Punto de encuentro de todos aquéllos que estén interesados en vida y obra del Padre Leonardo Castellani (1899-1981)

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miércoles, 26 de septiembre de 2012

El verbo salvífico de Leonardo Castellani



Bajo el título Cómo sobrevivir intelectualmente al siglo XXI se acaba de publicar en España una selección de artículos escritospor Leonardo Castellani [1]. La edición, el prólogo y las notas sonde Juan Manuel de Prada.

¿Qué significa sobrevivir intelectualmente? ¿Qué es lo amenazado? ¿Cuáles son las amenazas? ¿Es este conjunto de artículos de Leonardo Castellani (Santa Fe, Argentina, 1899-1981) un manual de supervivencia? ¿Para quién? Supervivencia, ¿en qué territorio hostil?

Juan Manuel de Prada es contundente en su apasionada introducción: «En esta antología el lector descubrirá que nada humano le era ajeno a Castellani, precisamente porque nada humano hay que no cobre sentido expuesto a la luz divina; y descubrirá también en su lectura algo adictivo, que impulsará su inteligencia por caminos nunca antes transitados, robusteciéndola frente al chillido aturdidor de los ineptos, que en estos albores del siglo XXI se pavonean triunfantes. Que Leonardo Castellani sea desvelado hoy al lector español por Libros Libres demuestra, sin embargo, que el triunfo de los ineptos no es definitivo; y, por cada lector que este libro alcance, ese triunfo será más inseguro. Ojalá pronto las obras de Castellani, a despecho de los repartidores de las bulas que manejan el cotarro cultural, sean conocidas por el público español; será un síntoma de que aún no todo estará perdido.»

¿Quiénes son los ineptos que chillan y aturden? ¿Qué es eso que aún no está del todo perdido? Las respuestas a estas dos preguntas se muestran nítidas, sin fisuras, dentro de esta antología: no estaría perdida, del todo, la verdad católica, y la completa regeneración individual y social que promete ese verbo; que sería el verbo: la única verdad, la única esperanza para el ser humano y para la humanidad entera. Esa verdad habría sido revelada por Dios en los Evangelios, óptimamente racionalizada por Santo Tomás de Aquino, entendida en su pureza por Leonardo Castellani y recibida, con gozo, con fervorosa convicción, por Juan Manuel de Prada: «Después de leer a Castellani, tenemos la impresión de ser más inteligentes; y, desde luego, la impresión no es un mero espejismo, pues su verbo ya habita en nosotros».

Los ineptos que aturden con sus chillidos serían, supongo, aquellos que dejan que otros verbos habiten en ellos: verbos que, por no ser el católico -tal y como lo entendió Leonardo Castellani- estarían fuera de la Verdad -con mayúscula-, enturbiándola, molestándola, ensuciándola y, lo que es peor, aturdiendo a los que sí quieren oírla y sí quieren ser regenerados en ella.

Cómo sobrevivir intelectualmente al siglo XXI. ¿Cómo? ¿Con las ideas de Leonardo Castellani que Juan Manuel de Prada ha seleccionado en esta antología? Eso parece. Y las ideas básicas que permitirían esa supervivencia se muestran claras, desafiantes, honestas -no lo dudo- y sin demasiadas anfibologías, a pesar de la gran variedad y complejidad de los temas tratados, agrupados por el editor en seis grupos: política, España (con su guerra civil), el canon occidental (Joyce, H. G. Wells y Nietzsche, entre otros), la ortodoxia cristiana (de la cual quedaría excluido Teilhard de Chardin, tras ser descalificado previamente como científico y como persona), la educación (en un artículo Castellani reclama que la teología se introduzca en la universidad y que, a la vez, la universidad se introduzca en la teología) y un último grupo de artículos agrupados bajo el título «Digamos la verdad»; ahí encontramos un cuento sobre la imprenta; artefacto éste que, como objeto, es magistralmente descrito por Castellani, para luego demonizarlo en boca de Carlos V.

En el Tratado Teológico-Político Spinoza afirmó que el Estado, por su propia seguridad, por su propia supervivencia, debe garantizar la libertad de pensamiento y de expresión de pensamiento. Más allá de su inquietante estatalismo esta idea sigue siendo un bonito desafío: a la mente, al corazón, a la capacidad de ambos de expandirse, de cobijar. De amar si se quiere. Las ideas de Castellani exigen un enorme esfuerzo de tolerancia, de generoso «cobijo» mental y cordial; precisamente porque no son tolerantes: porque no respetan ese paradigma de la democracia que, al menos en teoría -y, seamos justos, algo más que en la teoría-, estaría basado en la libertad de pensamiento y de sentimiento, en la libertad de culto y de no culto, y, sobre todo, en el respeto, absoluto, irrenunciable, a ese ser inefable, frágil, que es el humano. Todos los seres humanos.

Pero para Leonardo Castellani la democracia es, en realidad, demogresca: una especie de desviación política inspirada en el libro de «un renegado neurótico»: Rousseau. Se trataría, la democracia, de un sistema corrupto «porque yace en un error de fondo». ¿Cuál? La respuesta la encontramos en un artículo sobre Nietzsche: los hombres inferiores se han puesto por encima de los hombres que, por naturaleza, son superiores. ¿Qué régimen político, según Castellani, sí estaría a favor de la naturaleza? Las monarquías cristianas. En ellas se habría producido una especie de equilibrio biológico: «El mandatario supremo venía al trono con la naturalidad de la fruta al árbol a su tiempo. Los hubo de todas clases, desde el santo al malvado; pero raramente el incompetente. [...] Esta fue la sociedad que, malgrado pecados y crímenes, hizo las catedrales y las epopeyas, tanto las escritas como las tácitas; la que hizo las Cruzadas y la Conquista, después de haber hecho la Reconquista. No es añoranza inútil. No es tampoco idealización. Ahí están sus frutos». Quizás habría podido haber considerado Castellani, como creyente en la omnipotencia y bondad divinas, que Dios fuera capaz de participar también en la intrincada red de psiquismos que vibran en una democracia -en una «demogresca»- y que un gobernante electo por soberanía popular lo fuera también por soberanía celestial.

