poco las pausas. No olvidemos el objetivo: mantener siempre en existencia la obra de un autor. Eso, por supuesto, no con un solo título, sino con diez a la vez, en el mismo año. No olvidemos la estrategia comercial: obtener verdadera ganancia. Escucho... De acuerdo, bajemos un cambio: 2.000 ejemplares, no 3,000; y 5 títulos en un año, no 10. Pero cada año, cinco más, como mínimo, y en las mismas condiciones. Se necesita un capital, ¿no? Espero quede claro que este iter ya no es para nosotros, desde hace muchas décadas. Y aun el “proyecto comercial” que sí nos resulta posible (bastante menor, claro), no es para gente que sepa demasiado de balances, proyecciones financieras, etc. Es más bien para gente que de eso sepa poco y nada. Lo óptimo: gente antidepresiva y sorda. Tal vez algunos supongan que un editor lo primero que hace es adquirir un teclado mágico: primer botón, libro armado; segundo botón, libro impreso; tercero, libro distribuido; cuarto, libro vendido; quinto, libro cobrado; sexto, peso pagado (deudas, cuotas, derechos); séptimo, peso ahorrado; octavo, peso invertido. Entre el primero y el último, o sea entre el libro anterior y el libro siguiente, un movimiento velocísimo, casi etéreo, ¡zazám!, y una pila de rupias para el editor...
        Quien no conoce, mejor que pregunte, o que haga silencio, o que practique el oficio. Y que lo practique acá. Hay mucha leyenda en torno a los editores argentinos, mucho sainete. Hablo en especial de los “nuestros”. Delirios y torpezas nunca faltan, no lo voy a negar, ni me excluyo. Pero, ¿quién conoce algún autor “nuestro”, algún editor “nuestro”, o incluso algún librero “nuestro” que se haya enriquecido? Vean, cada uno se rompe el lomo con lo que elige y le toca. Atendiendo demandas, dando clases, cerrando balances, arreglando autos, lo que sea. Yo llevo más de veinte años dedicando la mayor parte de mis días a esta editorial, y a veces temo que empiecen a aparecerme números de página en el culo. Parece que algunos miran a “nuestras” editoriales, las que quedaron, y ven a Emecé o a Planeta. Para comparar con justicia deben viajar al pasado y buscar, por caso, la editorial Itinerarium, de Antonio Vallejo, o la editorial Difusión, de Luchía Puig, que llegó a ser la más grande de las católicas de Hispanomérica. Recién asomaba Castellani y ya la gente leía a León Bloy. Prevalecían los narradores más prolíficos, como Manuel Gálvez y, sobre todo, Hugo Wast, cuyos libros contaban varias ediciones y se publicaban por decenas de miles de ejemplares. Eran muy otras épocas. Ahora vuelvan al presente y miren el entorno. En principio, aquéllas, mejores y realmente grandes, ya no están.
        Estimados, se perdieron demasiadas cosas por el camino.
        Y no hizo falta mucho andar. Lugones, Marechal, Anzoátegui, Castellani (sigan ustedes), y los que los editaban, y los que los vendían en sus librerías, sin osar ponerle cerca un libro contradictorio, ¿cuál de ellos fue el ricachón? La idea de editar a Castellani se me cruzó en una época distinta, finales de los 80, siglo pasado, en el mismo momento en que se me ocurrió ser editor. Época algo adormecida, digamos, porque hacía rato que no se publicaban sus obras: poco menos de diez años entre el último título de Dictio y el primero de Vórtice. Baches en el continuum. Y Dictio, por medio de la cual conocimos la mayoría de sus obras, tampoco está. ¡Cómo afanó ése!, me dijo un tipo después de bajarse del taxi. “Ése” no llegó a escucharlo. Se iba caminando despacito rumbo a otra librería, con los dobladillos rotos y una bolsa de nylon agujereada por libros. Caramba, ¡cómo se equivocó! Puede ser, puede ser. Mejor no quiera saber.
