Punto de encuentro de todos aquéllos que estén interesados en vida y obra del Padre Leonardo Castellani (1899-1981)

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lunes, 29 de febrero de 2016

Cuando Maritain se refirió a Castellani




Tomado de:
Jacques Maritain, Arte y Escolástica (Buenos Aires: Club de Lectores, 1972),
 1ª edición castellana de la 3ª edición francesa de Art et Scolastique (París: Louis Rouart et Fils, Editeurs). Traducción de María Mercedes Bergadá. Supervisión de Juan Manuel Fontenla.
 

viernes, 5 de febrero de 2016

† Patricio Randle, q.e.p.d.

Me piden que prologue este libro y mi pregunta ha sido: ¿Por qué yo? Honestamente, mi campo no es la Psicología por mucho que haya estimado al Padre Castellani. Me contestan que la razón del pedido es porque soy el único sobreviviente que conocen que haya asistido al curso sobre cuya versión textual dictada por el autor en 1953 se ha editado esta obra. 

La lectura de los originales ha sido para mí una experiencia muy honda porque me ha hecho revivir un momento de mi vida y recordar esas maravillosas lecciones recibidas del Padre

He dicho que no soy psicólogo y no importa ciertamente pues lo que nos enseñara Castellani era lo que un hombre medianamente culto debiera saber de Psicología y que precisamente no coincide con lo que nos dictaran en el bachillerato sino como la contracara de aquello. Lejos de la Psicología positivista, de la Psicometría y de una Psicología reñida con la Metafísica, las lecciones que siguen demuestran que para ser buen psicólogo se necesita cultivar el hábito y no encerrarse en el método, pero teniendo una base filosófica

Que es lo que demuestra Castellani enseñando con lenguaje llano —nunca hablaba “en difícil”— aun de las nociones más sutiles del alma. Todo sin neblinas subjetivas (a las que son proclives especialmente los psicoanalistas), transparente, lúcido y todo sobre un fondo de la realidad como es: completa, sin abstraer nada de su contexto. 

Para lo cual acude, cuando las circunstancias lo aconsejan, a la anécdota oportuna, el chiste ocurrente, al juego de palabras ingenioso; todos recursos didácticos finísimos que ayudan a entender mejor las cuestiones del alma que se presentan como una imagen y no como productos de puros raciocinios. 

Recuerdo que las clases de este curso memorable durante los meses de invierno empezaban a las 18:30 en punto los martes y costaban $10, lo cual era una pobre retribución a enseñanzas que no tenían precio pero que le venía bien al Padre desheredado por la Compañía y sin un lugar donde caerse muerto. ¡Por suerte vivió 27 años más! El lugar era el Teatro del Pueblo que ya no existe más aunque el edificio de Diagonal Norte a un paso del Obelisco todavía existe. Había que bajar al sótano por una escalera estrecha lo cual le daba el aire de una cueva subversiva, como lo fue originalmente esta sala donde se representaban exclusivamente obras de autores socialistas y anarquistas, con la particularidad de que después de la función había un debate. En este teatro insólito, el Padre Castellani subía al escenario, que estaba muy alto, con toda energía y se paseaba ágilmente de un extremo al otro mientras hablaba o se detenía frente a un pizarrón donde dibujaba esquemas o escribía nombres y frases que apelaban a la retentiva del público. Su voz modulaba dentro de un amplio registro convirtiéndose en vozarrón viril cuando convenía, adoptando tonos inesperados cuando imitaba a los personajes de los relatos y jamás cayendo en la monotonía

Mi encuentro con los originales de este curso no podría celebrarlo más pues es para mí como recobrar la memoria de un recuerdo muy caro intelectualmente hablando. Por sus características, leerlo ahora es como estar oyéndolo a su autor con su estilo directo, sin remilgos, sin frases hechas, con ese estilo conversado que tenía su oratoria no dirigida al mundo abstracto sino a cada uno de sus oyentes. De allí que pudiera decirse en verdad que el Padre Castellani daba estas conferencias para todo público, en el buen sentido de la expresión pues aunque fuera heterogéneo cada uno en su nivel recibía su mensaje. Tal vez podría compararse su fecundidad a un mar lleno de pesca la cual pudiera ser recogida con distintos tipos de redes según las especies. Porque nadie se quedaba sin cosechar. 