Pero lo menos soportable de la democracia para Castellani fue, probablemente, que permitiera, que consagrara, la -para cualquiera- aturdidora pugna entre los verbos; que quieren serlo todo en el todo del hombre. Pugna: guerras de verbos -de mundos en definitiva- que quieren el todo de la mente y el todo del corazón del hombre; cuyo cuerpo -más frágil, más sensible, que cualquier palabra, aunque sea poética- puede terminar abandonado, despreciado, entre el barro y la sangre. Las opiniones de Castellani sobre la guerra civil española que se han recogido en esta antología son muy desagradables. Pero hay que leerlas, sin prejuicios, abriéndonos a la posibilidad de que nos hagan reconsiderar nuestra mirada; siempre dogmática, cuidado, como aseguró Popper. El caso es que aquella sangre fue «reclamada ante Dios por una gran pirámide de pecados previos contra el pobre, de pecados contra el hermano, de pecados contra el débil, de pecados contra Dios. [...] Y no me parece imposible que en esa mole de pecados que ahora se lava en sangre estuviesen también representados algunos de los que ahora más vociferan: ¡Guerra santa, guerra santa, guerra santa!» Castellani afirma estar a favor de Franco, de su golpe de estado, porque los problemas «no se atajan con gobernantes cortos y caducos que sean excelentes personas privadas, incapaces de matar una mosca. El buen gobernante, que no es igual que el gobernante bueno, debe ser capaz de matar a un hombre, solía decir mi tío». Hay además, para Castellani, un modo «teológico» de ver la guerra civil española: Cristo «Dos veces por lo menos, al principio y al fin de su heroica campaña, hizo manifestación de violencia, no se detuvo ante las vías de hecho».

Si ni Cristo amó siempre, ¿cómo exigir a Castellani, su servidor, que lo haga? Amar y respetar son palabras que se confunden. La falta de respeto por las personas -por algunas, al menos- que muestra Castellani llega a extremos alarmantes, tristes, en un artículo que dedica a Ramón Pérez de Ayala después de haber leído su novela A.M.D.G., o La vida en los colegios de los jesuítas. Castellani escribe cosas así: «¡Qué cochinadas tiene que leer uno en esta vida!»; «¡Qué ignominia de hombre! ¡Cómo se puede ser criminal con la pluma... y obtener honores con ello!»; «Este es un villanazo con alma de Judas». El final de ese inelegante artículo tiene, sin embargo, cierto olor a genialidad y mucha gracia (de la humana me refiero): «Yo ya no soy jesuíta, no tengo cuarto a partir con ellos, no me pagan por defenderlos, más bien me deben plata y aun creo que si me escrudiñaran psicoanalíticamente los retorcidos recovecos de mi pobre subconsciencia, no aseguraré que no se halle por allí un deseo vago de que a los jesuítas -a algunos por lo menos- les encajen un soberano garrotazo en el occipucio. Caritativamente. Para que sean más veraces. Y más honrados.»

El manual de supervivencia intelectual que ha editado Juan Manuel de Prada -«deslumbrado», como él mismo asegura en el prólogo- contiene textos escritos con virtuosismo, con momentos de genialidad, valientes, respetables por tanto; pero no respetuosos. No obstante esa falta de respeto, Castellani parece que fue intelectualmente honesto; si por honestidad intelectual entendemos la expresión del pensamiento sin atención a los beneficios o perjuicios -materiales, sociales, etc.- que esa expresión puede propiciar. La paradoja es que las ideas de Castellani pueden publicarse y leerse en España gracias a la libertad -sí, libertad- imperante en esta aturdidora «demogresca»: a que se ha creado, con mucho esfuerzo, un espacio social gigantesco, casi prodigioso, para que se muestren todos los verbos: todos Verdad con mayúscula desde dentro: todos falsos si se miran desde otro «dentro».

Todos esos verbos quieren ser una prisión para la mente: todos quieren ser un «Matrix» -Juan Manuel de Prada, en su prólogo, hace varias referencias, aunque no explícitas, a la filosófica película de los hermanos Wachowsky-. Y todos, desde su ceguera, desde su ansiedad, desde su miedo, confunden la libertad con la abolición definitiva de los obstáculos que impiden el despliegue infinito de su algoritmo lógico. El gran malo de Matrix -Smith- al ser preguntado por Neo qué es lo que quiere, responde: todo. Lo dice, sorprendentemente, con ojos de miedo. Creo que es el miedo lo que explica el título elegido para esta antología: Como sobrevivir intelectualmente al siglo XXI. Pero creo también que ese miedo es de buena fe. Como todos los miedos. Como todos los verbos; que componen, juntos, un fabuloso arco iris. C

[1] Leonardo Castellani: Cómo sobrevivir intelectualmente al siglo XXI, Libros Libres, Madrid, 2008.

FUENTE: Cuadernos Hispanoamericanos, nº 707 (Madrid: Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, mayo de 2009). http://www.cervantesvirtual.com/descargaPdf/cuadernos-hispanoamericanos-42/











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