        A la fecha, algo ha mejorado, quizás fruto de la pujanza de los herederos de Militis, que en lo esencial todos lo somos y, gracias a Dios, cada vez son más. Ojalá me hubiera tocado empezar ahora. No sólo porque Castellani parece estar “en alza”, como corresponde, sino porque se habría encontrado con un editor más experimentado, como lo merece, aunque igual de exitoso. En aquel entonces, para poder editarlo, empecé por pagar. Bastante. Era joven, soltero, obstinado. Había que “destrabar” los derechos, así que: crédito, pumba. Pagué antes, pagué durante, pagué después. Pero tuve un buen amigo, se puso a mi lado... Ni se me ocurrió pretender algo más que publicar algunas de sus obras. Se quejaban de que nadie ponía plata para editarlo, pero cuando conseguí la plata y lo hice, se quejaron de que intentara recuperar al menos una parte antes de seguir pagando. Pero ché, dejen que me saque de encima algunas cuotas del crédito. Nunca llegué a ver el “negocio”. No lo había. Qué sé yo, llegué demasiado temprano.
        Cuando al tiempo apareció, en tierra mendocina, el Instituto Padre Leonardo Castellani, una vez que dejé atrás el resquemor (me la vengo bancando a duras penas ¿y ahora vienen éstos a publicar los inéditos del cura?), al fin me entusiasmé con el objetivo: sostener y difundir la obra de Castellani entre varios, mantenerla siempre publicada y vigente. Era una idea apropiada: una estructura orgánica simple y amical que oficiaría de heredera y custodia, en la que todos los interesados podrían participar de algún modo. Y que saldría a rescatar su biblioteca, sus manuscritos, para ponerlos al servicio de todos, en forma seria y ordenada. Era una idea buena, y sigue siéndolo. Y sigo sin entender por qué no se mantuvo. Pero nunca me llegó una invitación para participar de la “compra” de los derechos sucesorios, sino para aportar a las ediciones de Jauja, cuya ganancia se destinaría a la constitución del Instituto, y a más ediciones. Habré prestado poca atención. Ni sabía que ciertas cosas se podían “comprar”. ¿Se compra una herencia intelectual y espiritual? Y si se funda un instituto para que sea depositario de una herencia, ¿cómo y por qué puede desaparecer el depositario sin que desaparezca la herencia? No sé, qué sé yo, estaba naciendo mi tercer hijo, llegué tarde y medio dormido.
        Desde que me acerqué a Castellani como editor, a cada paso me encontré con dificultades, acusaciones, disputas, murmuraciones, reclamos: una suerte de estigma retroactivo que caía sobre cualquiera que se le arrimara demasiado. Recibí piñas que ni siquiera eran para mí. Y, salvo mis amigos, no noté especial entusiasmo. Pero me engañaba. Cuando presenté mi primera edición, el Apokalypsis, libro en el que me empeciné, me reconfortó encontrar un gran salón universitario lleno a reventar. Se vendieron veinte ejemplares. Había que remar mucho todavía, y más lejos. Pasado el tiempo suficiente me acostumbré. Bueno, es un decir, pues por lo que se ve y se lee, ese estigma sigue vigente.
        ¿Vulnerar derechos? ¿Falta de pago de “regalías”? ¿De qué hablan?... La “victoria” de los demás fue igual que la mía. Cuidado con lo que dicen. Diciendo eso demuestran que saben poco y nada. No golpeen con palos de sombra. Traten al menos de no ser indecorosos, hablando en público y dando a entender que estuvieron espiando por la ventana. Pregunto: ¿qué “otras personas” tienen derechos sobre las obras de Castellani? Hasta donde sé, sólo uno más y sólo una obra, y le pertenece con toda “licitud”. Otra: a la fecha, ¿quién le debe “regalías” a quién? Por mi parte, nones. Me dolió rescindir los derechos que había obtenido a un alto precio, en todo sentido. Me convencieron de que fue legal; no me convencieron de que fue justo. Pero ya no me quejo. Y no recordaría ni diría nada, de haber más libros de Castellani y menos decidores de macanas.