Me acuerdo bien que hablando con mi novia de entonces —que es mi mujer desde hace más de 40 años— le previne de que el Padre era un poco excéntrico y que tal vez le chocara. Para mis adentros yo tenía un poco de respeto humano porque me parecía que no podía presentarlo como un gran profesor por tener esa modalidad. Ella acababa de llegar de Cambridge en cuya Universidad se graduara y después de la primera conferencia me respondió: “El Padre Castellani me recuerda mucho más a los buenos profesores que tuve allá que a esos profesores pomposos que son tan comunes aquí.” Y es cierto, la falta de convencionalidad es una buena cualidad de los docentes universitarios ingleses —como lo pude comprobar después teniéndolos como maestros y como colegas en Londres— que se caracterizan por tener una soltura de espíritu no muy fácil de hallar entre nosotros. 

Estas clases de Psicología ciertamente no se parecen en nada a la lectura de un Tratado, como suelen ser frecuentemente las clases “doctorales”, sino que más bien se asemejan a una visita guiada a un laboratorio; no tenían nada de librescas y en todo caso uno participaba del experimento antes de sacar las conclusiones del caso. Todo lo que decía el Padre tenía una “fuerza tremenda”, eso que él mismo define como “la suprema cualidad de la literatura”. Por lo cual me quedó siempre pendiente una pregunta que me hubiera gustado hacerle: siendo así: ¿por qué quería y admiraba a Borges?, ya que haciendo aquella afirmación había dado en el clavo de por qué Borges no puede ser considerado un gran autor puesto que toda su literatura carece de esa fuerza tremenda que está necesariamente emparentada con la noción de “mysterium tremendum” que define a la Religión. Vaya uno a saber; el caso es que releyéndolo ahora me ha ayudado a descubrir el quid de la cuestión. 

Es que muchas cosas que he venido dando por sabidas hasta ahora, como descubiertas por mí mismo, me parece que las aprendí en este curso inolvidable. Algún psicólogo pedante y superficial dirá que la bibliografía que cita Castellani está pasada de moda. El contestaría que sí y remarcaría de moda pero también nos recordaría con von Monakof que “lo que en Psicología no es tan antiguo como el mundo es falso”. Suprema sabiduría de detectar primero lo permanente, lo principal y dejar lo accesorio en segundo lugar. 

Es curioso que, cuando hablando de la educación de los sentimientos hace algunas recomendaciones sobre la formación de un seminarista, resulte que todas las virtudes aconsejadas las tenía él en grado sumo: una sólida formación intelectual, educación artística, don de oratoria y hasta cierto histrionismo sin el cual la predicación puede ser poco efectiva: el ideal del hombre completo que él llenaba a las mil maravillas con humildad y hasta una exagerada timidez que sabía vencer cuando era preciso establecer comunicación con un auditorio nutrido y heteróclito. 

Porque el Padre Castellani no sólo sabía Psicología teórica sino que daba testimonio de dominar la práctica igualmente. Que es la que demostró en este curso felizmente rescatado para este tiempo y el que venga. 

Algún lector se preguntará si este es un libro de Psicología religiosa ya que su autor es un sacerdote y habrá que contestarle que sí, pero de la buena. Nunca cae en el lugar común, ni en la beatería. Al contrario, la combate. Lo religioso en este libro no viene prefabricado ni es, por lo tanto, deleznable. Pero todas sus reflexiones ayudan extraordinariamente al conocimiento del alma, de la propia alma, sin lo cual las virtudes personales pierden todo sustento. Y eso hay que saber agradecerlo porque no hay muchos autores que nos ayuden en ese sentido: una Psicología “desde el alma” en vez de sólo “hacia el alma”. 

Patricio H. Randle*

"Palabras Liminares" a Psicología Humana del P. Leonardo Castellani.

*Biografía publicada por la Fundación Konex al otorgarle el Premio 1987 aquí.

Patricio Horacio Randle 3/III/1927 - 1/II/2016


jueves, 4 de febrero de 2016

Postfacio del Padre Castellani a su traducción del Señor del Mundo, de R.H.Benson

He traducido este libro para una persona, y si ella lo lee, lo demás no importa, pero puede ser útil, si no me engaño, a muchos otros.

Qui scribit, bis legit, decían los romanos; bien pudieran decir: qui vertit, ter legit, el que traduce, lee tres veces… [Seguir leyendo.]