Leído para Ud.: “Los papeles de Leonardo Castellani”
De
Castellani, ese profeta maldito que hemos tenido en la Argentina, ya se
han publicado varias cosas en este sitio (sin ir más lejos, aquí podrán encontrar varias de sus obras).
Esta vez, gracias a un amigo -incansable recolector de frutos intelectuales- les traemos aquí una obra inédita: “Los papeles de Leonardo Castellani”, recién aparecida y de difusión gratuita (puede descargarse desde AQUÍ).
Vale la pena leerla. Venga pues el “Prólogo no indispensable” de una de sus estudiosas más importantes.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
“Los papeles de Leonardo Castellani”
Prólogo no indispensable
Dra. Liliana Pinciroli de Caratti
La mayoría de los lectores se saltean los prólogos. Y los epílogos. Y es justo, ya que lo interesante es el “logos”: el quid, no sus alrededores.
El
prólogo es un paratexto, es decir, un texto que rodea, como el
caparazón a la perla, algo valioso en sí. Es un envoltorio que demora el
acceso a la sustancia.
Pero hay prólogos y prólogos.
Están
los del mismo autor: son prólogos autógrafos aclaratorios, o
autobiográficos, o de defensa: “galeatos” (“con morrión” los llama
Castellani), o simplemente introductorios, y muchas veces ndispensables
para la comprensión del texto, en tanto lo enmarcan y justifican. Y
ponen “en situación” al lector, que en este caso debe comportarse como
el “amable lector” al que se pide entendimiento, tolerancia y
complicidad.
Están
los prólogos “alógrafos” o “de terceros”. Es decir, escritos por
personas distintas del autor del libro a quien este ha solicitado su
redacción.
Como
lo exige la cortesía, suelen consistir en amables presentaciones de
obras ajenas que aportan algún dato externo, una mirada crítica, una
clave de interpretación. Es tanto la voz laudatoria que aconseja
propagandísticamente su lectura, cuanto le da una autoridad en la
materia que le da su aval y respaldo: garantiza su valor.
Algunas
veces resultan superfluos, y su existencia ha marcado para siempre el
desprestigio de sus congéneres. Otras veces demasiado extensos, un modo
hábil de parasitar el propio libro en el ajeno…
Aquí
el lector, interlocutor principal, ante cuyos ojos se exponen las
tesis, se explayan las aclaraciones y se manifiestan las discrepancias
sobre algún punto, participa como juez convocado por el afán persuasorio
del prologuista.
Y
entre todas las variedades de prólogos están los que han tomado vida
propia y con ínfulas de texto-en-sí, han hecho casi olvidar que
aparecieron como “dentorno” Son los que justifican su ascenso a la
categoría de género literario y no pocas veces perexistieron aun a la
obra que acompañaban. Son prólogos emancipados -aunque no absolutamente,
como es obvio- que han alcanzado estatura de ensayo.
A
más de los prólogos a sus propias obras, enjundiosos e insoslayables,
Leonardo Castellani escribió prólogos a pedido -pues fue varias veces
convocado a presentar obras ajenas- que resultan igualmente ineludibles.
Fiel a su estilo, en más de una oportunidad, luego de realizar los
elogios de rigor, se metió en tema y estableció un contrapunto con el
autor en el que sus propias ideas prevalecieron para iluminar el asunto
tratado en el libro. Entonces, más que una presentación, Castellani ha
entablado en cada caso una conversación. Le dieron pie para expresarse:
así, pues, lo hizo, dialógicamente, magisterialmente.
El
responsable de esta recopilación de prólogos de Castellani a obras
ajenas entendió que se los podía despegar del texto al que acompañaban
para ser leídos por sí mismos, porque halló en ellos algo que trascendía
la relación. Y ese algo es la universalidad que suele otorgar
Castellani a sus reflexiones, aun cuando se refiera a un hecho puntual.
Siempre pega el salto hacia los principios, hacia el deber ser, hacia el
ideal, o como quiera llamárselo: siempre mira el meollo del asunto.
Con su pluma apurada -calamo cúrrente- escribe como debatiendo, como apuntando las ideas que se le caen a los labios – a los dedos- a propósito de.
Por
eso es que cuando uno lee sus prólogos a terceros no siempre se entera
acabadamente de qué tratará el libro al que saluda desde el umbral.
Porque ni hace un análisis, ni una síntesis, ni una reseña.
Castellani, simplemente, acepta la incitación al canto, y entonces canta opinando porque ese es su modo de cantar.
Pero
no se demora mezquinamente en los zaguanes: conduce al lector hasta la
puerta y acompaña el ingreso al convite con la cortesía del anfitrión
que recibe a los invitados. “Pase al banquete que lo espera detrás de
estas cancelas” le dice.
La mesa está servida.
San Rafael, Mendoza, noviembre de 2017.
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