        Pero pero, la gran siete, ¿de qué hablamos, de plata o de Castellani?
        Porque, con todo, desde que me acerqué a él como lector y discípulo enano, me encontré también con mucha buena gente que compartía la misma veneración y el mismo agradecimiento, y que buscaba a su lado lo único que a él lo desvelaba: abrir el seso. Si nada más que sus manuscritos o mecanografías hubieran llegado a unos pocos argentinos y sobrevivido al tiempo, a modo de incunables en un pasamanos, entonces sería entendible que alguno, cualquiera, se considerara el lector inaugural o el editor primicia y denostara el escaso reconocimiento que Castellani tuvo entre sus compatriotas. Digan lo que digan, no fue eso lo que ocurrió. Lo cierto es esto: en su país natal se llevaron a cabo homenajes, conferencias, jornadas, celebraciones; se le dedicaron innumerables artículos y ensayos, además de una biografía que es como un edificio construido en forma laboriosa e inteligente (y malamente editada). Por supuesto, y sobre todo, se hicieron continuas ediciones y reediciones de sus obras. No en la cantidad necesaria para permitirle, ni a él ni a nadie, una fastuosa vida clandestina, pero sí la requerida para que su obra siguiera un rumbo tranquilo y viviente, como pedía él para las cosas del Reino de Dios. Muchos argentinos, merced a esa dedicación discipular, lo siguieron conociendo, queriendo, leyendo y releyendo a lo largo de varias generaciones, hecho que puede atestiguar hasta el último descubridor y el alumno más conspicuo, si recuerdan sus pininos como meros lectores.
        Es menester este reconocimiento, no justamente lo contrario, para establecer un ánimo y una lengua común, e incluso para poder ofrecer al recién llegado una correcta bienvenida. En vez de censurar imaginarios intereses torcidos o calificar de manera injusta e impiadosa la tarea de los demás, deberían valorarse debidamente los esfuerzos precursores, el agradecimiento, la admiración y, en fin, el amor sincero que muchos habitantes del reino de Dulcinea le han tributado siempre al padre Castellani, al tratar por todos los medios, tanto ayer como hoy, de que los demás lo conozcan. Es un afecto espiritual, casi visceral, de mutua correspondencia. Por las mismas razones, el blog Castellaniana merece nuestro mayor respeto.
        “Ese amor a las cosas del país fue uno de los nervios centrales de su obra, de su empeño, de su concepción de la santidad” (Sebastián Randle). “Parece cierto, para mí al menos, que la Argentina es mejor porque existe Castellani” (Eduardo Allegri). “Castellani dice que lo que tiene que haber entre cristianos es amistad, no tanto frías relaciones institucionales [...] Tal vez sean épocas duras, de intemperie, pero por eso mismo toda institución que merezca este nombre tiene que estar vivificada por la caridad, por la verdadera amistad” (Jorge Ferro).
        Pobre Cura Loco. Su visión universal no se apartó de su amor nativo, no lo desalojó; al contrario, lo fortaleció. Con ojo de vidrio y todo, logró traspasar la opaca materialidad de nuestra vida. Hosco y retobado como era, se esforzó en enseñarnos a tener ojos mejores. No por nada quería “escribir buenos libros y regalárselos a la República Argentina”... Es duro recordarlo, por estos días y en este lugar, donde hace ya varios años que no se edita nada suyo. Quizás exista la ilusión de que Castellani cambie el mundo, o un país. Vamos. Puede sin duda cambiar el mundo de muchos; y, con el debido tesón, hasta es capaz de cambiar ese pequeño país que es una familia. Pero cualquier otra cosa le pertenece a Cristo, a quien él adoró y predicó. ¿Qué más le podemos  pedir, aparte de su talento genial para ayudarnos a mirar al Señor, a la realidad, a los demás?
        ¿Libros “colgados” o “clonados”? Es un error y la negación de un derecho. Pero la ausencia de la mayoría de sus obras, y el desembarco de ediciones españolas en cuentagotas y a precios hiperbóreos, conduce necesariamente al caudal informático; y, a la vez, deriva en este goteo de fotocopias de lujo. Lo cual es, de algún modo, un signo de salud, como una boqueada de pez fuera del agua. No lo apruebo, lo explico. Pero se remedia fácilmente. Por ejemplo, convocando argentinos que quieran correr el riesgo de editar nuevamente a Castellani (conozco algunos). Por ejemplo, haciendo ediciones digitales de algunas de sus obras, incluso ofreciendo gratuitamente aquellas de más difícil éxito “comercial”, o de más necesaria lectura masiva. Por ejemplo, volviendo a intentar lo del Instituto, ¿por qué no? Lo que se pueda y se quiera. Lo que importa es que nos orientemos a pensar en estas cosas y de una vez por todas dejemos atrás el conventillo.
        Hay un derecho primero en el que nos debemos concentrar: que los argentinos puedan leer a Castellani. Es un derecho que es un deber. Forma parte de su otro testamento, sin sede judicial. Sobre éste cabalgan todos los demás. Que el potro vaya después hacia donde lo lleve el viento de Dios y las regalías a quien corresponda. Ojalá esta trifulca nos ayude a encontrar un mejor camino, para que las cosas vuelvan a su quicio. Lo ideal sería ponerlo a disposición de todos, jerarquizar ganancias, soportar pérdidas, restaurar bienes comunes, darle un destino adecuado, practicar entera justicia, cumpliendo toda cláusula y sin transgredir ninguna. Como es natural, sólo los argentinos somos capaces de amar del mismo modo ese tesoro concreto del alma que es nuestra patria.
        Por mi parte, si no lo edité más, fue porque a partir de un mal día ya no me dejaron hacerlo. Y punto. Nadie me debe nada y nada le debo a nadie. Hablando de plata, se entiende. Y no sé de ningún autor, ni heredero, ni editor, ni librero, de los “nuestros”, que haya recibido en su casa un carro tintineante de monedas, ni siquiera una carretilla de albañil cargada de pagarés. ¿Alguien conoce alguno? Más claro: lo nuestro, aquí, no es negocio; es una tarea de ganancia escueta y ajena al calendario regular, en la que sólo se sobrevive con perseverancia. Así de sencillo. Qué tanta historia. En otro país será otra cosa, me alegro, que aproveche. La satisfacción, el orgullo, el placer del deber cumplido, ocupan otra habitación en esta tierra.
        Castellani es docente de amores altos y ciertos: leerlo y promover que otros lo lean es una buena idea y una buena tarea. Y es razón suficiente para que nadie en ningún lugar pretenda poseerlo. Lo cual no hace mella en ninguna ley. Que siga el derecho, nadie se opone, pero que siga derecho. Sin duda, la mayoría de nosotros entiende que, en medio de esta desolación, es necesario hacer otro tipo de cosas y este tipo de cosas hacerlas de otro modo.
        “Ay del pueblo que no acepta los maestros que Dios les manda”. Ay de nosotros, que tal vez nos merecemos poco... Pero, miren ustedes cómo es la vida, el propio Castellani insistía en que nos merecemos más.
        Yo sigo estando de acuerdo con él, por esas cosas del amor primero.

martes, 18 de septiembre de 2012

Derechos de autor y derechos de propiedad

Hemos recibido una serie de comentarios donde se nos imputa la falta de respeto a los derechos de propiedad sobre la obra del Padre Castellani. Por si volviese a ocurrir, nos gustaría dejar constancia aquí del comentario con que hemos respondido a esas imputaciones.

Estimado comentarista anónimo: Algunas aclaraciones.

1) No somos quien Ud. piensa. Ni siquiera hemos conversado este proyecto con él.

2) "El Pampeano" decía que había gente que lucraba con la obra del P. Castellani sin pagar regalías. A lo que nosotros respondimos que repudiábamos al que eso hiciera. Lo mismo que a quienes tienen derechos de autor y no publican (cosa que el mismo P. Castellani repudiaba, creo que no hace falta que le traiga todas las citas porque Ud. las debe conocer).

2.a) En ningún momento insinuamos que el Padre B. fuese el que está haciendo esto. Eso es una inferencia que hace Ud.

2.b) La cuestión de los derechos de autor del Padre Castellani no es tan fácil como Ud. cree. El Padre firmó acuerdos de muy diverso tenor, incluso cediendo derechos a las editoriales que se los publicaron. (¡El mismo Padre Castellani sacó reediciones sin siquiera consultar a las editoriales que lo habían publicado por primera vez!) Además, muchas (sino la mayoría) de esas editoriales ya no existen y se desconocen los herederos de sus propietarios, si los hubiere.

2.c) Como Ud. bien sabrá, además del Padre B., hay otras personas que dicen tener derechos sobre obras del P. Castellani. No los vamos a poner aquí con nombre y apellido. No es éste el lugar donde tienen que solucionar sus disputas.

3) Finalmente, los que hacemos esta página no hemos publicado nada de nada más allá de fragmentos. A lo más, hemos puesto algún enlace de lo que hay en la web.

Si en vez de la Argentina estuviésemos en otro país, el P. Castellani tendría un museo como se merece. Como lo tienen Chesterton, Dickens y otros escritores de valía. A falta de un museo, esto es lo mejor que, con nuestros medios pobres, podemos hacer.

Estamos hartos de recorrer librerías católicas y del palo preguntando por obras del Padre Castellani que están agotadas. En el mercado de libros usados, algunos volúmenes se venden en torno a los $500.- Lo que es directamente un abuso.

Y hemos escuchado de boca misma de tenedores de derechos sobre porciones la obra del Padre que determinados textos no se pueden publicar "para no escandalizar" o por la excusa que fuera. Y no nos referimos a textos de carácter religioso como "El ruiseñor fusilado", sino incluso a cosas que el Padre escribió en revistas y periódicos sobre temas políticos.

Por último, queremos decir lo siguiente. Los que hacemos esta página no cobramos nada ni ganamos absolutamente nada. Desde el primer momento nos hemos ofrecido a editoriales y librerías católicas para que hagan publicidad aquí de lo que vayan publicando y no pretendemos cobrar por ello absolutamente nada.

Si, como nos han dicho, el Padre B. ha vendido/cedido derechos a un periodista español, nos consta que muchos amigos españoles han comprado esos libros, en parte, gracias a esta página. Y tampoco vamos a pedirle por ello una comisión (bien que nos harían unos euros).

Lo único que nos importa es romper la conspiración del silencio que se cierne sobre el P. Leonardo Castellani y que los que no lo conocen, tengan la posibilidad de hacerlo.

Respetuosamente en Cristo y María,

Castellaniana

lunes, 17 de septiembre de 2012

Gera y Castellani


Uno de los profesores que él recuerda más influyó durante la vida en el seminario fue el sacerdote y poeta Leonardo Castellani. Es interesante encontrar en los escritos de Gera una sensibilidad parecida a la de Castellani cuando canta a la belleza [41]. El otro sacerdote que impactó en él fue Hernan Benítez, orador, intelectual y pastor.

[41] Ver “la Estética y el Sacerdote” en Juntos en Su Memoria, 50 años de sacerdocio con Lucio Gera, 1997, pp. 96-105. Ver Avenatti de Palumbo, Cecilia “Ante el enigma de la belleza”, Nuevo Mundo 55 (1998) 7-11, 8.


De Teilhard de Chardin, del cual sólo había escuchado poco en el seminario, y con poco entusiasmo por medio de Castellani, le impactó la idea de diálogo de la teología con las realidades temporales, que en cierto modo proponía un cambio en la praxis cristiana: “A Teilhard de Chardin lo conocíamos antes porque nos daban escritos mimeografiados y porque tuve de profesor a Castellani, que no lo pasaba. De modo que lo empezamos a conocer poquito sobre todo después del cincuenta. Yo lo leo después del sesenta. No tuvo influjo en mi formación, yo lo recibo después de unos años, con cierto entusiasmo. Es un pensamiento que fecunda mucho todo el pensar teológico. Evidentemente desde la perspectiva de la ciencia moderna. Además es un hombre íntimamente religioso, piadoso. Sus escritos son de tipo jesuita, muy intensos. Su teología está impregnada por su veta religiosa y no es para nada atea.” [44]

[44] Entrevista 27 de abril de 2009.


[67] El mismo Gera al analizar las posturas señala “Yo me acuerdo que la línea de mis profesores era más bien en contra, Menvielle, Castellani, los curas viejos estaban más bien en contra. En cambio la gente joven, después del primer desconcierto empezó a apoyar el Concilio (…) (pero) entre los conservadores estaban quienes aceptaban el Concilio y entre los posconciliares estaban quienes ya querían hacer un tercer Concilio”, entrevista 27 de abril de 2009.

 


(Amuchástegui, María Mercedes. “Lucio Gera y la pastoral popular : una interpretación histórica de sus orígenes” [en línea]. Tesis de Licenciatura. Universidad Católica Argentina. Facultad de Filosofía y Letras. Departamento de Historia, 2010. Disponible en: http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/tesis/lucio-gera-pastoral-popular-interpretacion.pdf)

viernes, 14 de septiembre de 2012

jueves, 13 de septiembre de 2012

Psicología Humana

Ya lo teníamos enlazado entre los vínculos a las obras del Padre que se encuentran en el margen derecho. Pero nos recuerdan que no lo publicitamos. Cosa que hacemos ahora.


Castellani: Psicología Humana. 
Viernes 03 de Agosto, 2012

A pesar de sus dos ediciones, está agotado. Quizás el más sorprendente de los libros de Castellani: repleto de saber, erudición, conocimientos, humor, talento, literatura. Un saber integrado sobre uno de los temas más difíciles del mundo: el alma humana. Nadie como Castellani para abordarlo, nadie como él para explicarnos cosas que nos desbordan por doquier (y que se refieren a nosotros mismos). Un libro difícil, tal vez. Imprescindible para cualquiera que quiera saber alguna cosa sobre la psiquis del hombre, sobre Freud, sobre el psicoanálisis... pero también sobre la mística, la política y la poesía. Son 14 imperdibles conferencias (y se pueden leer perfectamente por separado). Aquí en nueve formatos electrónicos distintos para descargar: http://www.smashwords.com/books/view/211335 
Descargar texto completo

Página Católica: La falta de fe, madre de todos los desvaríos

Página Católica: La falta de fe, madre de todos los desvaríos: Homosexualidad y Anticoncepción frutos de la falta de Fe Homilía en el XI Domingo después de Pentecostés La curación del Sordomudo...

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Reseña de "La gran conversación: Castellani-Newman" de S. Randle


Pinchar para ver mejor



Alvaro Silva, Newman Studies Journal, Volume 6, Issue 1, Spring 2009, page 87.

El P. Álvaro de Silva, nativo de España, es profesor de Teología en el Thomas More College of Liberal Arts en Merrimack (Nueva Hampshire). Ha traducido al español varios escritos de Santo Tomás Moro y editó una serie de artículos de Gilbert K. Chesterton (Brave New Family, en su edición en inglés; El amor o la fuerza del sino, en su versión en castellano).


lunes, 10 de septiembre de 2012

Amor y sacrificio


“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma.”


viernes, 7 de septiembre de 2012

Democracia y parábola de los hijos diferentes


Democracia y Religión

Imagen de javcus




  •  


    En uno de los artículos que inauguraban este blog, «El trilema de la Revolución Francesa... y de otros», recogí unos graciosos versos satíricos del P. Leonardo Castellani, desmitificadores de lo que ha sido la base doctrinal del Liberalismo político, sobre todo el francés, el más laicista y anticlerical. El asunto viene de molde por la ofensiva laicista y anticatólica, disfrazada de «democraticismo», que padecemos desde hace algunos años. Poco después comenté y enlacé el excelente y esclarecedor ensayo de Vladimir Volkoff «Por qué soy medianamente democrático». La pega de éste es que es una denuncia del estado actual de las cosas, pero no ofrece ninguna alternativa. Y miren por dónde me tropiezo de nuevo con el genio literario y profético argentino enHomilética, comentando el Evangelio del xxvi domingo ordinario del ciclo A: laparábola de los dos hijos. Para los que desconozcan de qué va esa parábola y la lectura del Antiguo Testamento correspondiente a ese domingo, ahí van.

    miércoles, 5 de septiembre de 2012

    Rubén Calderón Bouchet, q.e.p.d.



    D. O. M.

    En el día de ayer, martes 4 de septiembre de 2012, fallecía Rubén Calderón Bouchet, historiador y filósofo, profesor emérito de la Universidad Nacional de Cuyo.

    Don Rubén prologó al menos dos libros del Padre Castellani: Notas a caballo de un país en crisis (recopilación de artículos periodísticos publicados en Dinámica Social, Mayoría, Tribuna, Tiempo Político, Ulises, De Este Tiempo, Combate, Segunda República, más la conferencia “Perspectivas Argentinas”, compilados por Dictio en un mismo volumen con la 2ª edición de Crítica literaria), Las canciones de Militis (en su 3ª edición, también presentada por Dictio, rejunte de artículos aparecidos en El Fortín, El Mensajero del Sagrado Corazón de Jesús y Cabildo en los '40) y Seis ensayos y tres cartas (2ª edición aumentada, de Dictio también, que recopila artículos de Nueva Política, Mensajero del Corazón de JesúsCabildo y Dinámica Social, un trío de ensayos inéditos, el prólogo a Nociones de comunismo para católicos de Enrique Elizalde, las palabras pronunciadas por el Padre en ocasión del festejo de sus "70 años de vida y 50 de escritor" y las cartas al obispo Rau, al nuncio Zanín y al cardenal Caggiano, más una "reseña biográfica" posiblemente escrita por su sobrino).

    Además, al fallecer el Padre, el diario Los Andes de Mendoza le encargó la necrológica. Diario que ahora le corresponde con un recuerdo. Aquí.

    A su numerosa familia ofrecemos nuestro más sentido pésame.

    A nuestros lectores rogamos una oración en sufragio del alma del ilustre maestro.

    Actualización 6/IX/2012.


    lunes, 3 de septiembre de 2012

    El cicutal


    Don Agapito Puentes vio una plantita de Cicuta al lado de su maizal, y díjole: -No te doy un azadonazo porque tenés florecitas blancas... y por no ir a traer la azada.

    Otro día vio un Cardo y no lo cortó, porque tenía una flor azul, y para que comiesen las semillas las Cabecitas Negras. Medio poeta el viejo, cariñoso con las flores y los pájaros. Por un cardo y una cicuta no se va a hundir la tierra.

    Pasaron los dos meses en que el pobre estuvo en cama con reuma, y cuando se levantó se arrancaba los pelos; había un cicutal tupido hasta la puerta de su rancho todo salpicado de cardos, de no arrancarse ni con arado; y su maíz, tan lindo y pujante, había desaparecido casi. Entonces sí que había florecitas blancas.

    -¡Hay que desarraigar el mal aunque sea lindo, y cuanto más lindo sea, más pronto hay que dar la azadonada! -dijo el viejo-. Velay, a mi edad, ya debía haberlo sabido.